El tiempo ha visto el auge y caída de un número de grandes imperios - los Babilonios, los Asirios, los Egipcios y por último, los Persas. Sin importar el tamaño o las habilidades de sus ejércitos o de las capacidades de sus líderes, todos estos imperios cayeron en la ruina. La historia ha demostrado que una de las muchas razones para este declive final era la vasta extensión del imperio - simplemente crecieron muy grandes para ser administrados, siendo susceptibles a fuerzas tanto internas como externas. Uno de los más grandes de esos imperios fue, desde luego, el imperio Romano. A través de los siglos creció desde una pequeña ciudad italiana hasta controlar las tierras a lo largo de Europa, los Balcanes, el Medio oriente y el norte de África.
Población y crecimiento
Desafortunadamente es difícil obtener datos precisos del número de personas que vivían, en cualquier momento, en el imperio Romano. Cualquier cálculo poblacional proviene del censo, pero los censos romanos podían o no haber incluido mujeres y niños por debajo de cierta edad. El censo era empleado no solo para determinar la población, sino también, para recaudar impuestos y alimentar a los habitantes. En tanto el censo se basaba en la propiedad y la ciudadanía, es necesario preguntarse quiénes estaban incluidos en este recuento final. Así mismo, probablemente los esclavos no se incluían tampoco y de acuerdo con una estimación había entre un millón y medio y dos millones de esclavos en Italia en el siglo primero a.C.
En el comienzo, antes de la República, la ciudad de Roma tenía una población estimada de tan solo unos miles de habitantes. Para el siglo sexto a.C. en el exilio de los reyes, la población de la ciudad había crecido entre 20.000 y 30.000 habitantes (de nuevo, este cálculo puede haber incluido o no mujeres y niños). Mientras la ciudad creció de la mano con el crecimiento del imperio, Roma se convirtió en un imán para artistas, mercaderes y en general para las personas de todos los estilos de vida - en particular aquellos que estaban en busca de fuentes de trabajo. Al inicio del período imperial, la ciudad tenía cerca de un millón de residentes. Durante este mismo tiempo, el imperio creció de 4.063.000 habitantes en el año 28 a.C. a 4.937.000 habitantes en el año 14 d.C. Este último dato fue un punto de gran orgullo para el emperador tal y como lo escribió Augusto en su Res Gestae. Fue el propio Augusto el que dijo: "Me encontré una ciudad de ladrillos y la dejé vestida de mármol". Esta cita puede estar reflejando también el crecimiento del imperio tanto en personas como en territorios.
Desde una ciudad pequeña en el extremo occidental de Italia, Roma - o el imperio - creció para incluir un territorio desde el Mar del Norte a la mayoría de la región que circunda el Mar Mediterráneo. Hacia el norte estaban Britania, Germania y Galia. Al occidente y alrededor del norte de África el imperio incluía a Hipania, Mauritania y Numidia. Hacia el oriente y en el Medio oriente estaban Egipto, Judea, Siria, Partia y Asia menor. Cerca de Italia y hacia el este estaban Macedonia, Grecia, Mesia y Dacia. También habría que incluir las islas de Córcega, Cerdeña y Sicilia. A lo largo del imperio existían ciudades de entre 100.000 y 300.000 habitantes - Alejandría, Cartago, Antioquía, Pérgamo, Éfeso, y Lyon. Sin embargo, como todos los que lo antecedieron, el imperio Romano no pudo resistir y finalmente cayó ante una invasión desde el norte en el año 476 a.C. Para comprender la extensión de este gran imperio, es necesario remontarse a los comienzos en el inicio del siglo sexto a.C.
Justificación para la expansión
En el año 510 a.C. la monarquía que controlaba Roma fue derrocada y el rey Tarquino el Soberbio exiliado. Desde ese momento en adelante - durante varios de los siglos siguientes - Roma continuó creciendo y expandiendo su esfera de influencia a través de la región del Mediterráneo. A pesar de las fuerzas tanto internas como externas, el mar se convirtió en lo que se ha denominado un lago romano. Este asombroso crecimiento en la República temprana se extendió a la era imperial, culminando con el período de la Pax Romana - su versión de paz y estabilidad.
