El Imperio seléucida (312-63 a.C.) fue una enorme entidad política establecida por Seleuco I Nicátor ("victorioso" o "invicto", que vivió de 358 a 281 a.C., y reinó de 305 a 281 a.C.), uno de los generales de Alejandro Magno que reclamó parte del imperio tras la muerte de Alejandro en 323 a.C.
Cuando Alejandro murió no dejó ningún heredero claro, y en vez de eso se dice que proclamó que el imperio iría a parar "al más fuerte". El resultado fue el conflicto entre sus principales generales conocido como las Guerras de los Diádocos ("sucesores"), que dividiría el vasto territorio de Alejandro entre cinco de ellos: Casandro, Ptolomeo I Sóter, Lisímaco, Antígono y Seleuco.
Se podría decir que, de estos cinco, el que mejor parado salió fue Seleuco, ya que logró hacer lo que se había propuesto Alejandro: crear un imperio multinacional que unificara las culturas oriental y occidental de una manera armoniosa. Al principio el Imperio seléucida se distinguía por su tolerancia religiosa y cultural, su burocracia eficiente, su comercio lucrativo y sus expansiones mediante campañas militares, lo que creó un reino que abarcaba desde el mar Mediterráneo hasta el valle del Indo.
Sin embargo, al igual que pasaría con Roma, la vasta extensión del imperio y el deseo de autonomía de muchas de las distintas regiones acabarían por convertirse en problemas que el gobierno central no podía controlar, con lo que el Imperio seléucida empezó a fracturarse. Otros problemas que empeoraron la situación fueron el surgimiento de Roma como una superpotencia mediterránea que no podía tolerar a otra y, aún más importante, que los sucesores de Seleuco perdieron de vista la idea original de Seleuco I. El Imperio seléucida empezó a desmoronarse después de 100 a.C., y Roma acabaría derrocándolo en 63 a.C. gracias al empeño del general Pompeyo el Grande (que vivió de 106 a 48 a.C.).
Fundación y expansión
Alejandro Magno (356-323 a.C.) había conquistado el Imperio persa aqueménida en 330 a.C., y tras su muerte sus generales heredaron un reino inmenso dentro del cual estaban Grecia, Mesopotamia, Anatolia, Egipto, el Levante y Asia Central. Tras una lucha de poder, se acabaron dividiendo el imperio entre ellos, y Casandro se quedó con Grecia, Ptolomeo I Sóter Egipto, Lisímaco Tracia y Anatolia, Antígono (que había tenido Anatolia) murió en la Batalla de Ipsos en 301 a.C. y Seleuco, que había reclamado Babilonia, se quedó con Mesopotamia y Asia Central.
La influencia de Alejandro había llegado hasta India, y había ido fundando ciudades y dejando sátrapas (gobernadores) para administrarlas. En torno a 305 a.C., el rey Chandragupta Maurya retomó algunas de estas regiones y Seleuco desencadenó la guerra seleúcida-maurya (305-303 a.C.), cuyo resultado sería un tratado por el cual Seleuco renunciaba a las regiones disputadas a cambio de acuerdos comerciales y el respeto de las fronteras.
Parecía que Seleuco estaba en todas partes al mismo tiempo, haciéndose con todas las regiones que podía de sus antiguos compañeros de armas, especialmente de Antígono, hasta que este último fue derrotado en Ipsos en 301 a.C., una victoria que se debió principalmente a que Seleuco se sirvió de los elefantes de guerra que había recibido de Chandragupta en el tratado. Para el 300 a.C., Seleuco controlaba Mesopotamia (incluida Siria), Capadocia y Armenia. Fundó una capital, la ciudad de Antioquía en el río Orontes que serviría para administrar la parte occidental del reino, y la ciudad de Seleucia en el río Tigris, que controlaría las regiones orientales. Seleuco gobernaba desde Antioquía y su hijo, Antíoco I Sóter (cogobernante 291-281 a.C. y rey 281-261 a.C.), era el cogobernante desde Seleucia.
