La República romana

Definición

Donald L. Wasson
por , traducido por Miriam López
Publicado el 07 abril 2016
Disponible en otros idiomas: inglés, chino, francés, alemán, portugués, turco
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Julius Caesar and the Roman Civil War (49 - 45 BCE) (by Simeon Netchev, CC BY-NC-ND)
Julio César y la guerra civil romana (49-45 a.C.)
Simeon Netchev (CC BY-NC-ND)

A finales del siglo VI a.C., la pequeña ciudad-estado de Roma se deshizo de los grilletes de la monarquía y creó un gobierno republicano que, en teoría, aunque no siempre en la práctica, representaba los deseos de sus ciudadanos. A partir de esta base, la ciudad pasaría a conquistar toda la península italiana y gran parte del mundo mediterráneo y más allá. La República y sus instituciones de gobierno perdurarían cinco siglos, hasta que, destrozada por las guerras civiles, se transformó en un principado gobernado por emperadores. Incluso entonces perduraron muchos de los órganos políticos, especialmente el Senado, creados en el periodo republicano, aunque con su poder mermado.

Mito y leyenda

Los años anteriores al surgimiento de la República se pierden en el mito y la leyenda. No ha sobrevivido ninguna historia escrita contemporánea de este periodo. Aunque gran parte de esta historia se ha perdido, el historiador romano Livio (59 a. C. - 17 d. C.) pudo escribir una notable Historia de Roma (142 volúmenes) que relata los años de la monarquía hasta la caída de la República. Sin embargo, gran parte de su historia, especialmente la de los primeros años, se basó en mitos y relatos orales. En contra de algunas interpretaciones, la caída de la monarquía y el nacimiento de la república no se produjeron de la noche a la mañana. Algunos incluso afirman que no estuvo exenta de derramamiento de sangre. La historiadora Mary Beard, en su obra SPQR, escribió que la transformación de la monarquía en república "se produjo a lo largo de un período de décadas, si no de siglos".

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Antes del derrocamiento del último rey, Tarquinio el Soberbio o Tarquino el Orgulloso, en el año 510 a. C., la historia de la ciudad está plagada de historias de valor y guerra. Incluso su fundación es en su mayor parte una leyenda, y muchos han preferido el mito a la realidad. Durante años, Roma había admirado la cultura helénica de los griegos, por lo que no le costó adoptar la historia de Eneas y la fundación de Roma, tal y como la escribió el autor romano Virgilio en su saga heroica La Eneida. Esta historia proporcionó a los romanos un vínculo con una cultura antigua, aunque fuera griega. Este relato mítico trata de Eneas y sus seguidores que, ayudados por la diosa Venus, escaparon de la ciudad de Troya cuando cayó en manos de los griegos en la Guerra de Troya. A o largo del relato, la esposa de Júpiter, Juno, interfiere constantemente con el héroe de la historia, Eneas. Tras una breve estancia en Cartago, Eneas se marcha a Italia y al Lacio, cumpliendo finalmente su destino. Sus descendientes fueron los gemelos Rómulo y Remo, hijos ilegítimos de Marte, el dios de la guerra, y la princesa Rea Silvia, hija del verdadero rey de Alba Longa. Rescatado de morir ahogado por una loba y criado por un pastor, Rómulo acabó derrotando a su hermano en la batalla y fundó la ciudad de Roma, convirtiéndose en su primer rey. Así cuenta la leyenda.

The Meeting of Dido and Aeneas
Encuentro entre Dido y Eneas
Nathaniel Dance-Holland (Public Domain)

