La ideología del Sacro Imperio Romano

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Isaac Toman Grief
por , traducido por Antonio Elduque
Publicado el 22 junio 2021
Disponible en otros idiomas: inglés, francés, indonesio, portugués, turco
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"El Sacro Imperio Romano no fue de ningún modo sagrado, ni romano, ni un imperio", escribió Voltaire, y esa interpretación todavía domina el imaginario popular, de forma que el Sacro Imperio Romano es considerado un mal chiste, una triste parodia de la gloria de Roma. Pero, ¿tenía razón Voltaire? Vamos a explorar aquí la ideología que explica, y quizás justifica, el nombre.

Doctrine of the Two Swords from the Sachsenspiegel
Doctrina de las Dos Espadas del Sachsenspiegel
Eike von Repgow (CC BY-NC-SA)

Restauración del Imperio romano

Los francos fueron uno de los muchos pueblos que emigraron a Europa durante la decadencia del Imperio romano. En los siglos que siguieron a la caída del Imperio romano de Occidente, se forjaron reinos, se luchó en guerras brutales y se ascendió a la grandeza – y se cayó de ella – a una velocidad vertiginosa. A mediados del siglo VIII, Pipino el Breve (r. 751-768) se sumó a la pelea, al usurpar el trono de los francos.

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Después de que Carlomagno derrotara a los enemigos del Papa, este llevó su alianza un paso más allá, coronándole emperador de los romanos.

Pipino buscó solemnemente la bendición del papa para legitimar a la nueva dinastía carolingia. Como obispo de Roma y centro del movimiento evangelizador, el papa tenía un prestigio y una influencia enormes sobre los demás obispos al norte y oeste. Era la figura más prominente de la iglesia medieval en Europa occidental, pero como eso implicaba peligro, la alianza con un gran señor era muy beneficiosa. No obstante, la dinastía que Pipino había fundado es conocida por el nombre de su hijo, Carlos el Grande, Carolus Magnus o, como es normalmente conocido, Carlomagno (742-814).

Carlomagno amplió el que ya era el mayor reino de Europa occidental hasta incluir (aproximadamente) las actuales Francia, Bélgica, Países Bajos, Luxemburgo, Alemania occidental, Suiza, Eslovenia y el norte de Italia. Además, ansiaba difundir la enseñanza cristiana y clásica, en latín, a lo largo y ancho de su vasto reino. Después de que Carlomagno derrotara a los enemigos del papa, los lombardos, este llevó su alianza un paso más allá. El día de Navidad del 800 d.C. el Papa León III le coronó Emperador de los Romanos. Según la historia, Carlomagno quedó abrumado por ese honor, pero muy probablemente se trató de un astuto movimiento político de ambos, para consolidar el prestigio de la Iglesia y de la Corona.

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Coronation of Charlemagne
La coronación de Carlomagno
Friedrich Kaulbach (Public Domain)

Los territorios de los francos se fraccionaron a la muerte del hijo de Carlomagno. El Tratado de Verdún, en el 843, dividió el Imperio Carolingio entre los nietos de Carlomagno. En teoría, la zona del norte de Italia siguió siendo la sede del trono imperial, pero la del este – Francia Oriental, que cubría la mayor parte de la actual Alemania – era la más poderosa. El papa había tenido por mucho tiempo problemas con sus vecinos del norte, e igual que León había pedido a Carlomagno derrotar a los lombardos a cambio del título imperial, Odón el Grande, gobernante de la Francia Oriental, conquistó la Italia septentrional en el 961. Un año más tarde, en el 962, era emperador de un Sacro Imperio Romano revitalizado, que había nacido con el núcleo en Alemania.

Dos espadas

Papa y emperador fueron conocidos como las dos espadas, los líderes simbólicos de la Europa septentrional y occidental, o la cristiandad latina.

El acuerdo entre el papa y el emperador fue mucho más que una simple ayuda mutua. La asociación de un señor glorioso y el de la Iglesia de occidente sentó las bases de una nueva civilización, lo que hoy llamamos la Europa medieval. El papa y el emperador fueron conocidos como las Dos Espadas, los líderes simbólicos de la Europa septentrional y occidental, o la cristiandad latina. El papa y el emperador representarían, respectivamente, la vida religiosa y el mundo político que ambos compartían.