En torno a 282 a.C., Seleuco recibió dos visitantes de Anatolia, Ptolomeo Ceraunos (que murió en 279 a.C.) y su hermana Lisandra, que venían pidiendo ayuda. Ambos eran parte de la corte de Lisímaco y decían que había asesinado injustamente a su propio hijo, Agatocles, por cargos inventados de traición, y que como monarca, Seleuco debía vengar la muerte del príncipe. Aunque esto no tenía nada que ver con Seleuco, los suplicantes eran hijos de Ptolomeo II, hijo de su antiguo camarada Ptolomeo I Sóter, que había acogido a Seleuco en Egipto en los primeros años de las Guerras de los Diádocos; esta era la excusa que necesitaba Seleuco para ponerse de su parte, castigar a Lisímaco y añadir Anatolia a su imperio.
Seleuco se dirigió entonces a Anatolia con su ejército, le arrebató el territorio a Lisímaco y lo mató. Con esto, Seleuco era el último diádoco vivo y, tras consolidar su poder en Anatolia, se preparó para invadir Grecia. En 281 a.C., en mitad de los preparativos, fue asesinado por Ptolomeo Ceraunos que acto seguido reclamó Anatolia para sí antes de huir a Grecia y autoproclamarse rey de Macedonia. Sin embargo, su reinado fue más bien efímero, y murió en la batalla en 279 a.C.
Desarrollo y gobierno
Antíoco I Sóter se convirtió después en emperador y continuó con la política de su padre de fomentar un imperio homogéneo que unificara los valores culturales helenísticos con los de Oriente Próximo. El experto Cormac O'Brien describe la actitud seléucida:
Gobernar a la manera griega en un inmenso mar de gentes no griegas habría sido ingenuo, por no decir imposible, así que los gobernantes seléucidas se convirtieron en ambas cosas. Su propia administración no constituía sino la más reciente de una serie de capas étnicas que se remontaban siglos, y Seleuco y sus sucesores acogieron de buena voluntad los cultos, los dioses y las prácticas de los estados venerables que se les presentaron... Ese era el espíritu del helenismo: una amalgama de Oriente y Occidente que forjaría una nueva era dinámica. Y el Imperio seléucida fue su manifestación más clara. (204)
El Imperio persa aqueménida había funcionado tan bien como lo hizo gracias a su régimen de gobierno centralizado y administración descentralizada. El rey (emperador) era el poder supremo pero tenía consejeros que lo ayudaban y transmitían sus decretos a los secretarios, y estos a su vez se los comunicaban a los gobernadores regionales (los sátrapas). Cada satrapía estaba administrada por un gobernador cuya autoridad no iba más allá de los temas burocráticos y administrativos, mientras que había otro oficial, un general de confianza, que supervisaba los asuntos militares y políticos. Esta división de las responsabilidades de cada satrapía reducía la posibilidad de que un gobernador regional amasara suficiente poder gracias a un ejército leal como para intentar dar un golpe. El gobernador de la región no disponía del poder militar, y el general no disponía de los fondos para sobornar a un ejército para que respaldara una usurpación de poder.
Alejandro había mantenido esta forma de gobierno y Seleuco continuó con ella. Aun así, tras su muerte algunas regiones como Armenia y Capadocia vieron la oportunidad de separarse del imperio y se rebelaron. Al mismo tiempo, Ptolomeo II de Egipto había reclamado Siria y sus lucrativas rutas comerciales y le había declarado la guerra a Antíoco I Sóter. Además, en torno a 278 a.C., el rey Nicomedes de Bitinia (que reinó de 278 a 255 a.C.) invitó a los celtas a Anatolia para que lo ayudaran a expulsar a su hermano, tras lo cual estos se dedicaron a saquear ciudades y destruir los campos y los cultivos de cualquiera que no pudiera, o quisiera, pagarles por su protección.
Antíoco I Sóter derrotó a los celtas en la llamada Batalla de los elefantes (en torno a 275 a.C.) en la que soltó una gran cantidad de elefantes de guerra contra su enemigo, derrotándolos aplastantemente. Los celtas no tardaron en buscar la paz y fueron contratados como mercenarios contra Ptolomeo II los estados rebeldes. Antíoco siguió el ejemplo de su padre y elevó a su hijo, Antíoco II Teos (que reinó de 261 a 246 a.C.), a la posición de cogobernante, trabajando juntos así para mantener unido el imperio, cosa que consiguieron hasta casi el final del reinado de Antíoco II Teos.