Los primeros años

Tras la salida de Tarquino, Roma sufrió conflictos externos e internos. El siglo V a. C. fue en su mayor parte un siglo de luchas en vez de un siglo de prosperidad. Desde el 510 a. C. hasta el 275 a. C., mientras el gobierno lidiaba con una serie de problemas políticos internos, la ciudad creció hasta convertirse en la potencia dominante de toda la península itálica. Desde la batalla del lago Regilio (496 a. C.), en la que Roma salió victoriosa frente a los latinos, hasta las guerras pírricas (280 - 275 a. C.) contra Pirro de Epiro, Roma emergió como una superpotencia dominante y guerrera en Occidente. A través de esta expansión, la estructura social y política de la República fue evolucionando. La ciudad creó un nuevo gobierno partiendo de este sencillo comienzo, un gobierno que un día dominaría un área desde el Mar del Norte hacia el sur a través de la Galia y Germania, hacia el oeste hasta Hispania, y hacia el este hasta Grecia, Siria y el norte de África. El vasto mar Mediterráneo se convirtió en un lago romano. Estas tierras permanecerían bajo el control de Roma durante toda la República y hasta bien entrada la época de formación del Imperio Romano.

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El gobierno de la República

Sin embargo, antes de poder convertirse en esta fuerza militar dominante, la ciudad debía tener un gobierno estable, y era primordial que evitaran la posibilidad de que un individuo se hiciera con el control. Al final, se creó un sistema que mostraba un auténtico equilibrio de poder. Tras la caída de la monarquía, la República quedó en principio bajo el control de las grandes familias, los patricios, de la palabra patres o "padres". Solo estas grandes familias podían ocupar cargos políticos o religiosos. El resto de los ciudadanos o plebeyos no tenían autoridad política, aunque muchos eran tan ricos como los patricios. Sin embargo, para disgusto de los patricios, este acuerdo no podía ni debía durar.

Las tensiones entre las dos clases siguieron creciendo, especialmente porque los residentes más pobres de la ciudad formaban el grueso del ejército. Se preguntaban por qué debían luchar en una guerra si todos los beneficios eran para los ricos. Finalmente, en el año 494 a. C. los plebeyos se declararon en huelga, se reunieron en las afueras de Roma y se negaron a moverse hasta que se les concediera representación; fue el famoso Conflicto de Órdenes o la Primera Sucesión de la Plebe. La huelga funcionó y los plebeyos fueron recompensados con una asamblea propia: el Concilium Plebis o Consejo de la Plebe.

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Cicero Denounces Catiline
«Cicerón denuncia a Catilina» fresco de C. Maccari
Cesare Macari (Public Domain)

Aunque el gobierno de Roma nunca pudo considerarse una verdadera democracia, proporcionó a muchos de sus ciudadanos (excluidas las mujeres) la posibilidad de opinar sobre el gobierno de su ciudad. A través de su rebelión, los plebeyos habían entrado en un sistema en el que el poder residía en una serie de magistrados (el cursus honorum) y en varias asambleas. Este poder ejecutivo o imperium residía en dos cónsules. Elegido por la Comitia Centuriata, un cónsul gobernaba solo durante un año, presidía el Senado, proponía leyes y comandaba los ejércitos. De forma exclusiva, cada cónsul podía vetar la decisión del otro. Una vez finalizado su mandato, podía convertirse en procónsul y gobernar uno de los muchos territorios de la república, lo que suponía un nombramiento que podía hacerle bastante rico.

Magistrados y funcionarios

Había varios magistrados menores: un praetor (el único otro funcionario con poder de imperium) que actuaba como funcionario judicial con jurisdicción civil y provincial, un quaestor o administrador financiero, y el aedile que supervisaba el mantenimiento urbano, como las carreteras, el suministro de agua y alimentos, y los juegos y festivales anuales. Por último, estaba el codiciado cargo de censor, que solo duraba 18 meses y era elegido cada cinco años, era el encargado del censo, que revisaba la lista de ciudadanos y sus propiedades. Podía incluso destituir a los miembros del Senado por comportamiento indecoroso. Sin embargo, había un último cargo: el de dictador, único en su género, al que se otorgaba autoridad total y solo se nombraba en tiempos de emergencia, en general por un periodo de seis meses. El más famoso, por supuesto, fue Julio César, que fue nombrado dictador de por vida.