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El título de emperador era mucho más que un adorno, significaba ser el heredero de la poderosa Roma, cuya historia se asentaba sobre los hombros de Europa. Para entenderlo, hay que volver la vista al Libro de Daniel, en el Antiguo Testamento. Daniel profetizó que habría cuatro imperios en el mundo antes del Apocalipsis. Translatio imperii fue la forma de denominar el relevo de un imperio por el siguiente. En la Antigüedad tardía, la interpretación cristiana de esta profecía era que cada imperio se había desplazado un poco hacia occidente, culminando en el Imperio romano. Como aún no había llegado el fin del mundo, hasta donde se podía decir, ese concepto de translatio imperii podía inspirar y legitimar la renovación del Imperio romano cristiano, aquí en los reinos post-imperiales del extremo occidental. El Imperio romano renacido era simplemente una continuación del último imperio sobre la tierra, y la gente de Europa vería el Apocalipsis bajo su guía.

El Imperio bizantino todavía reclamaba para sí el ser el Imperio romano, pero el occidente latino tenía un sentimiento creciente de separación del oriente griego. Aunque las iglesias oriental y occidental aún no estaban formalmente divididas en tiempos de Carlomagno, sus culturas y alianzas se habían ido separando. La iglesia occidental, sobre todo, estaba dominada por el papa de Roma quien, según Oriente, era sólo un obispo entre muchos otros. La idea de una civilización separada, occidental, romana, latina y cristiana tenía sentido para la gente que vivía allí. Tendían a describir su estado como la renovación del Imperio romano (Renovatio imperii Romanorum) más que como el Sacro Imperio Romano – término que apareció en el siglo XII – pero el concepto es el mismo.

Map of the Holy Roman Empire, 972-1032 CE
Mapa del Sacro Imperio Romano Germánico, 972-1032
Sémhur (CC BY-SA)

Entendido desde esa perspectiva, la que la gente de la época hubiera tenido, toma sentido la combinación de términos:

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  • Sacro, los verdaderos cristianos, los creyentes que defienden la verdad de Dios en un mundo de herejía y paganismo;
  • Romano, los herederos del Imperio romano, centrados en la primacía espiritual de la ciudad de Roma, cuyo obispo es el representante de nuestra vida religiosa compartida;
  • Imperio, dirigido por un emperador, el único gobernante reconocido por toda la civilización, el de más alto rango y superior a los demás, cuya especial autoridad representa la civilización común.

Es interesante el hecho de que el Imperio romano de Oriente seguiría más tarde la misma idea, pero por diferente camino. Se considera que las iglesias ortodoxa griega y católica latina se separaron oficialmente cuando el papa y el patriarca de Constantinopla se excomulgaron mutuamente en el 1054. Los pueblos que conformarían el Oriente eslavo habían tenido, por mucho tiempo, la influencia de la cultura ortodoxa griega emanada de los bizantinos. Después de 1453, con la caída de Constantinopla a manos del imperio otomano musulmán, Moscú reclamaría la translatio imperii, llamándose a sí misma la “Tercera Roma", con un césar (Zar) a la cabeza.

Conflicto entre papa y emperador

Esa imagen de las dos espadas, papa y emperador, como mandatarios representativos de la cristiandad latina, era una interpretación discutible de un pasaje del evangelio de Lucas: “Los discípulos dijeron, ‘Mirad, Señor, aquí hay dos espadas.’ Es suficiente, respondió” (22, 37-38). Si estaba basada en unos fundamentos bíblicos inestables, pronto quebraron también los fundamentos políticos, y las dos espadas empezaron a chocar entre ellas.

Primero, los movimientos reformistas del siglo XII dieron energía a la Iglesia. La veían como demasiado laxa, impregnada del pecado, y querían restringir los matrimonios de los sacerdotes y la vida lujuriosa de los monjes. Las grandes reformas de Cluny buscaban purificar la vida cotidiana de los monjes medievales, y el papa Gregorio VII quería imponer el buen orden y la moralidad en todos sus sacerdotes, no solamente en los monjes que vivían en los monasterios medievales. No era aceptable para la Iglesia el limitarse al papel secundario de legitimación de quien ocupara el poder; con esa nueva organización jerárquica estricta, tenía la capacidad de luchar por su influencia.

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Model of Cluny Abbey
Modelo de la abadía de Cluny
Hannes72 (CC BY-SA)

Segundo, los normandos habían invadido Italia a principios del siglo XI. Estos guerreros, de reputación feroz, tenían poder para luchar a favor del papa y, como recién llegados, estaban deseosos de conseguir toda la autoridad que la Iglesia pudiera darles. No siempre mantuvieron buenas relaciones, pero tenían la opción de aliarse con el papa, que así podía tener un protector noble, distinto del emperador.

