Visitar Alejandría, en Egipto, es una experiencia inolvidable. Fue en su día el mayor centro cultural del Mundo Antiguo, motivo por el que rivalizó con Atenas, Grecia. Allí todo te encandila, desde la comida y la gente maravillosa hasta la presencia de la historia en cada recoveco. Pero, como no sepas lo que haces, tu viaje puede empezar con muy mal pie.
Parecía un plan bastante inocente: esperaríamos en el ferri hasta que todos se hubiesen bajado y entonces nos iríamos a explorar Alejandría. Al fin y al cabo, la cola para desembarcar era bastante larga y nada en especial parecía justificar que tuviésemos que estar de pie con el resto de los pasajeros cuando podíamos sentarnos en la cubierta superior a contemplar la ciudad.
Mi mujer, Betsy, y yo estábamos viviendo en un pueblecito de Creta llamado Gouves, justo a las afueras de la capital, Heraclión, y yo disponía de un par de semanas libres entre dos períodos lectivos. Una persona amiga nuestra nos habló del Egypto Express (un ferri que salía de Italia, paraba en Heraclión y continuaba el trayecto hasta Egipto), que organizaba escapadas de fin de semana a Alejandría a muy buen precio. Llevaba queriendo ir a Egipto desde que llegamos a Grecia, así que esta parecía la ocasión perfecta.
Al sol de la mañana, Alejandría parecía una escena onírica compuesta de minaretes, torres en lontananza, el aroma del mar Mediterráneo y un viento cálido. Quería tratar de encontrar el lugar donde en su día se levantó el antiguo faro (había oído que estaba cerca del puerto), así como la ubicación del serapeo y de la biblioteca. Aunque era mi primer viaje a Egipto y ansiaba empezar a explorar, yo ya me sentía feliz solo de estar sentado en la cubierta del barco contemplando la gran ciudad y rememorando su pasado.
Hace más de 2000 años, Alejandría era solo un pequeño puerto mercante llamado Racotis; hasta que llegó Alejandro Magno en el 331 a.C., le quitó la región a Persia y rebautizó el lugar como Alejandría. Se dice que él mismo diseñó los planos de la ciudad. Después de su muerte, su general Ptolomeo I (que reinó del 305 al 285 a.C.) se hizo con el control de Egipto y perfeccionó la idea original de Alejandro de crear uno de los centros urbanos más bellos del Mundo Antiguo. El historiador Estrabón, del siglo I d.C., reconoció que era uno de los más impresionantes que había visto jamás.
BAJO EL REINADO DE LOS PTOLOMEOS, ALEJANDRÍA SE CONVIRTIÓ EN LA JOYA DEL MEDITERRÁNEO Y EN UN CENTRO INTELECTUAL QUE RIVALIZÓ CON ATENAS.
Bajo la dinastía ptolemaica, Alejandría se convirtió en la joya del Mediterráneo y en un centro intelectual que rivalizó con Atenas. Se piensa que la legendaria biblioteca tenía más de quinientos mil libros en sus estanterías y, en cuanto al vecino serapeo (un templo dedicado a Serapis, el dios de Ptolomeo I que sincretizaba elementos egipcios y griegos), que era una obra de arte tan imponente que lo usaron como referencia en más sitios para otros grandes edificios. El faro, una de las siete maravillas de la Antigüedad, se construyó cerca del puerto, adonde llegaban barcos procedentes de toda la cuenca mediterránea para comerciar.
Ptolomeo I quería hacer realidad el sueño de Alejandro de una sociedad multicultural donde todo el mundo fuese bienvenido. La historia de la Alejandría precristiana de los primeros tiempos es la historia de la tolerancia religiosa y de la aceptación entre culturas. Su caída la precipitó precisamente lo contrario. La nueva religión del cristianismo no toleraba las religiones (más antiguas) de los judíos y los paganos de la ciudad. Así, cuando la nueva fe se hizo con el poder en el siglo IV, lo ejerció destruyendo los templos y los recintos consagrados a los viejos dioses. En el año 415, una turba cristiana asesinó en la calle a la filósofa y científica Hipatia de Alejandría, suceso que marca el inicio del declive de la ciudad para muchos estudiosos.
