Las armas de artillería en la Europa medieval incluían la ballesta montada (balista) y la catapulta de torsión de un solo brazo (mangonel), ambas similares a las antiguas máquinas romanas. A medida que los ejércitos luchaban en lugares más lejanos, como en el Imperio bizantino y contra los califatos árabes en particular, nuevas ideas se extendieron desde China y la India a través de Eurasia y Europa occidental. El fundíbulo llegó a finales del siglo XII, que era similar al mangonel pero utilizaba un contrapeso como medio para impulsar misiles más lejos y con mayor precisión. Utilizadas tanto por atacantes como por defensores durante la guerra de asedio, las baterías de artillería causaban la devastación tanto entre las personas como en las fortificaciones. Los cañones ya se usaban desde el siglo XIII, y aunque eran muy peligrosos de usar y en gran medida ineficaces debido a su falta de precisión, en el siglo XV la tecnología había mejorado dramáticamente. Los misiles proyectados con pólvora de todos los tamaños se convirtieron en la norma, poniendo fin finalmente al largo dominio de los caballeros y arqueros en el campo de batalla medieval.
Orígenes y desarrollo
Las máquinas de artillería se utilizaron con buenos resultados durante toda la Antigüedad, y los romanos alcanzaron la cima de la perfección y emplearon lanzadores de misiles sofisticados y eficientes de gran variedad. Entonces la caída del Imperio romano en Occidente y la fragmentación de Europa en reinos más pequeños significó que pocos gobernantes necesitaran o pudieran permitirse el lujo de mantener unidades de artillería específicas en sus ejércitos entre los siglos V y XI. Por esta razón, el conocimiento de la artillería en Europa sólo se perpetuó en gran medida a través de los libros en la época medieval temprana, pero nunca se llegó a perder por completo.
A medida que la guerra internacional se extendió a partir de la segunda mitad del siglo XI y la construcción de castillos realmente despegó, comenzando con los normandos en Francia y Gran Bretaña, la guerra de asedio se convirtió en la forma más común de conflicto. Era aquí donde las armas de artillería eran más necesarias, especialmente cuando el diseño de las fortificaciones defensivas se volvió más sofisticado y la piedra pasó a ser el material de construcción común, lo que hizo que las ciudades y los castillos fueran huesos extremadamente difíciles de romper. Sin embargo, también hay que recordar que los defensores también podían equiparse con armas de artillería y que, aunque tenían la desventaja de tener restricciones de espacio y movilidad, estaban mejor protegidas que las de los atacantes y podían disparar desde una mayor altura.
LAS MÁQUINAS DE ARTILLERÍA se usaban PARA GOLPEAR MUROS Y TORRES CON ENORMES ROCAS CON EL OBJETIVO DE ROMPER O HACER COLPASAR UNA SECCIÓN DE LAS DEFENSAS.
El enorme costo de los materiales, la construcción y el transporte de armas de guerra más grandes significaba que solo eran utilizadas por los monarcas y los nobles más ricos; de hecho, los castillos reales a menudo monopolizaban la construcción de tales armas. Las piezas de artillería y sus municiones de piedra eran tan pesadas y engorrosas que normalmente se transportaban en barco siempre que era posible y en carros cuando no. Por tanto, la necesidad exigía que la mayoría de las máquinas de artillería se ensamblaran en el lugar utilizando materiales ya adquiridos y trabajados en otros lugares. Encontrar munición no era de ninguna manera la parte más fácil del proceso, ya que las máquinas podían disparar cientos de rocas grandes cada día y tanto la forma como el peso debían ser uniformes para garantizar un disparo preciso de una manera consistente.
Las máquinas de artillería se utilizaban para golpear muros y torres con enormes rocas con el objetivo de romper o derrumbar una sección de la defensa para permitir que los soldados de a pie atacaran al ejército asediado en el interior. Los dispositivos más utilizados funcionaban con un solo brazo oscilante, por lo que a menudo se conocían como máquinas de eslinga de vigas. Las rocas eran la munición más común, pero las alternativas incluían misiles en llamas cubiertos de brea o contenedores hechos de madera, terracota o vidrio que contenían un líquido inflamable como grasa animal, que estaban diseñados para romperse al impactar, como cócteles Molotov. El objetivo de estos dispositivos era incendiar las construcciones de madera de una ciudad o las que se encontraban dentro del patio de armas de un castillo. Los defensores podrían intentar proteger sus estructuras del fuego cubriéndolas con material no combustible como arcilla, tiza, césped o vinagre.