El ejemplo más famoso de un conflicto entre el papa y el emperador fue la llamada Querella de las Investiduras. En el 1076, el papa Gregorio VII (r. 1073-1085) excomulgó a Enrique IV, emperador del Sacro Imperio Romano (r. 1084-1105), tras su disputa sobre quién podía nombrar al obispo de Milán. Podía parecer una acción desproporcionada para una discusión menor, pero el derecho a investir a los obispos dentro del imperio, con los símbolos de su cargo, era muy importante para su autoridad. Desafortunadamente para Enrique, su excomunión fue la luz verde para que numerosos nobles desafectos se rebelaran contra él, que pudo suavizar el conflicto con éxito, caminando hasta Canossa, donde estaba Gregorio, y postrándose ante él de rodillas, descalzo sobre la nieve, hasta que aceptó absolverle.

Sin embargo, el conflicto de las investiduras continuó, se libraron muchas más batallas y murió mucha más gente. El Concordato de Worms, en 1122, fue un acuerdo de compromiso, pero siguió la tensión subyacente entre esas dos figuras prominentes, ninguna de las cuales podía imponer totalmente su autoridad sobre la otra, con lo que el conflicto se fue inflamando una y otra vez. La lucha del papa Juan XXII y el emperador Luis IV en el siglo XIV aparece descrita de forma memorable en la famosa novela de Umberto Eco El nombre de la rosa.

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Pope Gregory VII, Pitigliano Cathedral
Papa Gregorio VII, Catedral de Pitigliano
Detunedweirdo (CC BY-SA)

Así siguieron las dos espadas, cada una en la garganta de la otra. La relación nunca fue particularmente buena, ni siquiera en apariencia. No obstante, conflicto no se ha de interpretar como fracaso. Hubo tanta controversia precisamente porque el asunto importaba mucho a los implicados. El papa y el emperador eran como dos boxeadores luchando en un cuadrilátero, construido para disputar un trofeo que se hubieran inventado. Discutían por la posición y el poder relativo dentro del marco que habían creado, fuera del cual era muy difícil pensar, y en absoluto de su interés. El hecho de que pelearan tan arduamente indica lo importante que era para ellos reclamar para sí el liderazgo de la nueva civilización que habían fundado.

Soberanía: ambas espadas rotas

En el curso de la Edad Media, el Sacro Imperio Romano empezó a perder su prominencia entre las potencias europeas. El concepto de las dos espadas fue perdiendo relevancia gradualmente. Por supuesto, hubo emperadores poderosos como Federico I Barbarroja (r. 1155-1190) y su nieto Federico II (r. 1220-1250), que conquistó Sicilia e incluso liberó por breve tiempo Jerusalén en la sexta cruzada. Ocasionalmente recibieron homenaje directo de otros reyes, como cuando, en 1193, Enrique VI, emperador del Sacro Imperio (r. 1191-1197) capturó a Ricardo I de Inglaterra (conocido por el sobrenombre de Ricardo Corazón de León, r. 1189-1199). Por supuesto, Ricardo lo hizo bajo coacción, pero es importante el hecho de que fuera posible. Legalmente, podría no haber prestado sumisión a ningún otro monarca europeo, porque ninguno tenía un título superior al suyo. Sin embargo, la afirmación de dominio universal se limitaba a ocasiones como esa.

Aparte de las tierras que poseían por sus títulos reales, como Alemania y el norte de Italia, los emperadores no tenían demasiada autoridad. Mantenían su corte y formaban sus ejércitos más como reyes de Alemania que como emperadores del Sacro Imperio. Los filósofos comenzaban a discutir sobre la soberanía de monarcas y ciudades, lo que significaba que cada rey, reina y ciudad-estado era libre de gobernar como quisiera dentro de su reino en cuestiones temporales, sin referencia al emperador. En cuestiones espirituales, todavía tenían que respetar a la Iglesia, por supuesto. Algunos estudiosos apuntan que ese era un derecho como miembros del imperio universal, otros que el Imperio romano nunca se había restaurado totalmente, y otros que emanaba de las leyes y costumbres especiales de cada pueblo. Independientemente de los detalles, el efecto era el mismo: el rechazo de la autoridad imperial por la Europa externa al imperio.

Fredrick I Barbarossa Flanked by His Sons
Federico I Barbarroja flanqueado por sus hijos
Unknown Artist (Copyright, fair use)

Muchos quisieron cuestionar el dominio del emperador del Sacro Imperio. La disputa fue especialmente violenta en Italia, y fueron en realidad los estudiosos vinculados a sus ciudades-estado quienes desarrollaron los argumentos legales y filosóficos en defensa de su soberanía. Mientras tanto, las monarquías de Inglaterra, y especialmente Francia, se consolidaron como reinos poderosos, con reyes orgullosos, reacios a aceptar la superioridad de nadie.

