La guerra de los Cien Años se libró intermitentemente entre Ingleterra y Francia desde 1337 hasta 1453 d.C. y el conflicto tuvo muchas consecuencias, tanto inmediatas como duraderas. Además de la muerte evidente y la destrucción que muchas de las batallas causaron a soldados y civiles por igual, la guerra llevó a Inglaterra prácticamente a la bancarrota y dejó a la victoriosa corona francesa en control total de toda Francia a exepción de Calais. Los reyes se fueron sucediendo, pero, para muchos de ellos, una medida importante del éxito de su reinado era su actuación en la guerra de los Cien Años. Se crearon divisiones entre la nobleza de ambos países que tuvieron repercusiones para quién se convirtiría en el próximo monarca. El comercio se vio gravemente afectado y los campesinos fueron grabados incesantemente, lo que causó varias rebeliones importantes, pero fueron más los desarrollos positivos, tales como la creación de oficinas fiscales más competentes y regularizadas y la tendencia hacia una diplomacia más profesional en las relaciones internacionales. La guerra también produjo héroes nacionales icónicos y duraderos, en particular Enrique V de Inglaterra (que reinó de 1413-1422 d.C.) y Juana de Arco (1412-1431 d.C.) en Francia. Finalmente, un conflicto tan largo contra un enemigo claramente identificable resultó en que los dos participantes forjaron un sentido mucho mayor de nación. Incluso hoy en día, sigue existiendo una rivalidad entre estos dos países vecinos que ahora, afortunadamente, se expresa en gran medida dentro de los límites de los eventos deportivos internacionales.
Las consecuencias y efectos de la guerra de los Cien Años se pueden resumir en:
La pérdida de todos los territorios controlados por los ingleses en Francia excepto Calais.
Un alto número de bajas entre la nobleza, particularmente en Francia.
Disminución del comercio, especialmente de lana inglesa y vino gascón.
Una gran oleada de impuestos para financiar la guerra lo que contribuyó al descontento social en ambos países.
Innovaciones en las formas de recaudación de impuestos.
El desarrollo de un parlamento más fuerte en Inglaterra.
La quiebra casi total del tesoro inglés al final de la guerra.
El desacuerdo sobre el procedimiento de la guerra y su derrota alimentó el conflicto dinástico en Inglaterra conocido como la guerra de las Rosas (1455-1487 d.C.).
La devastación de ciudades y pueblos franceses por soldados mercenarios entre batallas.
Desarrollos en la tecnología armamentística, tales como los cañones.
La consolidación del control del monarca francés sobre toda Francia.
Un mayor uso de la diplomacia internacional y de diplomáticos especializados.
Un mayor sentimiento de nacionalismo entre las poblaciones de ambos países.
La creación de héroes nacionales, en particular Enrique V de Inglaterra y Juana de Arco en Francia.
Una rivalidad tangible entre las dos naciones que aún continúa actualmente, que se puede apreciar particularmente en deportes como el fútbol y el rugby.
Muerte e impuestos: la economía de la derrota
Más allá de las consecuencias inmediatas de los fracasos de Inglaterra en la guerra como la pérdida de todos los territorios excepto Calais y las derrotas de Francia en las batallas a gran escala en las que murieron un gran número de nobles, hubo muchos más efectos más profundos y sutiles de este conflicto de 116 años. También hubo consecuencias que ocurrieron mucho tiempo antes de que la guerra terminara ya que los sucesivos monarcas de ambos lados tuvieron que enfrentarse a los problemas creados por sus antecesores. Finalmente, el conflicto tuvo un impacto que se prolongó por décadas y siglos después de mucho tiempo de haber terminado.
En Inglaterra, muchos barones se volvieron extremadamente ricos a medida que aumentaba su poder a nivel local y, en consecuencia, el rey se volvió más débil y pobre en tanto que los barones se quedaban con los ingresos locales. El monarca no podía cobrar impuestos a su pueblo sin el permiso del Parlamento y, por lo tanto, este organismo tenía que ser consultado cada vez que el monarca requería más dinero para sus campañas en Francia o en otros lugares. Como resultado de las reuniones frecuentes del Parlamento, no necesariamente ganó nuevos poderes, pero sí creó por sí mismo una identidad y, al participar en discusiones de política diplomática y la ratificación de tratados de paz, la institución empezó a convertirse en parte de la vida política inglesa. El "Parlamento Largo" de 1406 d.C., por ejemplo, se reunió un tiempo inusualmente largo desde marzo hasta diciembre mientras deliberaba sobre el tema siempre espinoso de las finanzas estatales, y había una gran sensación de que el rey, aunque todavía era un monarca absoluto, era quizas un poco menos absoluto que antes de la guerra.