Un malentendido
No obstante, aquella mañana allí sentados en el barco Alejandría nos pareció magnífica. En cuanto nos dimos cuenta de que todos los demás se habían ido, decidimos empezar a explorar, así que bajamos por la pasarela a la dársena de hormigón del puerto. Había un grupo de soldados egipcios con uniformes blancos (y unas armas negras resplandecientes) discretamente apostado a unos 9 metros de nosotros. Varios de ellos habían subido previamente a bordo y todos habíamos tenido que hacer cola para mostrar nuestros pasaportes y pasar por la aduana, por lo que ahora no les presté atención. Concentrado como estaba en un obelisco que se entreveía algo más adelante medio oculto por las palmeras, tomé de la mano a Betsy para que acelerase el paso.
De repente, oí el traqueteo de unas botas pesadas sobre el asfalto… En un segundo, los soldados nos tenían rodeados y nos apuntaban todos con el arma. Con las manos en alto, les pregunté:
—¿Qué? ¿Qué problema hay? —El capitán dijo algo en egipcio con bastante aspereza, así que me pasé al griego–: To provlima?
El capitán dijo otra cosa y todos le quitaron el seguro al arma al unísono. A nosotros nos hizo el gesto de que lo siguiésemos.
Desfilamos por el puerto flanqueados por los soldados, con el capitán a la cabeza. Tomé de la mano a Betsy, pero los dos estábamos tan asustados que ni nos podíamos mirar. Algo más adelante había un hangar muy grande para aviones, al que todos accedimos a través de un arco enorme. Tenían instaladas mesas a ambos lados de un pasillo bastante ancho y varios agentes de aduanas estaban archivando impresos o escribiendo en ellos. Justo en el extremo opuesto a nosotros, había otra arcada con dos puertas abiertas, una a cada lado. Al aproximarnos, oí que alguien estaba recibiendo una paliza al otro lado de la puerta de la derecha, por lo que empecé a gritarles a los empleados de las mesas pidiéndoles ayuda.
—¿Habla alguien inglés? —Me pasé después al griego—: Milate Anglika? Milate Ellenika? —Probé luego con el alemán—: Sprechen sie Deutche? —Y hasta con el francés, aunque apenas conocía el idioma.
Como nadie respondió y nos estábamos acercando peligrosamente a la arcada, seguí chillando hasta que, por fin, un hombrecillo con un traje verde oliva salió corriendo de detrás de su mesa para hablar con el capitán, quien entonces se detuvo. Este hombre hablaba griego e inglés, de modo que le expliqué que yo era un profesor estadounidense que vivía en Grecia y que solamente estaba en Alejandría de escapada de fin de semana. También le dije que ya habíamos pasado por la aduana en el barco y que quería saber por qué parecía que estábamos arrestados, camino de la sala de tortura.
El hombre habló unos segundos con el capitán. Entonces, a una orden de este, los soldados volvieron a ponerles el seguro a las armas y se quedaron en posición de descanso. El hombre me explicó después que los traficantes de drogas solían llegar a Alejandría en el Egypto Express y que esperaban a bordo a que el resto de los pasajeros se bajase para poder colarse inadvertidamente en la ciudad. El capitán había dado por sentado que éramos dos de estos traficantes de drogas. Ahora ya estaba todo claro —afirmó el hombre— y sentían el malentendido. Quise preguntarle exactamente qué nos hacía parecer traficantes de drogas y qué aspecto tenía exactamente un traficante de drogas, pero prevaleció el alivio que sentía y las ganas que tenía de largarme de allí.
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Le dimos las gracias al hombre; le dimos las gracias al capitán; les dimos las gracias a los soldados; y volvimos a toda prisa al barco. Una vez a bordo, juramos no volver a bajarnos nunca. Disfrutaríamos de la ciudad desde la seguridad de la cubierta superior y punto. Después de todo, ¿qué necesidad teníamos de pasear por la ciudad? Estábamos convencidos de que podríamos pasarlo igual de bien solo contemplándola desde la distancia. Aunque casi una hora (y unas copas) después, nos dimos cuenta de que era una estupidez quedarnos allí sentados en el barco todo el día. Nos aventuramos a volver a salir.