Las máquinas de artillería se apostaban contra un objetivo en baterías y sus operadores trabajaban por turnos para que el objetivo pudiera ser bombardeado continuamente. Los cruzados ingleses durante el asedio de Lisboa en 1147 lograron disparar 5.000 piedras en 10 horas, por ejemplo, aunque esto parece ser una excepción. Los experimentos de reconstrucción modernos revelaron que las máquinas de eslinga de vigas podían lanzar una roca que pesaba hasta 60 kilogramos (130 libras) a una distancia que oscilaba entre 85 y 133 metros (100 a 145 yardas). La distancia y el ángulo de tiro podrían mejorarse colocando una máquina en una colina o incluso en una torre, como sucedía en los conflictos en las ciudades italianas donde las villas medievales a menudo tenían su propia torre. Durante el asedio de Milán en 1158, el emperador del Sacro Imperio Romano Germánico Federico Barbarroja (que reinó de 1155 a 1190) montó una máquina en un antiguo arco romano, aunque como objetivo abierto finalmente fue aplastado por el fuego de artillería del propio defensor.
En una situación típica de asedio, el alcance de la artillería no era enorme y quizás eso explique por qué las máquinas de artillería suelen representarse muy cerca de una muralla defensiva en las ilustraciones medievales y por qué quienes las operaban necesitaban alguna forma de protección. Los arqueros y los ballesteros podían disparar con gran precisión y eliminar a los operadores de artillería. Si los defensores tenían su propia artillería, entonces se utilizaban para atacar las máquinas del atacante. Las paredes de madera en la parte delantera de la máquina ofrecían cierta protección a los operadores, pero un impacto directo de una roca podría desactivar una catapulta fácilmente.
Aparte del daño físico, la visión de una batería de máquinas de artillería ensambladas a la vista de todos debe haber sido desalentadora para quienes estaban bajo asedio. También había otras estrategias además de la fuerza bruta de lanzar objetos pesados al enemigo.Enrique V de Inglaterra (que reinó de 1413 a 1422) era conocido por haber arrojado animales muertos a los pozos de Ruan en Francia durante su asedio de 1418-1419 para contaminar el suministro de agua. Las catapultas podían lanzar estiércol y cadáveres con la esperanza de propagar enfermedades entre el enemigo. En el siglo XV, incluso se utilizó gas azufre para expulsar a los defensores en su retirada: el papa Alejandro VI (pontífice de 1492 a 1503) fue acusado de tales tácticas durante el asedio de Ostia en 1498.
La balista
La balista era una ballesta muy grande montada sobre su propio soporte, un diseño que había sido utilizado con buenos resultados por los antiguos ejércitos romanos. El arma disparaba flechas gruesas de madera o pernos de hierro pesados con gran precisión. Las cabezas de pernos de hierro supervivientes de Aviñón en Francia y del castillo de Hasenburg en Suiza oscilan entre 100 y 170 gramos (3,5 a 6 onzas). El arco medía entre uno y dos metros de largo (40 a 80 pulgadas) y la cuerda se tensaba usando un cabrestante. La fuerza de la máquina significaba que un misil bien apuntado podía atravesar a dos o más hombres, como se registró durante el asedio vikingo de París en 885-886, cuando un testigo describió a un desventurado trío de daneses, atravesados por un virote, como pájaros en un asador listos para ser cocinados.