La mala situación económica de muchas comunidades no hizo sino empeorar a causa de los impuestos: Eduardo III Recaudó impuestos 27 veces durante su reinado.
En Francia, sucedió lo contrario ya que la posición de la monarquía se fortaleció debido al éxito de la guerra, mientras que la nobleza y los Estados Generales (la asamblea legislativa) se debilitaron. Esto se debió a que el rey no necesitaba consultar a nadie sobre las políticas fiscales que podían imponerse a voluntad para pagar la guerra. El conflicto también vio la introducción de impuestos indirectos de larga duración, como el impuesto sobre la sal (gabelle), que no se abolió hasta la Revolución francesa de finales del siglo XVIII d.C. El monarca francés pudo así triplicar sus ingresos a través de impuestos desde el inicio hasta el final de la guerra. Además, dichos impuestos requerían todo un nuevo aparato estatal de recaudadores, encargados de los registros públicos y tasadores para las disputas de pago que asegurarían el enrequecimiento de la Corona.
En Inglaterra, frecuentemente había desacuerdo entre los nobles sobre la mejor manera de conducir la guerra con francia, de hecho, incluso de si llevarla a cabo. Esto se hizo más grave en tiempos de fracaso, pero la derrota final en 1453 d.C. fue una de las razones por las que Enrique VI de Inglaterra (1422-61 y 1470-71 d.C.) se volvió muy impopular y probablemente fue un factor que contribuyó a los episodios de locura del rey. Este descontento con el monarca, su evidente aversión a la guerra y la inevitable búsqueda de chivos expiatorios para culpar por la pérdida de la guerra finalmente llevaron al conflicto dinástico conocido en la historia como la guerra de las Rosas (1455-1487 d.C.). Adicionalmente, ahora que la guerra con Francia había terminado, los nobles ingleses insatisfechos con el régimen actual podrían usar mejor sus ejércitos privados como herramienta para aumentar su propia riqueza e influencia. Otra consecuencia fue la gran cantidad de nobles ya que los monarcas frecuentemente creaban más aristócratas (dos rangos nuevos en Inglaterra fueron los escuderos y los caballeros) ya que buscaban incrementar su tasa impositiva. De hecho, durante la guerra, la nobleza de Inglaterra triplicó su tamaño a medida que nuevos miembros se calificaban gracias a la posesión de propiedades en lugar de limitarse solo a títulos hereditarios (aunque todavía estaba por debajo del 2% del total de la población a mediados del siglo XV d.C.).
En un nivel más bajo de la sociedad, la caída del comercio causada por la guerra trajo dificultades económicas para muchos. El comercio de lana inglesa que era una de las principales exportaciones de los fabricantes de telas en los países bajos, se interrumpió. Por otra parte, la cantidad de vino importado de Gascuña decayó (de 74.000 toneles/barriles en 1336 d.C. a 6.000 toneles en 1349 d.C.), y este comercio nunca se volvería a recuperar. El Estado reclutaba con frecuencia veleros para transportar ejércitos a Francia; los pescadores de arenque eran particularmente susceptibles a esta interferencia estatal en sus medios de subsistencia. La piratería fue otro golpe para los comerciantes, al igual que las incursiones directas como el ataque a Southampton en 1338 d.C., por no mencionar los saqueos ocasionales de los ejércitos durante la guerra, tanto en Francia donde se libraban las batallas como en el sureste de Inglaterra donde se estacionaban los ejércitos antes de embarcarse al continente.
Los soldados traían enfermedades, se llevaban los cerales, el ganado y las verduras, y no dejaban más que desesperación.
La mala situación económica de muchas comunidades no hizo sino empeorar a causa de los impuestos: Eduardo III de Inglaterra (1327-1377 d.C.), por ejemplo, recaudó impuestos 27 veces durante su reinado. La Revuelta de los campesinos de junio de 1381 d.C. fue el levantamiento popular más infame de la edad media cuando la gente común protestó por los enormes problemas causados por la plaga de lapeste negra y, sobre todo, por los impuestos interminables que, desde 1377 d.C., incluían impuestos de capitación indiscriminados. La rebelión de 1450 d.C. líderada por Jack Cade vio nuevamente a los plebeyos protestar por los altos impuestos, la percepción de corrupción en la corte y la ausencia de justicia a nivel local. Puede que los plebeyos no tuvieran ninguna influencia directa sobre el gobierno, pero puede que esta discordia les proporcionara a los nobles interesados en derrocar al régimen otra excusa más para hacerlo que sencillamente el interés por extender sus propios intereses.
