Aníbal Barca (247-183 a.C.), el brillante general cartaginés de la Segunda guerra púnica (218-202 a.C.), tenía el talento militar, la experiencia y la habilidad necesarios para ganar el conflicto, pero su gobierno le negó los medios. El senado cartaginés rechazó una y otra vez las peticiones de Aníbal de ayuda y suministros a pesar de depender de que él ganara la guerra.
Esta clase de comportamiento egoísta no debió de ser ninguna sorpresa para el general, ya que el gobierno cartaginés había respondido de la misma manera a su padre, Amílcar Barca (275-228 a.C.) durante la primera guerra púnica (264-241 a.C.). Amílcar también había enviado peticiones para recibir más apoyo, y fueron ignoradas por la élite de la ciudad, que prefirió gastar el dinero de los impuestos en sus propios lujos en vez de en el bien de la población que mantenía su estilo de vida.
Aníbal siguió luchando por la gente de Cartago, a pesar del trato recibido, a lo largo de la segunda guerra púnica, y aun así nunca recibió la gratitud que se merecía. Incluso después de ser derrotado por Escipión el Africano (236-183 a.C.) en Zama en 202 a.C. siguió sirviendo a Cartago como mejor pudo, trabajando como magistrado al cargo de los pagos de la indemnización de guerra debida a Roma, e incluso entonces fue acusado de incorrección y denunciado por la élite, que valoraba más su propia comodidad y lujo que el bienestar del pueblo.
Contexto y situación
Los ejércitos de Aníbal fueron derrotados en la batalla de Zama gracias a la brillante manipulación de Escipión de las propias tácticas de Cartago, pero el inicio de esta derrota se fue desarrollando a lo largo de la segunda guerra púnica por la negativa del gobierno cartaginés de apoyar al general y sus tropas en la campaña de Italia. Al igual que hiciera con Amílcar Barca en la primera guerra púnica, el senado cartaginés le negó una y otra vez la ayuda y los refuerzos a Aníbal con la esperanza de que de alguna manera lograra derrotar a Roma sin que sus miembros tuvieran que sufrir demasiados inconvenientes para financiar las campañas.
Esta política no era nada nuevo para la aristocracia cartaginesa. Ya habían hecho lo mismo antes, especialmente en la guerra con Agatocles el tirano de Siracusa (que reinó de 317 a 289 a.C.). Esperaban que los generales se encargaran de las amenazas al estado, pero estos no recibían la clase de respaldo que necesitaban para ganar. Esto no se debía solo a que la élite no quisiera gastar dinero, sino que la aristocracia también temía que, si financiaban a un comandante, este se haría demasiado poderoso. El experto Richard Miles comenta:
Aunque estos generales se nombraban de entre las filas cartaginesas, habían sido elegidos no por [el senado] sino por toda la ciudadanía del Cartago en una asamblea popular. Solo por eso la élite sospechaba de ellos... Los puertos de Sicilia [donde los generales entrenaban a su ejército contra Agatocles] estaban a cientos de kilómetros de Cartago, y las noticias de la isla eran esporádicas y a menudo poco exactas. En tales circunstancias, era fácil que a un comandante militar se le olvidara que tenía que dar explicaciones a sus iguales. (146-147)
Por lo tanto, el senado quería cortar la habilidad del comandante de llevar a cabo la tarea misma que le habían encomendado, por lo que dependía de su buena voluntad. Al mismo tiempo, esperaban que el general ganara por ellos, tal y como apunta el historiador Timeo, que escribe: "en las guerras, promocionan a los hombres importantes al comando, dando por sentado que serían los primeros en enfrentarse al peligro por todo el estado" (Miles, 147). Sin embargo, no estaban dispuestos a darles a estos comandantes los recursos necesarios para lograr las victorias que les exigían.
Roma nunca había conocido un adversario como Aníbal, que atacara a las puertas de la ciudad, y tras la batalla de Cannas en 216 a.C. Aníbal estaba en posición de destruir Roma por completo. Contaba con las brillantes estrategias de batalla cartaginesas y el ímpetu de la victoria, pero no tenía los recursos.