Sin embargo, para lograr esta inmensa expansión Roma tuvo que convertirse en lo que los historiadores llaman un estado guerrero. Este estado constante de guerra no solo generó riqueza en Roma, sino que también ayudó a modelar la sociedad romana. Sus conquistas de los Balcanes y Grecia tuvieron influencia en el arte, la arquitectura, la literatura y la filosofía romanas, pero el crecimiento no continuaría y al final, el imperio dejó de ser una fuerza de conquista para convertirse en una fuerza más de pacificación y gestión. Durante sus guerras de expansión, los romanos nunca se consideraron agresores. De acuerdo con un historiador, en su mente las guerras se libraron solamente para subyugar a los enemigos que creían eran una amenaza real a la "integridad romana". El estadista y escritor Cicerón creía que la única razón para la guerra era que Roma pudiera vivir en paz.
La República se expande en Italia
El mejor lugar para comenzar es al inicio: la conquista de la península itálica. Después de la caída de la monarquía y la creación de la República, la ciudad de Roma, cualquiera que hayan sido las razones, buscó crecer más allá de sus siete colinas y este crecimiento significó, antes que nada, la conquista de toda Italia. Este deseo no pasó desapercibido por las comunidades aledañas que, para prevenir cualquier posible guerra, formaron lo que se llamó la Liga Latina. Sus temores se hicieron realidad cuando la guerra estalló cerca de la ciudad de Tusculum en las orillas del lago Regilo. Durante una batalla bien librada, las tropas romanas fueron supuestamente reunidas para la victoria, de acuerdo con la leyenda, por la aparición a lomo de caballo de Cástor y Pólux los hermanos gemelos de Helena de Troya. De acuerdo con el tratado negociado por Espurio Casio Viscelino en el 393 a.C., la victoria trajo como resultado la confiscación y el saqueo de las tierras de Lacio. A manera de condición adicional, la gente de Lacio tenía que proveer soldados a Roma en el caso de futuros conflictos. Esta última condición quedaría como una plantilla adicional para todos los futuros tratados romanos. La alianza latina con Roma ayudó a derrotar a muchos de sus vecinos cercanos, vecinos que con frecuencia habían asaltado tierras romanas: los Sabinos, los Ecuos y los Volscos. A lo largo del tiempo, Roma tomó de nuevo la ofensiva derrotando y destruyendo Veli.
A pesar de la invasión de los Galos por el norte en el 390 a.C. y del casi colapso de la ciudad, Roma fue capaz de reconstruirse rápidamente fortificando sus muros, continuando su conquista de la península. En el siglo cuarto a.C. los Samnitas, un grupo humano asentado al sureste de Roma, capturaron Capua, una ciudad localizada en Campania, provincia ubicada justo al sur de Roma. En virtud de un tratado, la gente de Capua apeló a Roma por ayuda. De ese modo, entre el 343 y el 342 a.C., ocurrieron una serie de escaramuzas cortas entre Roma y los Samnitas cuyo resultado fue que Roma obtuviera el control de Campania. Sin embargo, los conflictos conocidos como las guerras Samnitas, no terminaron allí.
Durante la segunda serie de conflictos del 327 al 304 a.C. las fuerzas Samnitas derrotaron a las romanas en las Horcas Caudinas en el 321 a.C., sin lograr que Roma retrocediera. Más adelante, los Samnitas hicieron alianzas con los Galos, Etruscos y Umbrios pero, durante la tercera guerra Samnita (298 a 290 a.C.) Roma aplastó a los Samnitas y sus aliados. Luego, hicieron alianzas con Apulia y con Umbria. Acabaron con los Hérnicos y los Ecuos, así como con los Marsi, los Pelignos, los Marrucinos, los Frentanos y los Vestinos, antiguos aliados de los Samnios. Roma era ahora el mayor poder de la península y para asegurar su influencia, estableció colonias a lo largo de toda Italia. Los romanos fijaron su mirada entonces en el sur.