También en Francia, como hemos visto, la población en general estaba sujeta a impuestos para pagar la guerra, pero tenían que soportar el problema adicional de los ejércitos merodeadores. Aunque estuvo altamente localizado en áreas de batalla y carreteras principales, algunos pueblos y villas fueron devastados por bandas de soldados mercenarios (routiers) antes y después de las batallas. Los soldados traían enfermedades, se llevaban cereales, ganado y verduras y no dejaban más que desesperación. El problema era particularmente frecuente en Bretaña, Périgord y Poitou. Además, Eduardo III había empleado deliberadamente la estrategia de las chevaucheés, que consistían en sembrar el terror en las poblaciones locales al quemar cosechas, asaltar provisiones y permitir el saqueo general antes de sus batallas con la esperanza de atraer al rey francés a la batalla abierta. Finalmente, la guerra civil entre la nobleza francesa que se dividió en dos grupos rivales, la Casa de Borgoña y la Casa de Armagnac que luchaban por quién debería controlar y luego suceder al loco Carlos VI de Francia (que reinó de 1380-1422 d.C.) trajo más angustia a las poblaciones locales. Incluso aquellos que evitaron la pérdida directa de propiedad frecuentemente sufrieron una caída en los valores de alquiler, hasta un 40% menos en lugares como Anjou, o un aumento en los precios de los alimentos, que subieron hasta un 50% durante el asedio de Reims, por ejemplo, en 1359 d.C.
La Iglesia
La Iglesia medieval como institución de ambos lados se inclinó por apoyar la guerra, brindando servicios patrióticos , orando y tocando las campanas siempre que había una victoria. Sin embargo, la fe cristiana se enfrentó a algunos desafíos a escala paneuropea. El Gran Cisma de 1378 d.C. (tambiém conocido como Cisma de Occidente) en la Iglesia católica finalmente vio a tres papas en el cargo al mismo tiempo. La situación no se resolvió hasta 1417 d.C. cuando los campos rivales compitieron por el apoyo de los reyes franceses e ingleses. Además, la Iglesia en Roma se debilitó cuando los reyes de Francia e Inglaterra procuraron limitar los impuestos que iban a cualquier otro lugar excepto a sus propias campañas militares. Una consecuencia de esta política fue la creación de "Iglesias nacionales" en cada país. Las Iglesias locales también se convirtieron en centros de noticias comunales con la publicación de noticias sobre eventos de la guerra en sus tablones de anuncios y la lectura de las comunicaciones oficiales desde el púlpito del predicador.
Durante la guerra, a medida que cada bando se esforzaba por ser mejor que el otro, se desarrollaron armas, armaduras, fortificaciones y estrategias bélicas, lo que provocó que los ejércitos se volvieran cada vez más y más profesionales. Al final de la guerra, Carlos VII creó el primer ejército real permanente de Francia. En particular, el uso de arqueros armados con poderosos arcos largos por parte de los ejércitos ingleses trajo un gran éxito a medida que disminuía la importancia de la caballería pesada y se iba haciendo más común la tendencia de que los caballeros medievales de ambos bandos lucharan a pie. Las armas de pólvora se usaron por primera vez en la batalla de Crécy en 1346 d.C., pero como su diseño todavía era ordinario, no tuvieron gran influencia en la victoria inglesa. Los franceses usaron pequeños cañones de mano que tuvieron gran éxito en las batallas de Formigny (1450 d.C.) y Castillon (1453 d.C.). A partir de alrededor de 1380 d.C. también existían cañones gigantes conocidos como "bombardas", los cuales podían disparar bolas enormes de piedra que pesaban hasta 100 kilos o (220 libras). Tales armas eran muy pesadas y engorrosas para los enfrentamientos de campo, pero resultaban especialmente útiles en las guerras de asedio como en Harfleur en septiembre de 1415 d.C.