De expedición por la ciudad
Al descender la pasarela, el primer maravillosos signo de buen agüero fue la ausencia de soldados armados. Cruzamos el puerto a paso ligero y sin incidentes, pero el recuerdo de nuestro desfile hasta el hangar pendía ominosamente sobre las cabezas de ambos. Sin mediar palabra, pasamos del paso al trote y luego al galope. Mientras estábamos en el barco, le había preguntado a alguien de la tripulación por el emplazamiento del faro y descubrí que estaba completamente equivocado en mis suposiciones.
Pensaba que se hallaba en la parte occidental del puerto, cerca de donde estábamos atracados; sin embargo, resultó que la ubicación de la fortaleza de Qaitbay, del siglo XV, coincidía exactamente con la del antiguo pharos (lo que debería haber sabido porque se encuentra en la isla de Faros), por lo que nos fuimos en su busca al lado oriental del puerto. Ya no me acordaba del obelisco que había visto antes. Nunca llegué a averiguar qué era.
Puede que la fortaleza de Qaitbay no sea una de las antiguas siete maravillas, pero impresiona bastante. La construyó el sultán mameluco Qaitbay (que reinó de 1468 a 1496) entre los años 1477 y 1480 para defender el puerto. A Qaitbay se le consideraba un dictador férreo que le imponía demasiadas cargas a la población, pero, con todo, su reinado se tenía por uno de los mejores. Hoy se le recuerda como un gran monarca que cuidó de su pueblo.
Desde el puerto, se llega por una ancha avenida a las puertas de la ciudadela, cuya silueta sobre el fondo de cielo y mar resulta imponente. Podíamos optar por una visita guiada o autoguiada: decidimos ir con guía. La entrada es más cara para los extranjeros que para los egipcios. Nuestro guía insistió bastante en el hecho de que la fortaleza está construida sobre los cimientos del faro. Este sufrió daños en varios momentos de la historia por culpa de los terremotos y terminó de venirse abajo en 1303. Los restos del faro que la gente no se llevó para construir otros edificios siguen en el puerto de Alejandría.
La fortaleza me parecía extraordinaria mientras me iba aproximando a ella, pero el interior es incluso más fascinante. Según asciendes desde la planta baja hasta la superior, cada piso revela una faceta distinta e interesante de la arquitectura. Las paredes del edificio son de piedra caliza, por lo que a veces te da la sensación de que caminas por una cueva. La mezquita de dentro es la más antigua de la ciudad. Desde lo alto de la fortaleza estuvimos contemplando el mar con la conciencia de que, en la actualidad, nada se acerca más a estar en el famoso faro de Alejandría.
El guía nos dejó aquí, pero, antes de que se fuese, le pregunté dónde podría encontrar las ruinas del serapeo. Nos mandó a la columna de Pompeyo, lo que, según él, era un paseo de menos de 20 minutos en dirección al centro de la ciudad. Aunque se equivocaba, jamás se lo he reprochado porque nos brindó la ocasión perfecta de explorar. Nos tomamos unos calamares fritos y una ensalada de marisco (todo exquisito) en un café cercano y después reemprendimos la marcha.
El nombre de columna de Pompeyo es inapropiado. La columna se erigió realmente durante el reinado del emperador romanoDiocleciano (que reinó del 284 al 305). Egipto estaba en aquel momento bajo la dominación romana y Alejandría, revuelta. El propio Diocleciano vino a dirigir el asedio de la ciudad, la cual cayó después de ocho meses. En vez de castigar a los ciudadanos, el emperador contribuyó a reconstruir la ciudad y, como no había comida, ordenó que se distribuyese entre la población una buena parte del cargamento de grano destinado a Roma como tributo. También exoneró a la ciudad del pago de impuestos hasta que se hubiese recuperado del todo. En gratitud, la población levantó esta columna de granito rojo de 28 metros (91 pies) de alto y 2 metros (6 pies) de diámetro con una inscripción en honor al emperador.
Visitar la columna es una experiencia casi surrealista porque, aunque el serapeo está justo debajo, se ciñen todo alrededor los edificios, los coches, los autobuses y el ruido de la Alejandría moderna. El serapeo fue en su día la edificación más esplendorosa de la ciudad y a él se refirieron escritores de todo el Mundo Antiguo. Ahora, en cambio, poca diferencia hay con cualquier descampado de una gran ciudad; aun así, fue muy emocionante poder estar en sus ruinas. Las autoridades civiles han hecho todo lo posible por mejorar la experiencia construyendo un jardín alrededor del yacimiento, además de exponer distintos objetos que aparecieron durante las excavaciones.