La ciudad de Tarento, temiendo a Roma y sabiendo que eran los siguientes, apelaron a Pirro rey de la provincia occidental balcánica de Epiro. En tanto la ciudad lo había ayudado en el pasado, el rey respondió a su pedido y envió a su ejército compuesto por 21.000 soldados de infantería, 3.000 de caballería y 20 elefantes al sur de Italia. El rey resultó victorioso sobre Roma dos veces: en Heraclea en el 280 a.C. y en Ásculo en el 279 a.C. Pese a ello, durante las guerras tempranas con los Samnitas, los romanos no admitieron su derrota y pronto se recuperaron saliendo victoriosos en Benevento. Para el 270 a.C. toda Magna Grecia, las áreas alrededor de la bota sur de Italia, fueron anexadas por las legiones romanas. Esta expansión a la larga les trajo un conflicto con otra de las grandes ciudades pasando el mar: Cartago.
Las Guerras Púnicas y la expansión sur
Con un aumento de ingresos por la conquista de la península, Roma era capaz de enfocar su mirada más al sur a través del Mediterráneo a la antigua ciudad fenicia de Cartago. Del 264 a.C. al 146 a.C. ambos poderes se enfrentarían en una serie de tres guerras conocidas como las Guerras Púnicas. Púnica era el nombre romano para Cartago. Las guerras comenzaron de forma bastante inocente cuando Roma se vio involucrada en el asunto a causa de la ciudad siciliana de Mesina, una ciudad junto con la vecina Siracusa, que pronto se convertiría en su aliada. A los romanos no les gustaba la presencia de Cartago en la isla (Sicilia) y cuando Roma reaccionó al llamado de Mesina la guerra comenzó. De igual forma a Cartago le molestaban las ambiciones romanas en Sicilia y con la esperanza de sacar a los "invasores" de la isla comenzaron una serie de ataques a lo largo de la costa italiana.
En tanto Roma era más un poder terrestre y Cartago uno naval, la ciudad rápidamente se dio cuenta de sus limitaciones y comenzó a construir una flota más grande de naves para contrarrestar la ventaja de los Cartagineses. Sabiamente, los romanos añadieron un corvus o rampa de abordaje a cada una de sus naves. Este dispositivo les permitió a los romanos atravesar los barcos de sus oponentes, abordarlos y convertir una batalla naval en una batalla terrestre. Después de intercambiar victorias - Roma en Millas y Cartago en Despana - se hicieron intentos fallidos para negociar un tratado. Tras nuevas victorias romanas en el 241 a.C. Cartago pidió la paz. No solo la ciudad derrotada tuvo que pagar un tributo, sino que Roma también ganó la isla de Sicilia la cual fue su primera provincia por fuera de la península itálica. Posteriormente, Roma capturaría las islas de Córcega y Cerdeña.
La segunda Guerra Púnica comenzó cuando Cartago amplió su presencia en España, algo que finalmente alarmaría al senado romano. Un tratado temprano entre Roma y Cartago tenía una frontera fija entre las dos ciudades en el río Ebro, pero la invasión de la ciudad de Sagunto por Aníbal - hijo del general cartaginés Amílcar Barca - daría un giro a esto. Antes, a la edad de nueve, Aníbal había prometido a su padre que buscaría venganza contra los romanos por la pérdida en la primera guerra. Dado que el interés de Roma en ese momento estaba centrado en Iliria y en Filipo V, Roma no acudió en ayuda de la ciudad. Aníbal entonces la convirtió en una base de operaciones para futuras incursiones a lo largo de toda España y para su eventual cruce de los Alpes hasta territorio romano en el 218 a.C. Esta última movida finalmente presionó a que la ciudad tomara partido y la guerra comenzó. Aníbal había acumulado un número de aliados mientras cruzaba las montañas y en la propia península, especialmente los Galos que odiaban a los romanos.
Aníbal y su ejército causaron pánico a través de Italia, pero a pesar de la amenaza, los aliados de Roma permanecieron leales y no se unieron a las filas de Aníbal. Sin embargo, aunque Aníbal acumuló victoria tras victoria, el general no se decidió a atacar la ciudad de Roma por razones que permanecen desconocidas. En la batalla de Cannas los romanos sufrirían una de sus grandes derrotas, pero al margen de la pérdida, las legiones no fueron sometidas. Aníbal permaneció en Italia por más de 15 años. Bajo el liderazgo de Fabio Máximo, los romanos evitaron más conflictos dañinos mediante la política de tierra arrasada: se utilizaron grupos de asalto y se quemaron los cultivos. El desespero de Aníbal y sus hombres creció, sin que se escucharan noticias de apoyo desde Cartago.