Las asambleas

Además de los magistrados, también había una serie de asambleas, que eran la voz del pueblo (solo de los ciudadanos varones), lo que permitía que se escucharan las opiniones de algunos. La más importante de todas las asambleas era el Senado romano (un vestigio de la antigua monarquía). Aunque no recibía remuneración, el puesto de senador era vitalicio, a menos que fuera destituido por un censor por mala conducta pública o privada. Este órgano no tenía un verdadero poder legislativo, ya que solo actuaba como asesor del cónsul y, posteriormente, del emperador, aun así seguía teniendo una autoridad considerable. Los senadores podían proponer leyes, supervisar la política exterior, la administración civil y las finanzas. El poder de promulgar leyes, sin embargo, se otorgaba a las asambleas populares. Todas las propuestas del Senado debían ser aprobadas por una de las dos asambleas populares: la Comitia Centuriata, que además de promulgar leyes también elegía cónsules y declaraba la guerra, y el Concilium Plebis, que transmitía los deseos de la plebe a través de sus tribunos elegidos. Estas asambleas se dividían en bloques y cada uno de ellos votaba como una unidad. Además de estos dos grandes órganos legislativos, había también una serie de asambleas tribales más pequeñas.

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The Curia
La Curia
Chris Ludwig (Copyright)

El Concilium Plebis surgió como resultado del Conflicto de Órdenes, un conflicto entre los plebeyos y los patricios por el poder político. En el Concilium Plebis, sus miembros, además de aprobar las leyes pertinentes a los deseos de los plebeyos, elegían a los tribunos que harían de portavoces. Aunque este "Consejo de la Plebe" inicialmente dio a los plebeyos cierta voz en el gobierno, no resultó suficiente. En el año 450 a. C. se promulgó la Ley de las XII Tablas con el fin de aplacar una serie de preocupaciones de la plebe. Se convirtió en el primer código de derecho romano del que se tiene constancia. Las Tablas abordaban los problemas domésticos haciendo hincapié en la vida familiar y la propiedad privada. Por ejemplo, no solo se prohibía encarcelar por deudas a los plebeyos, sino que además se les concedía el derecho a apelar la decisión de un magistrado. Más adelante, los plebeyos podrían incluso casarse con patricios y convertirse en cónsules. Con el tiempo, los derechos de los plebeyos siguieron aumentando. En 287 a.C., la Lex Hortensia declaró que todas las leyes aprobadas por el Concilium Plebis eran vinculantes tanto para plebeyos como para patricios.

El crecimiento de Roma

Este gobierno único permitió que la República creciera mucho más lejos de las murallas de la ciudad. La victoria en las tres guerras púnicas (264-146 a. C.) contra Cartago fue el primer paso para que Roma se extendiera más allá de los confines de la península. Tras años de guerra y el bochorno de la derrota a manos de Aníbal, el Senado siguió finalmente el consejo del franco Catón el Viejo que dijo "Carthago delenda est!" o "¡Cartago debe ser destruida!". La República se consolidó como una auténtica potencia mediterránea con la destrucción de Cartago tras la batalla de Zama en el año 146 a. C. y la derrota de los griegos en las cuatro guerras macedónicas consolidaron a la República. La sumisión de los griegos trajo a Roma la rica cultura helenística, es decir, su arte, filosofía y literatura. Por desgracia, a pesar del crecimiento de la República, el gobierno romano nunca estuvo destinado a dirigir un imperio. Según el historiador Tom Holland en su obra Rubicón, la República siempre pareció estar al borde del colapso político. La antigua economía agraria no podía ni quería ser transferida con éxito y sólo ampliaba aún más la brecha entre ricos y pobres.

The Western Mediterranean 264 BCE
El Mediterráneo occidental, 264 a.C.
Jon Platek (CC BY-SA)

Sin embargo, Roma era algo más que un estado guerrero. En casa, los romanos creían en la importancia de la familia y en el valor de la religión. También creían que la ciudadanía o civitas definía lo que significaba ser verdaderamente civilizado. Este concepto de ciudadanía pronto se puso a prueba cuando los territorios romanos comenzaron a desafiar la autoridad romana. Sin embargo, este constante estado de guerra no solo había enriquecido a la República, también había contribuido a moldear su sociedad. Tras las guerras macedónicas, la influencia de los griegos afectó tanto a la cultura como a la religión romanas. Los dioses tradicionales romanos se transformaron bajo esta influencia griega. En Roma no importaba la expresión de las creencias personales, sino la estricta adhesión a un conjunto rígido de rituales, por lo que se evitaban los peligros del fervor religioso. Se construyeron templos en honor a estos dioses por todo el imperio.