Un hábil tirador de balista podía eliminar a individuos imprudentes en las almenas, y esto dio lugar a que se añadieran contraventanas de madera a los muros de fortificación para mayor protección. Sin embargo, como no servían de mucho para penetrar piedras, los defensores usaban más las balistas, ya que tenían la ventaja de ser más compactas que una catapulta, por lo que cabían tres en un solo piso de una torre. Con tres pisos por torre, se podía controlar al enemigo con una respetable ráfaga de virotes. Una versión más potente de la balista era la espingarda, que tenía dos brazos de arco separados tirados hacia atrás mediante cuerdas y que podía disparar grandes flechas con punta de metal que pesaban hasta 1,4 kilos (3 libras) o incluso piedras. Mortalmente precisos con sus sofisticados mecanismos de disparo, eran ideales para proteger puntos débiles como puertas.
El fundíbulo de tracción
Las catapultas o fundíbulos de tracción, como a veces se las llama (aunque la terminología precisa para la artillería medieval es confusa, ya que no hay un acuerdo unánime, ni entonces ni, ahora, sobre qué máquina debería llevar cada nombre), se basaron en diseños antiguos y se utilizaron ampliamente desde el siglo XI a medida que los reinos europeos fueron entrando en contacto cada vez más con el Imperio bizantino, los ejércitos islámicos cuando entraron en España y la presencia de los ávaros de Eurasia. Los ejércitos islámicos tuvieron contacto tanto con la India como con China, al igual que los ávaros. Es a los chinos a quienes se les atribuye la invención del fundíbulo de tracción entre los siglos V y III a.C. La versión romana, conocida como onagro, era similar pero usaba tripas de animales en lugar de cuerda para proporcionar la torsión.
LOS FUNDÍBULOS DE TRACCIÓN arrojaban PIEDRAS A LAS ALMENAS MÁS FRÁGILES DE UN MURO O A LOS HOMBRES QUE PERMANECÍAN DETRÁS DE ELLAS.
Es muy debatido cómo se llegó a la versión medieval europea del fundíbulo de tracción, y es probable que los diferentes ejércitos tuvieran sus propias variaciones en los detalles del diseño. La construcción estándar, basada en ilustraciones medievales y descripciones de manuscritos, implicaba un solo brazo con una honda o cubo de piel de buey sujeto que se movía mediante la tensión de una cuerda retorcida. La cuerda se bajaba y entonces el brazo estaba listo para ser impulsado por uno o varios hombres (o mujeres en un asedio documentado). Existían diversas piezas metálicas de acero, bronce y hierro, pero no se sabe exactamente cómo ni dónde se utilizaban. Los fundíbulos de tracción podían lanzar una roca hacia el enemigo pero, por lo general, no lo suficientemente pesada como para destruir una pared. Su objetivo eran, más bien, las almenas más débiles de un muro o los hombres que estaban detrás de ellas. Hay algunos registros de versiones pequeñas montadas en una torre de asedio o en barcos al atacar fortificaciones portuarias.
Los fundíbulos fueron una auténtica invención medieval y se vieron por primera vez en Italia en el siglo XII y se utilizaron más ampliamente a partir del siglo XIII, cuando están documentados en Inglaterra, Alemania y Francia. Probablemente originario de Oriente Medio, la terminología confusa empleada por los cronistas medievales les ha impedido a los historiadores modernos reconstruir su origen exacto. La primera mención definitiva de un fundíbulo europeo se produce en una crónica que describe el asedio de Castelnuovo Bocca d'Adda cerca de Cremona en Italia en 1199.
Un fundíbulo utilizaba un contrapeso (en lugar de la torsión de una cuerda como en un fundíbulo de tracción) hecho de piedra o revestimiento de metal para hacer saltar un solo brazo e impulsar una roca pesada hacia el enemigo. El brazo, sujeto a un eje de metal y engrasado con grasa animal, se tensaba mediante un cabrestante. Los diseños precisos son difíciles de reconstruir, dada la falta de restos y, a menudo, los dibujos fantasiosos de historiadores medievales que prácticamente no tenían conocimientos de ingeniería. Hay algunas descripciones que se conservan, una de las cuales es la de una catapulta empleada por Simón de Montfort durante el asedio de Toulouse en Francia en 1218. La máquina tenía un brazo de 12 metros (13 yardas) de largo y un contrapeso de 2,6 toneladas (2.200 libras).