Arsaces de la tribu de los parnos de Partia se rebeló, se separó del imperio en 247 a.C. y se autoproclamó Arsaces I de Partia (y reinaría de 247 a 217 a.C.). Con esto estableció el núcleo de lo que más adelante sería el Imperio parto. En 245 a.C. el gobernador regional Diodoto de Bactria (que murió en 239 a.C.) también se separó, creando el reino grecobactriano en la frontera oriental. Los sucesores de Antíoco II Teos, Seleuco II Calínico (que reinó de 246 a 225 a.C.) y Seleuco III Cerauno (que reinó de 225 a 223 a.C.) no pudieron hacer nada para recobrar el control de los estados separados y, al mismo tiempo, tuvieron que enfrentarse a una economía que se desmoronaba y al creciente poder de los celtas, que hasta entonces habían estado más o menos bajo el control seléucida pero que ahora se habían establecido en la región de Galacia en Anatolia.
Antíoco III el Grande
El Imperio seléucida llevaba sufriendo desde la muerte de Seleuco, pero ahora había otra potencia que estaba ascendiendo rápidamente. Si bien los seléucidas dominaban la batalla y el comercio terrestres, la ciudad norteafricana de Cartago gobernaba los mares, tanto comercial como militarmente. En 264 a.C., Cartago se enfrentó a la pequeña ciudad-estado de Roma por una disputa entre dos reinos de Sicilia, en los que ambos estaban interesados. Esto acabó desembocando en la Primera guerra púnica (264-241 a.C.), que acabó con Roma como la nueva superpotencia, y Cartago, derrotada, fue obligada a pagar una cuantiosa compensación de guerra.
Sin embargo, lo que pasara con Cartago y Roma no tenía demasiada importancia para los gobernantes seléucidas si se compara con los problemas que estaban teniendo para mantener el imperio unido. Incluso con todas las salvaguardias dispuestas para evitar las revueltas, y las políticas permisivas en cuanto a los valores religiosos y culturales del pueblo, los seléucidas no podían controlar el deseo de libertad de la gente para trazar su propio destino.
Antíoco III (que reinó de 223 a 187 a.C., conocido como el Grande), hijo de Seleuco II Calínico, consiguió detener e invertir el declive seléucida liderando personalmente a sus tropas por todo el imperio y derrotando a los estados rebelados y volviendo a introducirlos en el imperio. Antíoco III hizo campaña durante más de veinte años (de en torno a 219 a 199 a.C.) desde el Levante hasta India, subyugando Bactria y Asia Menor (una campaña en la que también se contó el asedio de Sardis, de 215 a 213), firmando la paz con Partia, y arrebatándole Judea y Siria a Egipto.
Mientras Antíoco III restauraba la gloria perdida del imperio, Roma volvió a enfrentarse con Cartago en la Segunda guerra púnica (218-202 a.C.). Aníbal Barca (que vivió de 247 a 183 a.C.), enemigo acérrimo de Roma y el general más grande de Cartago, había quebrado la paz con su marcha sobre Saguntum en España en 218 a.C., para después dirigirse con su ejército a invadir Italia cruzando los Alpes. Tan solo la destreza del general romano Escipión el Africano consiguió derrotarlo finalmente en la Batalla de Zama en 202 a.C.
Aníbal había contado con la ayuda de Filipo V de Macedonia (que reinó de 221 a 179 a.C.), quien, en torno a 205 a.C. se alió con Antíoco III para derrotar a Egipto. Aunque esta alianza funcionó bastante bien contra la presencia egipcia en el Levante y en Judea, los romanos disuadieron a Antíoco III de invadir Egipto, que era un aliado de Roma además de su principal fuente de grano. Después de derrotar a Cartago, Roma castigó a Filipo V acusándolo de ayudar a su enemigo además de tiranizar a los griegos. Con el pretexto de liberar las ciudades-estado griegas, Roma invadió Grecia y derrotó a Filipo V en la Batalla de Cinoscéfalas en 197 a.C.