Aníbal sube al poder
Según el historiador griego Polibio, el padre de Aníbal hizo que su hijo jurara la enemistad hacia Roma por toda la vida. Se dice que Aníbal hizo este juramento y a lo largo de sus campañas contra Roma, nunca faltó a él (Polibio, Historias, 3:11). Tras la primera guerra púnica, Cartago se vio obligada a pagar a Roma una cuantiosa indemnización. Amílcar fue a España, aparentemente para recaudar fondos de las minas de plata cartaginesas, pero en realidad fue a movilizar un nuevo ejército para continuar la guerra con Roma. Se llevó a su yerno, Asdrúbal el Bello (en torno a 270-221 a.C.), así como a su hijo Aníbal, que por aquel entonces no tenía más de nueve años, y más tarde haría que enviaran al hermano pequeño de Aníbal, Asdrúbal Barca (en torno a 244-207 a.C.). El estudioso Philip Matyszak apunta:
El concepto moderno del adolescente como una etapa entre la niñez y la edad adulta no existía en la antigüedad, y Aníbal recibió el mando de las tropas a una edad temprana. (23)
Cuando Amílcar murió en 228 a.C. el mando fue a parar a manos de Asdrúbal el Bello, que prefería medidas diplomáticas a la hora de lidiar con Roma. Negoció el Tratado del Ebro en 226 a.C., que estipulaba que el Ebro sería la frontera entre los territorios cartagineses y romanos de España y establecía el acuerdo por el que ninguna de las dos partes interferiría en los asuntos de la otra.
Asdrúbal fue asesinado en 221 a.C. y el ejército cartaginés eligió a Aníbal como comandante. En 219 a.C. Roma respaldó el golpe a la ciudad de Sagunto, en territorio cartaginés, y en 218 a.C. Aníbal atacó la ciudad y la tomó. Los romanos le exigieron a Cartago que entregara al general, Cartago se negó y así dio comienzo la segunda guerra púnica. Los romanos dominaron a los galos de España, que los veían como conquistadores y ocupantes, por lo que, cuando Aníbal empezó sus operaciones en Iberia, no hicieron demasiado por detenerlo y de hecho lo alentaron en sus esfuerzos.
Aníbal y sus campañas
Aníbal no solo contaba con el apoyo de la gente sino también, igual de importante, si no más, con la devoción de su ejército. No tenía más que 25 años cuando asumió el mando, y se pasaría la mayor parte de su vida en campamentos militares y campañas. El historiador Will Durant cita a Livio cuando escribe que "Era el primero en entrar en el campo de batalla y el último en marcharse" (48). El ejército de Aníbal tenía tan claro que cuidaría de ellos como que serían castigados si llegaban a decepcionarlo. De la misma manera, los habitantes de la región esperaban que Aníbal los librara de los romanos. Con tal general al mando de sus tropas, lo único que tenía que hacer Cartago era asegurarse de que tenía suficiente equipo y suministros para conquistar toda España y continuar hasta Italia para aplastar a Roma.
A diferencia de su padre, que había dependido de mercenarios en la primera guerra púnica, Aníbal reclutó a cartagineses, galos, españoles y libios que odiaban a Roma. En 218 a.C. cruzó el Ebro, adentrándose en territorio romano con 50.000 soldados de infantería y 9.000 de caballería. El ejército de Aníbal fue aumentando a medida que avanzaba porque se presentaba constantemente como un liberador de las gentes conquistadas de la región. Aníbal estaba decidido a llevar la guerra a Roma, para lo que realizó su célebre cruce de los Alpes para llegar a Italia. Tras 17 días en las montañas, las tropas de Aníbal, muy reducidas a causa de la ardua marcha, descendieron a las llanuras.
Aunque ahora contaba con menos de 26.000 soldados, Aníbal fue tomando ciudades y avanzando hacia Roma, derrotando al ejército romano, a pesar de su superioridad numérica, en el río Ticino en 218 a.C. En el lago Trasimeno, Aníbal derrotó a otro gran ejército, bajo el mando de Cayo Flaminio, en 217 a.C., haciéndose así con el control de todo el norte de Italia. En ese momento, mandó un mensaje a Cartago para pedir refuerzos y suministros. Ambos le fueron denegados. El senado cartaginés pensó que le iría mejor si el ejército se alimentaba y vivía de la tierra.