Como podían lanzar piedras más pesadas que los fundíbulos de tracción y dispararlas con una trayectoria más alta, todos, excepto los muros de fortificación más gruesos, estaban ahora en peligro de ser aplastados por la catapulta hasta convertirse en escombros. Por tanto, no es de extrañar que muchos ejércitos bautizaran sus máquinas con nombres como "el Toro" o Malvoisin ("mal vecino"). Para el siglo XIV, las catapultas eran aún más grandes y mejores y estaban equipadas con un contrapeso de 4,5 a 13,5 toneladas (9.900-29.750 libras) que podía disparar una piedra que pesaba entre 45 y 90 kilos (100-200 libras). El alcance probablemente era de unos 275 metros (300 yardas). El gran tamaño de estos monstruos y su complejo mecanismo está plasmado en la documentación de la máquina de Eduardo I de Inglaterra (que reinó de 1272 a 1307) en el asedio de Stirling en Escocia en 1304, que informa de que 54 carpinteros tardaron tres meses en ensamblarla. Naturalmente, los defensores de ciudades y castillos también empleaban estas máquinas generalmente en torres que a menudo estaban elevadas para aumentar su alcance de tiro e incluso arrojaban hacia atrás las mismas piedras que habían disparado los atacantes.
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El cañón
La pólvora probablemente se inventó en la antigua China y presumiblemente entró en Europa a través de rutas comerciales como la Ruta de la Seda, pero su potencial como medio para impulsar un misil a gran velocidad y distancia tardó en materializarse. Finalmente, se fundieron dos cañones de latón (o una aleación alternativa de latón) en Florencia en 1326 y la Torre de Londres tenía sus propios cañones en 1338. La representación más antigua de artillería con pólvora en la literatura europea es un manuscrito inglés de 1326, que muestra un cañón sobre un soporte de madera listo para disparar un perno. La primera batalla europea documentada en la que se utilizaron cañones fue la batalla de Crécy en 1346, donde ayudaron a los ingleses a derrotar a un ejército francés y genovés más grande.
El uso generalizado de Los CAÑONES se vio limitado por EL COSTO DE PRODUCIRLOS Y la adquisición de UN SUMINISTRO SUFICIENTE DE PÓLVORA.
Estas primeras armas de fuego, a veces conocidas como bombardas, se fabricaron primero de bronce o cobre y luego, desde alrededor de 1370, tiras de hierro forjadas en cilindros. Disparaban pequeñas bolas o saetas de madera con cabeza de hierro. Las primeras versiones eran a veces más letales para quienes las disparaban que para el objetivo; tal era la falta de conocimientos y maestría en el diseño de la época medieval en esta área. Jacobo II de Escocia (que reinó de 1437 a 1460), por ejemplo, murió al explotar un cañón en el asedio de Roxburgo en 1460. Otras limitaciones a su uso generalizado fueron el enorme costo de producirlos, adquirir un suministro suficiente de pólvora, encontrar hombres con la habilidad para dispararlos con precisión y poder mover estas engorrosas máquinas a donde eran necesarias en la batalla. Los cañones más pequeños se podían montar en carros, pero los más grandes eran demasiado grandes para moverlos fácilmente, y los carros con ruedas y elevados solo fueron de uso común desde el siglo XV. Uno de los cañones más grandes producidos fue el cañón Mons Meg, fabricado, nuevamente, para Jacobo II de Escocia en 1449 (claramente un trágico fanático del arma), que podía disparar bolas de piedra que medían 48 cm (19 pulgadas) de ancho y pesaban 180 kilos (400 libras) a una distancia de unos 250 metros (275 yardas). Este cañón de hierro gigante se puede ver hoy en exhibición permanente en el Castillo de Edimburgo.
Las armas de fuego pequeñas, básicamente cañones de mano que pesaban hasta 15 kilos (33 libras), se utilizaron a partir del siglo XIV, probablemente introducidas por los ejércitos árabes. Pistolas más precisas, que disparaban pequeñas bolas, pernos o perdigones de plomo, se utilizaban desde el siglo XV y se conocían como arcabuz. Nuevas versiones de armaduras fueron probadas al ser disparadas por estas armas a corta distancia.