Antíoco III sospechaba que sería el siguiente en la lista de los romanos y decidió atacar primero. Aníbal, que tras Zama había llegado a su corte y se había convertido en uno de sus consejeros más importantes, lo animó a realizar el ataque. Sin embargo, cuando Roma le exigió su rendición, Aníbal se suicidó. Antíoco III, incluso sin el consejo de Aníbal, creía que podía derrotar a Roma. Cruzó el Helesponto y se enfrentó a los romanos en batalla primero en las Termópilas en 191 a.C. y después en Magnesia en 190 a.C. Fue derrotado en ambos enfrentamientos y sufrió grandes pérdidas, por lo que regresó a casa sin ninguna otra opción que aceptar los términos de paz que ofreciera Roma. Según la Paz de Apamea de 188 a.C. se vio obligado a retirarse de Anatolia, reducir sus territorios hasta el nacimiento de los montes Tauro (con lo que perdía todos sus territorios al norte y el oeste), pagar una elevada compensación de guerra y acceder a no volver a desatar la guerra en Europa. Esta paz también estipulaba un número de rehenes que la corte seléucida tenía que enviar a Roma cada año, una regla que influiría en los monarcas seléucidas posteriores. Antíoco III murió en una campaña en el Este al poco tiempo, asesinado mientras robaba un templo en Luristán en 187 a.C. como parte de su plan para recaudar dinero para pagar la indemnización.
Antíoco IV Epífanes y los macabeos
El hijo y sucesor de Antíoco III, Seleuco IV Filopator (que reinó de 187 a 175 a.C.) siguió adelante con los esfuerzos para pagar la deuda de guerra, hasta tal punto que se convirtió en su objetivo principal. Fue asesinado en 175 a.C. y el gobierno pasó a manos del otro hijo de Antíoco III, Antíoco IV Epífanes (que reinó de 175 a 164 a.C.). Antíoco IV había sido enviado a Roma como rehén siguiendo los términos de la Paz de Apamea y conocía la política y las prácticas romanas de primera mano.
Atacó Egipto, haciéndose con la mayor parte del país, en respuesta a la agresión egipcia de Siria, pero dejó que el rey, Ptolomeo VI siguiera en el poder como su títere. De esta manera se mantuvo el orden social, el grano seguiría fluyendo hacia Roma sin ninguna interrupción y, tal y como esperaba Antíoco, los romanos no intervinieron. Sin embargo, Ptolomeo VI se unió a su hermano Ptolomeo VII para deshacerse del gobierno seléucida, lo que provocó a Antíoco IV regresara en una segunda campaña.
Fue detenido por un embajador anciano de Roma, Cayo Popilio Lenas, que, según Polibio (29.27) le dijo que el senado romano quería que se retirase. Lenas se negó a recibir a Antíoco IV de la manera apropiada para un monarca, y en vez de eso hizo un círculo en el suelo a su alrededor con un palo y le dijo que necesitaba una respuesta para el senado antes de que Antíoco IV saliera del círculo, y que, si esta respuesta no coincidía con los deseos de Roma, considerarían a Antíoco enemigo de Roma. Antíoco IV sabía lo que supondría una guerra con Roma y aceptó retirarse, dejando en paz a Egipto.
Al mismo tiempo, (en torno a 168 a.C.) en la provincia seléucida de Judea se estaba gestando otro conflicto entre los judíos conservadores que querían mantener su herencia cultural y religiosa y los judíos helenizados que habían adoptado las costumbres y maneras seléucidas. Esta tensión acabó estallando por una disputa por el puesto de Sumo sacerdote en el templo de Jerusalén. Tradicionalmente, el sumo sacerdote siempre provenía de la familia Oniada, y en torno a 175 a.C. uno de sus miembros, Josué, pagó a Antíoco IV para que le otorgara a él el puesto y destituyera a su hermano Onías III, el sacerdote legítimo. Antíoco IV accedió y Josué helenizó su nombre, cambiándolo por Jasón, y fomentó las costumbres griegas en la ciudad y en torno al templo, entre las que destaca la construcción dentro del recinto sagrado de un gimnasio, donde la gente hacía ejercicio desnuda, cosa que los judíos consideraban vergonzoso.
Antíoco IV había continuado con el respeto de Seleuco I por las costumbres religiosas de todas las gentes del imperio, pero Antíoco IV no tuvo esa consideración. Cuando Jasón envió a un mensajero, Menelao, a Antíoco IV con una suma de dinero, Menelao le ofreció más a Antíoco para que destituyera a Jasón y lo eligiera a él como sumo sacerdote, a lo que Antíoco IV accedió sin problemas. Menelao se hizo con el control del templo, pero Jasón reunió un grupo de simpatizantes armados y lo atacó. Antíoco IV, que no era conocido precisamente por su paciencia y consideración, acabó afirmando que el templo debía estar dedicado a él y decretó que los sacrificios llevados a cabo serían en su honor.