Como el ejército era demasiado pequeño como para tomar ciudades a gran escala, y como había perdido la mayoría de sus elefantes en los Alpes y no contaba con máquinas de asedio, la estrategia de Aníbal era tentar a las ciudades italianas a unirse a su causa valiéndose de una victoria tras otra y presentándose como un liberador del pueblo. Aníbal ganó contra todos los generales romanos enviados en su contra hasta que al final dejaron de mandar a más. El general romano Quinto Fabio Máximo (que vivió en torno a 280-203 a.C.) pensó que lo más prudente sería dejar de luchar y limitarse a mantener a Aníbal inmovilizado a la vez que lo privaban de alimento para su ejército sirviéndose de la técnica de tierra quemada.
Fabio entendió que Cartago no estaba suministrando provisiones a su general, así que se dedicó a jugar al gato y el ratón con Aníbal con la esperanza de que el ejército cartaginés cayera presa de las enfermedades y la inanición. A causa de esta reticencia a enfrentarse a Aníbal, lo ridiculizaron y le pusieron el mote de "el que retrasa", pero Fabio entendió que se enfrentaba a un adversario inusual y que para derrotarlo harían falta técnicas igual de inusitadas. Prescindió del proceder tradicional romano, que consistía en llevar gran cantidad de hombres para aplastar al oponente, con la esperanza de salvar las vidas de los soldados romanos. El experto Ernle Bradford comenta:
Fabio se acabó dando cuenta de que lo único que tenía que hacer era evitar la derrota. La victoria que tenía que buscar no era la tradicional en el campo de batalla, algo que la brillantez de su oponente hacía poco probable. En vez de eso, el triunfo sería a largo plazo si hacía falta. (95)
Sin embargo, en 216 a.C. el senado romano, cansado de la inactividad, eligió a Minucio Rufo (fechas desconocidas) para llevar el mando junto a Fabio. Fabio mantuvo su política de precaución, mientras que Rufo exigió actuar contra el enemigo. Fabio le entregó a Rufo la mitad de su ejército, y este lo condujo contra Aníbal cerca de la ciudad de Geronium, donde fue derrotado rápidamente. Fabio tuvo que rescatar al general más joven y a las tropas que sobrevivieron de una carnicería.
Después de esto, Fabio renunció a su puesto y los ejércitos pasaron a manos de Lucio Amelio Paulo (muerto en 216 a.C.) y Cayo Terencio Varrón (que sirvió de en torno a 218 a 200 a.C.), que siguieron la estrategia de Rufo de acción directa. Se enfrentaron a Aníbal en el campo de batalla en Cannas en agosto de 216 a.C. y el ejército romano casi fue aniquilado. Para el final de la batalla, los romanos habían sufrido 44.000 bajas de un ejército de aproximadamente 80.000 soldados, en contraposición con las 6.000 que sufrió Aníbal. Durante comenta lo siguiente sobre la victoria:
Aníbal colocó a los galos en el centro, donde esperaba que dejaran pasar a los romanos. Así ocurrió, y cuando los romanos se adentraron en el hueco que dejaron, el sutil cartaginés, en medio de la batalla, ordenó a los veteranos que se acercaran por los flancos romanos y a la caballería que se abriera paso entre los jinetes romanos y atacara a las legiones por la retaguardia. El ejército romano quedó rodeado... Fue un ejemplo magistral de liderazgo, sin igual en la historia. Puso fin a los días en que Roma dependía de la infantería y marcó las pautas de las tácticas militares durante los siguientes dos mil años. (50-51)
El general Paulo murió en la batalla junto con 80 senadores que se habían alistado en su ejército como soldados. Varrón huyó a Canusium junto con los demás supervivientes, entre los que se encontraba Publio Cornelio Escipión, que se enfrentaría a Aníbal en Zama 14 años más tarde y se haría famoso como Escipión el Africano.