Un inventario de 1461 del castillo de Caister en Inglaterra revela la presencia de una colección de armas de pólvora de varios calibres. Había cuatro cañones de carga con ocho recámaras. Dos de los cañones podían disparar bolas de piedra de 15 cm (7 pulgadas) y los otros dos disparaban bolas de piedra de 12 cm (5 pulgadas). También había un cañón serpentino (el tipo más pequeño), que estaba cargado con piedra de 25 cm (10 pulgadas) y uno más pequeño disparaba una piedra de 15 cm. Había tres fowlers (un nombre para los tipos más pequeños de cañones), que disparaban piedras de 30 cm, seis cañones más pequeños que disparaban perdigones de plomo y siete pistolas.
Como era de esperar, los muros se engrosaron y realzaron como respuesta a la amenaza de los cañones y los defensores podían, por supuesto, tener los suyos propios, por lo que las ventanas se modificaron en consecuencia en muchas fortificaciones para dar un mayor ángulo de tiro. Estas portillas de cañón tenían una abertura redonda para el cañón y una ventana con hendidura vertical en la parte superior para observar, de ahí su nombre común de "ventanas en forma de ojo de cerradura". A veces también se bajaban las torres y los muros para proporcionar una mejor plataforma de tiro desde la cual bombardear a los atacantes si el castillo tenía sus propios cañones. Sin embargo, fue en el ataque donde se utilizaron los cañones con mayor efecto a medida que la guerra se volvió más agresiva y dinámica. Los cañones también se volvieron más precisos en el siglo XV, cuando se descubrió el beneficio de perforar la boca del cañón con una broca de acero para hacerlo más liso.
Los primeros cañones disparaban bolas de piedra cortadas para ese propósito, pero a partir del siglo XV, los cañones disparaban bolas de hierro fundido, y uno de los ejemplos más dramáticos sobre su uso fue el asedio de Constantinopla en 1453 por el sultán otomano Mehmed II (que reinó de 1444-1446 y de 1451-1481), cuyo ejército desplegó 62 cañones. Los cañones también fueron un factor decisivo en la victoria francesa de la guerra de los Cien Años (1337-1453) contra Inglaterra. Cuando en el siglo XV se empezaron a utilizar más ampliamente baterías de enormes cañones, que disparaban bolas que pesaban más de 100 kilos (220 libras), los días de la guerra de asedio estática efectivamente llegaron a su fin, ya que ninguna fortificación podía resistir una andanada de tales disparos de cañones por mucho tiempo. Además, cuando las armas de fuego superaron los primeros problemas de imprecisión y tiempo de carga lento, sus obvias ventajas en penetración y la falta de habilidad necesaria para dispararlas en comparación con armas tradicionales como el arco largo significaron que el arma cambió completamente la guerra justo cuando el periodo medieval llegaba a su fin.
Magíster en Historia Militar con más de 20 años de servicio militar, actualmente realizando trabajos de investigación sobre desarrollo tecnológico en buques y memoria histórica con veteranos.
Mark es un autor, investigador, historiador y editor de tiempo completo. Se interesa, en especial, por el arte y la arquitectura, así como por descubrir las ideas compartidas por todas las civilizaciones. Tiene una maestría en filosofía política y es el director de publicaciones de World History Encyclopedia.
Cartwright, Mark. "Artillería en la Europa medieval."
Traducido por Rodrigo Pedraza. World History Encyclopedia. Última modificación mayo 28, 2018.
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Cartwright, Mark. "Artillería en la Europa medieval."
Traducido por Rodrigo Pedraza. World History Encyclopedia. World History Encyclopedia, 28 may 2018. Web. 31 oct 2024.
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Escrito por Mark Cartwright, publicado el 28 mayo 2018. El titular de los derechos de autor publicó este contenido bajo la siguiente licencia: Creative Commons Attribution-NonCommercial-ShareAlike. Por favor, ten en cuenta que el contenido vinculado con esta página puede tener términos de licencia diferentes.