Esto provocó la revuelta de los macabeos (en torno a 168/167- en torno a 160 a.C.), liderada por Judas Macabeo, para restablecer el judaísmo y rededicar el templo, un acontecimiento que se conmemora hoy en día en el festival de Janucá. Antíoco IV no pudo restablecer el orden tras el caos causado, ya que murió en 163 a.C., dejando tras de sí los problemas de la Dinastía de los Asmoneos en Judea y un imperio cada vez más pequeño a sus sucesores.
Declive y caída
Parece que la monarquía seléucida tras Antíoco III se olvidó, o ignoró a propósito, la visión de Seleuco I, concentrándose en su propio engrandecimiento a expensas del pueblo. Entre 163 y 145 a.C. gobernaron tres reyes, todos los cuales estaban más preocupados por defender su puesto que por gobernar realmente. Mientras los miembros de la monarquía luchaban e intrigaban abiertamente unos contra otros, la piratería se convirtió en una opción viable para muchos que intentaban ganarse la vida en Cilicia. Esto dio lugar a los piratas cilicios, una coalición de muchas nacionalidades diferentes que atacaban habitualmente los barcos y puertos del Mediterráneo.
Los piratas cilicios tenían el apoyo y la protección de Diodoto Trifón (que reinó de 140 a 138 a.C.), que había tomado el poder de Antíoco VI Dioniso (145-140 a.C.), que había hecho lo mismo, ya que los piratas traficaban con esclavos y los seléucidas los necesitaban tanto como cualquier otra potencia de la época. El caos de la monarquía en esta época queda ejemplificado en la figura de Cleopatra Tea (que vivió en torno a 164-121 a.C.), que fue en parte peón y en parte participante de las intrigas de la corte de cinco gobernantes distintos. Cleopatra fue la primera esposa de Alejandro Balas (que reinó de 150 a 145 a.C.) antes de que el padre de ella, Ptolomeo VI invadiera Siria, matara a Alejandro y la casara con Demetrio II Nicátor (que reinó de 145 a 138 y de 129 a 126 a.C.), que fue capturado por los partos y retenido hasta 129 a.C.
Mientras estaba cautivo, su hermano, Antíoco VII Sidetes (que reinó de 138 a 129 a.C.), se casó con Cleopatra para hacerse con el trono. Los partos soltaron a Demetrio para propiciar una disputa dinástica, pero también mataron Antíoco VII Sidetes en una batalla al mismo tiempo. Demetrio recuperó el poder durante tres años antes de una campaña fallida contra Egipto, tras la cual Cleopatra Tea lo traicionó y lo asesinó. Cuando el hijo, Seleuco V Filométor (que reinó de 126 a 125 a.C.), asumió el poder, Cleopatra hizo que lo asesinaran e instaló a su hijo, Antíoco VII Grifo (que reinó 125-96 a.C.) en el trono. Intentó asesinarlo cuando este no quiso someterse a su voluntad, pero él la obligó a beberse la copa envenenada que le había ofrecido.
Para entonces, no quedaba ni rastro del Imperio seléucida que imaginara Seleuco I, sino solo un pequeño reino en Siria que seguía utilizando ese título. Durante las guerras mitridáticas (89-63 a.C.) contra el rey Mitrídates VI del Ponto (que reinó de 120 a 63 a.C.) Roma se involucró más en las regiones vecinas, y el yerno de Mitrídates, Tigranes el Grande de Armenia (que reinó de 95 a 96 a.C.), al darse cuenta de que nadie tenía demasiado interés por lo que le ocurriera al reino sirio, lo invadió y añadió a su propio reino. Sin embargo, su control duró poco tiempo, y en cuanto el general Pompeyo hubo derrotado a Mitrídates, volvió la vista a Siria y Anatolia, convirtiéndolas a ambas en provincias romanas y poniendo punto final a la monarquía seléucida más o menos al mismo tiempo que destruía a los piratas cilicios.
El último rey seléucida fue Filipo II Filorromano (que reinó de 65 a 63 a.C.), del que se sabe poco aparte de un intento pobre de mantener su posición, lo que ejemplifica a la monarquía seléucida en conjunto tras Antíoco III. Una vez que se perdió el ideal grandioso de Seleuco I de un enorme imperio multicultural que vivía en paz, a partir del reinado de Antíoco IV Epífanes, el resto de la historia de la realeza del imperio está marcada por la arrogancia, el abandono del pueblo y las mezquinas luchas internas por el poder que acabaron por dejarlos sin nada.