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En otros lugares de Roma, la división de las clases se podía ver mejor dentro de las murallas de la ciudad, en las viviendas. Roma era un refugio para muchos que abandonaban las ciudades y granjas de los alrededores en busca de una forma de vida mejor. Sin embargo, la promesa incumplida de puestos de trabajo obligó a muchas personas a vivir en las zonas más pobres de la ciudad. Los empleos que buscaban a menudo no existían, lo que dio lugar a una epidemia de habitantes sin hogar. Mientras muchos de los ciudadanos más ricos residían en la colina del Palatino, otros vivían en apartamentos destartalados superpoblados y extremadamente peligrosos: muchos vivían con miedo constante a incendios y derrumbamientos. Aunque había tiendas y viviendas más adecuadas en los pisos inferiores, los superiores eran para los residentes más pobres, sin luz natural, ni agua corriente, ni aseos. Las calles estaban mal iluminadas y, como no había policía, había delincuencia por todas partes. Los desechos, incluso los humanos, se arrojaban a las calles de forma rutinaria, lo que no solo provocaba un terrible hedor sino que servía de caldo de cultivo para las enfermedades. Todo esto se sumaba a una población ya descontenta.

Los hermanos Graco

Esta lucha continua entre los que tienen y los que no tienen se mantendrá hasta el desmoronamiento final República. Sin embargo, hubo algunos en el poder que intentaron encontrar una solución a estos problemas. En el siglo II a. C., dos hermanos, ambos tribunos, intentaron realizar los cambios necesarios, pero no lo consiguieron. Entre una serie de propuestas de reforma, Tiberio Graco sugirió dar tierras a los desempleados y a pequeños agricultores. Por supuesto, el Senado, compuesto por muchos grandes terratenientes, se opuso con vehemencia. Incluso el Concilium Plebis rechazó la idea. Aunque su sugerencia acabó convirtiéndose en ley, no pudo aplicarse. Pronto se produjeron disturbios y 300 personas, entre ellas Tiberio, fueron asesinadas. Por desgracia, a su hermano le esperaba un destino similar.

Aunque Cayo Graco también apoyaba la idea del reparto de tierras, su destino quedó sellado cuando propuso dar la ciudadanía a todos los aliados romanos. Al igual que su hermano mayor, sus propuestas encontraron una considerable resistencia. Unos 3000 de sus partidarios fueron asesinados y él optó por el suicidio. El fracaso de los hermanos para lograr un cierto equilibrio en Roma sería uno de los muchos indicadores de que la República estaba herida de muerte. Más tarde, otro romano se alzaría para iniciar una serie de reformas. Sula y su ejército marcharon sobre Roma y tomaron el poder y derrotaron a su enemigo Cayo Mario. Al asumir el poder en el 88 a. C., Sula derrotó rápidamente al rey Mitrídates del Ponto en Oriente y aplastó a los samnitas con la ayuda de los generales Pompeyo y Craso, depuró el Senado romano (80 fueron asesinados o exiliados), reorganizó los tribunales y promulgó una serie de reformas. Se retiró pacíficamente en el año 79 a. C.