Para contrarrestar mejor a Aníbal los romanos decidieron que era mejor no atacarlo de frente. En cambio, el Senado envió a Cneo Cornelio Escipión y a su hermano Plubio a atacar las posesiones cartaginesas en España. Por fortuna, después de que ambos fueran asesinados en batalla, el hijo de Publio (también Plubio Cornelio Escipión) reorganizó el ejército desgarrado e introdujo una espada corta, la gladus y una nueva y mejor lanza, el pilium. Él reunió sus fuerzas y en conjunto atacaron al enemigo en Nova Carthago (Nueva Cartago). Temiendo que Roma pudiera atacar su propia ciudad, los líderes cartagineses llamaron a Aníbal de Italia en el año 204 a.C. Lamentablemente, Cartago sufrió una rotunda derrota en la batalla de Zama en el 202 a.C., aunque Aníbal pudo escapar con vida y luego retomar su venganza contra Roma en la tercera Guerra Macedónica cuando se alió con Antíoco III.
Las guerras entre las dos grandes ciudades llegaron a su fin en la tercera Guerra Púnica cuando Roma atacó Cartago por segunda vez en el año 146 a.C. El fin de la ciudad llegó cuando el senador romano Catón el Viejo se levantó ante el senado y pronunció "Carthago delenda est" o "Cartago debe morir". En respuesta a este desafío la ciudad fue arrasada, la tierra salada y las personas esclavizadas. Los territorios que alguna vez pertenecieron a Cartago - España y el norte de África - entraron a formar parte de la República romana. Poco tiempo después, Roma se anexaría las provincias de Lusitania (actual Portugal) en el 133 a.C. y el sur de Galia en el 121 a.C. Roma tenía el control de todo el Mediterráneo occidental.
Roma mira al este
Luego, Roma movió su atención hacia los Balcanes y Grecia en el este, un anhelo que provocaría las cuatro Guerras Macedónicas o Ilirias. Roma siempre había admirado la cultura helenística, la cultura inspirada por Alejandro Magno. Sin embargo, buena parte de la península griega se encontraba en agitación tras la muerte de Alejandro y las guerras de sucesión. Y, cuando el rey macedonio Filipo V (el antiguo aliado de Aníbal) comenzó a expandir su influencia en Grecia, luego Roma por invitación, entró en el conflicto. Roma había objetado, desde luego, la interferencia del rey luego de su derrota en Cannas. Aunque el Senado se mostró reacio a declarar la guerra reconoció la gravedad de la agresión macedonia. Los griegos por otra parte le dieron la bienvenida a los romanos y a su subsecuente victoria sobre las fuerzas macedonias en la Batalla de Cinoscéfalas en el 197 a.C. Posteriormente Grecia quedó bajo el paraguas de la protección de Roma. Finalmente, Roma se retiró por completo en el 194 a.C., recurriendo a la diplomacia en vez del uso de la fuerza bruta.
Más adelante en el 191 a.C., Antíoco de Siria movió su ejército hacia Grecia. Su victoria fue corta y fue derrotado por el comandante romano Lucio Cornelio Escipión en la batalla de Magnesia en el 189 a.C. Esta batalla no terminaría con la confrontación en tanto la guerra se reanudaría más tarde bajo el liderazgo de Perseo hijo de Filipo. La tercera Guerra Macedónica terminaría con su derrota en la Batalla de Pidna en el 168 a.C. Finalmente, los conflictos acabarían por fin con la derrota de Antíoco IV y la paz se finalizó en el año 146 a.C., el mismo año que la victoria romana de Zama. Después de aplacar varias revueltas a lo largo de la península, Roma estaba ahora en control tanto de los Balcanes como de Grecia y para demostrarlo, la ciudad de Corinto fue arrasada. Menos de una década después, Roma se anexó Cilicia en Asia menor y Cirene en el norte de África.