Desde allí atravesamos la ciudad a pie hasta las catacumbas de Kom el Shoqafa. Conocimos a un hombre que vendía en la calle unos papiros con pinturas de personalidades del antiguo Egipto como Nefertiti o Tutankamón: compré tres. El más excepcional representaba una escena de Tutankamón y su mujer, Anksenamón, copiada del famoso trono de Tutankamón. El hombre se llamaba Sama y se ofreció a guiarnos a las catacumbas. Parecía bastante agradable, así que acordamos una tarifa y allá nos fuimos.
Las catacumbas se excavaron en el siglo II y se utilizaron como lugar de enterramiento. Se entra bajando por unas escaleras de caracol que parecen interminables. Una vez que llegas al final de la escalera, la experiencia es sencillamente indescriptible. La luz es tenue y hay estatuas por todas partes. Sama nos contó que antiguamente la gente bajaba a sus muertos por las escaleras, los sepultaban en nichos y luego celebraban la vida del difunto en cuestión. Como no podían volver a llevarse las jarras vacías de vino y cerveza ni los platos y cuencos que habían usado en presencia de los muertos, los rompían arrojándolos al suelo y dejaban allí los añicos. Por eso, se llamó al lugar Kom el Shoqafa, que en árabe significa "montículo de cascos".
Al salir de las catacumbas, Sama nos preguntó si querríamos visitar la tienda de una persona amiga suya para ver artículos de regalo y recuerdos: eso hicimos. Después de vivir allí una experiencia interesante y memorable, volvimos al ferri y luego otra vez a la ciudad para cenar.
Al día siguiente, nos unimos a un grupo que iba a El Cairo y visitamos el museo, las ruinas de Menfis y las pirámides de Guiza. Entramos en la gran galería de la Gran Pirámide, dimos un paseo en camello por el desierto y bebimos con la Gran Esfinge. Hacia el atardecer, nos metimos en coche por el desierto y la noche cayó de vuelta a Alejandría, donde tomamos algo en el centro antes de volver a embarcar. A la mañana siguiente, de pie en la cubierta superior, una brisa cálida nos acariciaba mientras nuestro barco abandonaba lentamente el puerto de regreso a Creta.
Esta fue nuestra primera experiencia en Egipto. Volvimos una segunda vez, en la que, ya algo más curtidos, conseguimos evitar los escollos de nuestro primer viaje. En el segundo, sabíamos lo suficiente como para bajarnos del barco con todos los demás y como para hacer los preparativos en un bonito hotel durante dos días antes de viajar Nilo abajo hasta Luxor y Filé. Como suele decirse, “es fácil una vez que sabes hacerlo”, lo que sin duda se aplica a cómo moverse por Alejandría. Pero, aunque no sepas hacerlo, te recomiendo que vayas porque es una ciudad muy acogedora, que obsequia a sus invitados de formas inimaginables.
Soy una traductora autónoma del inglés e italiano al español especializada en los campos del turismo y la historia. A mis yayos y sus relatos del pasado les debo mi pasión por esta última.
Joshua J. Mark no sólo es cofundador de World History Encyclopedia, sino también es su director de contenido. Anteriormente fue profesor en el Marist College (Nueva York), donde enseñó historia, filosofía, literatura y escritura. Ha viajado a muchos lugares y vivió en Grecia y en Alemania.
Mark, Joshua J.. "Un fin de semana en Alejandría, Egipto."
Traducido por Eva Bruzos Bruyel. World History Encyclopedia. Última modificación junio 08, 2021.
https://www.worldhistory.org/trans/es/2-1768/un-fin-de-semana-en-alejandria-egipto/.
Estilo MLA
Mark, Joshua J.. "Un fin de semana en Alejandría, Egipto."
Traducido por Eva Bruzos Bruyel. World History Encyclopedia. World History Encyclopedia, 08 jun 2021. Web. 31 oct 2024.
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Escrito por Joshua J. Mark, publicado el 08 junio 2021. El titular del copyright ha publicado este contenido bajo la siguiente licencia: Creative Commons Attribution-NonCommercial-ShareAlike. Tenga en cuenta que los contenidos enlazados desde esta página pueden tener condiciones de licencia diferentes.