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Sulla
Sula
Carole Raddato (CC BY-SA)

La caída de la República

A diferencia del Imperio, la República no cayó por una amenaza externa, sino por una interna: la incapacidad de la República para adaptarse a un imperio en constante expansión. Incluso las antiguas profecías sibilinas predecían que el fracaso llegaría internamente, no por invasores extranjeros. Hubo varias de estas advertencias internas. La demanda de ciudadanía por parte de los aliados romanos fue una muestra de este malestar: las llamadas Guerras Sociales del siglo I a. C. (90 - 88 a. C.). Durante años, los aliados romanos habían pagado tributos y proporcionado soldados para la guerra, pero no eran ciudadanos. Al igual que sus congéneres plebeyos años antes, deseaban tener representación. Fue necesaria una rebelión para que las cosas cambiaran. A pesar de que el Senado había advertido a los ciudadanos romanos de que conceder la ciudadanía a estas personas sería peligroso, finalmente se concedió la ciudadanía plena a todas las personas (excluidos los esclavos) de toda la península itálica. Más tarde, Julio César extendería la ciudadanía más allá de Italia y la concedería a los pueblos de Hispania y la Galia.

En esta época, la ciudad fue testigo de una grave amenaza para su propia supervivencia cuando Marco Tulio Cicerón, estadista y poeta romano, descubrió una conspiración dirigida por el senador romano Lucio Sergio Catilina para derrocar al gobierno romano. Cicerón también creía que la República estaba decayendo debido a la decadencia moral. Problemas como éste, junto con el miedo y el malestar, llamaron la atención de tres hombres en el año 60 a. C.: Julio César, Cneo Pompeyo y Marco Licinio Craso. Craso se había hecho famoso por su derrota de Espartaco y sus seguidores en el 71 a. C., Pompeyo se había distinguido tanto en Hispania como en Oriente y César había demostrado ser un hábil comandante. Juntos, los tres hombres formaron lo que los historiadores han llamado Primer Triunvirato o Banda de Tres. Durante casi una década controlaron consulados y mandos militares. Después de que César dejara el cargo de cónsul en el 59 a. C., se trasladó con su ejército al norte, a la Galia y a Germania. Pompeyo se convirtió en gobernador de Hispania (aunque gobernaba desde Roma) mientras Craso se fue al este en busca de fama donde, por desgracia para él, acabó siendo derrotado y muerto en la batalla de Carras.

La creciente tensión entre Pompeyo y César fue en aumento. Pompeyo estaba celoso del éxito y la fama de César, mientras que éste último quería volver a la política. Finalmente, estas diferencias les llevaron a la batalla, y en el 48 a. C. se enfrentaron en Farsalia. Pompeyo fue derrotado y escapó a Egipto donde fue asesinado por Ptolomeo XIII. César cumplió su destino asegurando tanto las provincias orientales como el norte de África y regresó a Roma como un héroe para ser declarado dictador vitalicio. Muchos de sus enemigos, así como varios aliados, vieron su nueva posición como una seria amenaza para la fundación de la República, y a pesar de una serie de reformas populares, su asesinato en los idus de marzo del año 44 a. C. dejó a la República a los pies de los caballos. Su heredero e hijastro Octavio sometió a Marco Antonio y finalmente se convirtió finalmente en el primer emperador de Roma como Augusto. La República pereció y sobre sus cenizas se levantó el Imperio romano.

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Bibliografía

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Sobre el traductor

Miriam López
I'm a translator and interpreter in an ever-changing world. I love languages and getting to know other cultures. Travelling has become the nearest way to learn from each other these days.

Sobre el autor

Donald L. Wasson
Donald impartió clases de Historia de la Antigüedad, de la Edad Media y de los Estados Unidos, en el Lincoln College (Normal, Illinois) y desde que comenzó a estudiar sobre Alejandro Magno, siempre ha sido y será un estudiante de historia. Le ilusióna transmitir conocimientos a sus alumnos.

Cita este trabajo

Estilo APA

Wasson, D. L. (2016, abril 07). La República romana [Roman Republic]. (M. López, Traductor). World History Encyclopedia. Recuperado de https://www.worldhistory.org/trans/es/1-560/la-republica-romana/

Estilo Chicago

Wasson, Donald L.. "La República romana." Traducido por Miriam López. World History Encyclopedia. Última modificación abril 07, 2016. https://www.worldhistory.org/trans/es/1-560/la-republica-romana/.

Estilo MLA

Wasson, Donald L.. "La República romana." Traducido por Miriam López. World History Encyclopedia. World History Encyclopedia, 07 abr 2016. Web. 04 oct 2024.

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