Entonces Aníbal le declaró la guerra abierta a Roma. Cartago, que por fin mostró cierto interés por las continuas súplicas de su general de que le enviaran más hombres y suministros, le mandó unos pocos refuerzos y ayuda escasa. Los romanos llamaron a las armas a todos los ciudadanos disponibles; los veteranos de Cannas, así como los nuevos reclutas, rechazaron su paga. Sin embargo, Aníbal sintió que su ejército de 40.000 hombres no era suficiente como para tomar Roma y continuó con su política de enfrentamientos menores e ir ganando ciudades más pequeñas para su causa. Uno de sus ayudantes hizo el célebre comentario, "Sabes cómo lograr una victoria, Aníbal, pero no sabes cómo usarla" (Durant, 52). Tras su victoria aplastante en Cannas, esperaban que Aníbal siguiera adelante y destruyera al enemigo por completo.
Y aunque se puede entender que esta fuera la conclusión lógica tras el brillante triunfo de Cannas, de hecho, Aníbal tenía razón. No tenía suficientes hombres como para tomar Roma, e incluso si los hubiera tenido, no tenía los recursos para mantenerla. Bradford apunta que:
Aníbal era el señor indiscutible del lugar, con libertad para deambular por donde le apeteciera. Pero su ejército, reconstituido como estaba, seguía siendo un ejército de conquista, sin capacidad para llevar a cabo una guerra de asedio. No disponía de un tren de asedio, con sus torres de asalto, sus arietes y sus catapultas, ni tampoco de técnicos para esta clase de trabajo, y todo ello era esencial para poder vencer a ciudades y guarniciones y mantener el control del campo. Incluso en ese momento aparente de triunfo la debilidad principal de la posición de Aníbal estaba clara: podía conquistar pero no podía consolidar. (93-94)
Aníbal, al igual que su padre antes que él, le pedía ayuda constantemente a Cartago para ganar la guerra para su ciudad, pero, al igual que había hecho antes con Amílcar, Cartago se negó a proporcionarle lo necesario para lograr una victoria total. Rome, en ese momento, estaba débil y, lo que es más, estaba paralizada por el miedo tras su derrota en Cannas. Si Cartago hubiera satisfecho las peticiones de Aníbal, la segunda guerra púnica habría acabado con la victoria de Cartago sobre Roma. En vez de eso, Cartago no mandó más ayuda que aquello que le sobraba, y Aníbal no tuvo más opción que luchar las batallas que sabía que podía ganar.
Conclusión
Tras Cannas, Aníbal ganó casi todos los demás enfrentamientos en Italia, pero no eran más que acciones pequeñas que no consiguieron añadir más terreno. Mientras tanto, su hermano Asdrúbal, que había asumido el mando de los ejércitos cartagineses en España, había muerto en batalla y su ejército se dispersó tras la batalla del Metauro en 207 a.C. Todas las victorias logradas por Aníbal para Cartago en España e Italia se perdieron y, cuando Escipión invadió el norte de África desde Sicilia en 205, ordenaron a Aníbal regresar a casa, con lo que perdió todo el territorio que había conseguido en Italia.
Después de la batalla de Zama en 202 a.C. los ejércitos de Aníbal fueron derrotados por Escipión el Africano y Cartago cayó frente a Roma. A pesar de ser un general y estratega brillante, Aníbal acabó siendo derrotado no en el campo de batalla sino por el mismo gobierno cuyos intereses había defendido. Tras Zama Aníbal siguió sirviendo a sus compatriotas hasta que se volvieron contra él, acusándolo falsamente frente a los romanos de intentar crear un ejército para empezar otra guerra. Aníbal huyó de Cartago, y cuando sintió que los romanos por fin se le estaban acercando, se quitó la vida en 183 a.C. Cuando Cartago perdió la segunda guerra púnica la ciudad se encontró que de nuevo estaba en deuda con Roma y se vio forzada a pagar otra indemnización durante los siguientes 50 años. Tras su derrota en la tercera guerra púnica (149-146 a.C.), la ciudad fue destruida por los romanos.