La expansión oeste y el control del Mediterráneo
Desde el año 219 a.C. en adelante, Roma había logrado dominar sobre el Mediterráneo, contralando partes del norte de África, España, Italia y los Balcanes. Esto trajo consigo grandes riquezas a la República y el resto pronto quedó bajo su control. Pompeyo el Grande "redibujaría el mapa" en el Mediterráneo oriental desde el Mar Negro hasta Siria y hacia Judea. Mitradates del Ponto significaba una amenaza al poder de Roma en Asia menor, atacando las provincias en la costa oeste de lo que hoy es Turquía. Su muerte traería poder para su hijo y paz con Roma. Entre los años 66 y 63 a.C., Pompeyo marchó desde las montañas del Cáucaso al Mar Rojo. Muchos de los pequeños reinos situados en el camino pasaron a ser estados clientes de Roma o aliados, en tanto fueron obligados a brindar refuerzos al ejército romano. Entre estos estados se encontraba Ponto, Capadocia, Bitinia, Judea, Palestina y para el 65 a.C., Armenia. En África Mauritania, Algeria y Marruecos pasaron a ser estados clientes.
Mientras Pompeyo estaba ocupado en el este, Julio César luchó las Guerras Gálicas, anexando toda Galia y aparentemente matando a un millón de personas y esclavizando otro millón para lograrlo. A pesar del intento fallido por invadir Britania las fronteras norte de la República ahora se extendían a los bancos del Danubio y el Rin. Luego de sus conquistas en el norte, el futuro "dictador de por vida" cruzó el Rubicón hacia Roma. Después de su asesinato, su hijo adoptivo y sucesor Octaviano (posteriormente el emperador Augusto) derrotó a Marco Antonio y Cleopatra en la Batalla de Accio dando como resultado la anexión de Egipto como una provincia romana. Augusto se convertiría en el nuevo emperador y el Imperio nacía y con él, una era conocida como la Pax Romana o Paz Romana emergió.
Mantener el Imperio
Al margen de los deseos del emperador por expandir más allá los límites de su imperio, el crecimiento imperial llegaría a su fin en el año 9 d.C. en Germania cuando el comandante Plubio Quintilio Varo perdió tres legiones romanas - cerca del 10% de las fuerzas armadas de Roma - en la Batalla del bosque de Teutoburgo. Las victorias militares no serían de aquí en adelante para la expansión y la conquista, sino más bien para la defensa en contra de fuerzas internas y externas a partir de disturbios, rebeliones y levantamientos. Posteriormente hubo una expansión limitada: Calígula (37 - 41 d.C.) trató de conquistar Britania, pero falló, mientras que su tío y sucesor el Emperador Claudio (41 - 54 d.C.) de hecho lo logró en el año 44 d.C. El Emperador Trajano (98 - 117 d.C.) anexó Dacia en el 101 d.C. y Mesopotamia una década después. Esta sería la frontera más al este que el Imperio había tenido o tendría. Adriano (117-138 d.C.) comprendió la necesidad de establecer "fronteras" y renunciaría a las tierras conquistadas por Trajano. Él incluso construyó un muro en el norte de Inglaterra entre Britania y Escocia. Para él y para los emperadores futuros el Imperio necesitó de límites en tanto se convirtió en un imperio de pacificación y de romanización y no de conquista.
La división del Imperio
El tamaño del Imperio finalmente se volvió problemático: simplemente era muy grande para ser administrado y se volvió más susceptible a las invasiones bárbaras. En el 284 d.C. un nuevo emperador subió al poder. Su nombre era Diocleciano y el entendió los problemas que enfrentaba el Imperio. Había estado bajo vigilancia y un pobre liderazgo durante décadas por lo que, para restaurar la unidad, él dividió el Imperio en una tetrarquía o gobierno de cuatro. Había un emperador en el oeste, con Roma como su capital y otro emperador en el este con Nicomedia (luego Constantinopla) como su capital. Después de la caída de Roma en el año 476 d.C. la mitad oriental permaneció y con el tiempo se convirtió en el Imperio Bizantino.