Finalmente, un arma a menudo descuidada y que se desarrolló durante el período de la guerra fue la diplomacia. En ambas partes, pero primero a mayor nivel en Inglaterra, los monarcas dependían de un equipo de diplomáticos y archivistas especializados que podían usar sus habilidades en lenguaje, leyes y cultura general para forjar alianzas útiles, persuadir al enemigo a desertar, arreglar el pago de rescates y negociar las mejores condiciones para los tratados. La política internacional de la guerra de los Cien Años, en la que participarían varios estados (Francia, Inglaterra, España, los Países Bajos, Escocia y otros), consecuentemente vivió la participación regular de diplomáticos experimentados, que formó lo que pronto se convertiría en un cuerpo formal de embajadores y embajadas que hoy reconocemos como parte esencial de las relaciones internacionales.
Nacimiento de naciones y de héroes nacionales
La guerra, alentada por la emocionante literatura medieval, los poemas y las canciones populares, fomentó un mayor sentimiento nacionalista en ambos bandos. Los reyes apelaban a sus ejércitos antes de las batallas para que lucharan por su rey y su país. La monarquía francesa en última instancia se entendía como la salvadora del país que acabó absorbiendo regiones como Bretaña, Provenza, Borgoña, Artois y Rosellón, por lo que el Estado tomó en gran medida la forma que conocemos hoy en día. Al otro lado del Canal, las grandes victorias de Inglaterra en el campo de batalla se celebraban con procesiones populares de bienvenida a los reyes heroicos como Eduardo III y Enrique V, y aquellos monarcas que eran derrotados en el campo de batalla sufrían seriamente en las apuestas de popularidad al volver a casa. Lo mismo ocurrió en Francia, como dice el historiador G. Holmes: "La guerra con Inglaterra fue hasta cierto punto el yunque sobre el que se forjó la identidad de la temprana Francia moderna" (301).
Otra consecuencia de los éxitos militares fue el renacimiento de la caballería medieval, especialmente por parte de Eduardo III quien, junto con su hijo, Eduardo el Príncipe Negro (1330-1376 d.C.), fundó la Orden de la Jarretera en torno a 1348 d.C., una orden caballeresca muy exclusiva que aún sobrevive actualmente. San Jorge, el patrón de la orden, se estableció firmemente como santo nacional de un país seguro de sí mismo y que por fin estaba en igualdad de condiciones militares con los franceses. Al final de la guerra, Inglaterra se desentendió completamente de los asuntos del continente y ya se avanzando hacia una identidad cultural más "inglesa" donde el idioma inglés se hablaba en la corte y se usaba en documentos oficiales y donde las costumbres y la visión del mundo eran ahora firmemente parte de una perspectiva isleña. Mientras tanto, Francia era más rica y poderosa que nunca y estaba lista para expandir sus intereses en el continente, especialmente en Italia.
Finalmente, la guerra creó héroes nacionales inmortales que continúan celebrándose hoy en día en la cultura popular. En Inglaterra, Enrique V se convirtió en una leyenda en vida después de su sorprendente victoria en la batalla de Agincourt de 1415 d.C. contra todo pronóstico y, gracias a escritores como William Shakespeare (1564-1616 d.C.), su fama continúa ascendiendo ya que Enrique V todavía se sigue representando, filmando y citando. En Francia, Juana de Arco se convirtió en la gran figura del conflicto cuando sus visiones celestiales la inspiraron a levantar el sitio de Orleans en 1429 d.C., que cambió el rumbo de la guerra. Juana fue quemada en la hoguera por bruja pero, convertida en santa en 1920 d.C., todavía hoy simboliza el desafío contra las probabilidades y el patriotismo francés. Por tanto, ambos países han creado una mitología de la guerra de los Cien Años, un tiempo ya lejano donde el enemigo era claro, los héroes virtuosos y las victorias doradas.
Mark es un autor, investigador, historiador y editor de tiempo completo. Se interesa, en especial, por el arte y la arquitectura, así como por descubrir las ideas compartidas por todas las civilizaciones. Tiene una maestría en filosofía política y es el director de publicaciones de World History Encyclopedia.
Cartwright, Mark. "La guerra de los Cien Años: consecuencias y efectos."
Traducido por Natalia Andrea Padilla Sánchez. World History Encyclopedia. Última modificación marzo 06, 2020.
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Cartwright, Mark. "La guerra de los Cien Años: consecuencias y efectos."
Traducido por Natalia Andrea Padilla Sánchez. World History Encyclopedia. World History Encyclopedia, 06 mar 2020. Web. 04 dic 2024.
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Escrito por Mark Cartwright, publicado el 06 marzo 2020. El titular de los derechos de autor publicó este contenido bajo la siguiente licencia: Creative Commons Attribution-NonCommercial-ShareAlike. Por favor, ten en cuenta que el contenido vinculado con esta página puede tener términos de licencia diferentes.