Los vasallos del emperador en Alemania continuaron afirmando su independencia. In 1078, durante la Querella de las Investiduras, los más fuertes respondieron a la excomunión de Enrique IV por parte de Gregorio, nombrando un nuevo rey. Su “anti-rey” murió al cabo de dos años, y Enrique ya había recuperado la iniciativa para entonces, pero el resultado de esa acción fue que los príncipes alemanes más destacados se reservaron el derecho a decidir quién había de ser el siguiente rey de Alemania. Los candidatos tenían que contentar y sobornar a esos electores de forma que estos se mantuvieron muy poderosos y autónomos. Incluso rompieron el vínculo entre el papa y el emperador cuando declararon, en 1356, que el título imperial sería asumido automáticamente por quien ellos eligieran como rey de Alemania. Eso hizo las sucesiones menos traumáticas, y a esos electores más influyentes, pero deterioraron la idea de que el imperio podía representar al mundo cristiano latino.

La civilización compartida de Europa estaba cambiando. Voltaire la llamó “una especie de gran república dividida en varios estados”, de los cuales el imperio era solamente uno más. Tenía, como máximo, preeminencia ceremonial, un título de primero entre iguales. Incluso cuando Carlos V, emperador del Sacro Imperio (r. 1519-1556), lo unió con España y sus vastas colonias de ultramar, y parecía que otra vez era posible un imperio universal, los estados europeos conservaron celosamente su soberanía. El Estatuto de Restricción de Apelaciones de Enrique VIII de Inglaterra (r. 1509-1547), promulgado en 1533 como parte de su ruptura con la Iglesia católica, comienza diciendo que “este reino de Inglaterra es un imperio”. El objetivo de esta floritura no era otro más que afirmar que Inglaterra no respetaría más leyes que las propias y rechazaba de manera explícita la idea de que hubiera alguien por encima del rey. Por supuesto, iba dirigida al papa. El concepto medieval de soberanía había rechazado al emperador y ahora Enrique VIII estaba dando el siguiente paso lógico, rechazando también al papa. En el duelo entre las dos espadas, ambas habían perdido.

Guerra civil

Sin embargo, el Sacro Imperio Romano no era simplemente un estado europeo más. Puede que desde fuera, en los inicios de la Era Moderna (a partir del 1500 aproximadamente), no se prestara demasiada atención a sus ostentaciones imperiales, pero su peculiar historia le dio unas características y un significado especiales a la gente que vivió dentro de sus fronteras.

Map of the Holy Roman Empire, 1648 CE
Mapa del Sacro Imperio Romano Germánico, 1648 EC
Astrokey44 (CC BY-SA)

Carlomagno cambió para siempre a Europa cuando fue coronado en Roma, el día de Navidad del 800, igual que un monje alemán llamado Martín Lutero cuando fijó sus 95 tesis en la puerta de la catedral de Wittenberg, en la víspera de la fiesta de Todos los Santos de 1517. Lutero desencadenó una serie de acontecimientos que ahora llamamos la Reforma protestante. En ese contexto se produjo la ruptura de Inglaterra con Roma, que no fue más que uno entre los muchos acontecimientos revolucionarios provocados por reformistas como Lutero.

La religión desgarró al imperio durante cien años. La propia palabra “protestante” proviene de los príncipes luteranos, que protestaban contra una decisión católica en el Reichstag (la asamblea de todos los gobernantes del imperio) de 1529. Esos protestantes formaron la Liga de Esmalcalda y negociaron la Paz de Augsburgo (1555) en la que, a pesar de su derrota en la guerra, consiguieron privilegios oficiales para practicar su religión. Al entrar en guerra civil tanto la Holanda española como Francia, los príncipes católicos, al igual que los luteranos, se aliaron como estructuras neutrales dentro del imperio en las que se podía practicar su religión. El acuerdo se rompió cuando algunos príncipes influyentes se convirtieron al calvinismo, una forma de protestantismo no aceptada por la Paz de Augsburgo, y las diversas denominaciones entraron en disputa sobre qué candidatos controlarían los lucrativos arzobispados-principados. Esas tensiones explotaron mientras el emperador estaba ocupado luchando contra los otomanos. Muchos historiadores consideran que la subsecuente Guerra de los Treinta Años (1618-1648) fue la ruptura real del Sacro Imperio Romano, un momento en el que el edificio completo se hundió en una horrible matanza y, después no quedó más que un cascarón vacío. Voltaire escribió su famosa frase en el período que siguió a la Guerra de los Treinta Años.

Para la gente del Sacro Imperio Romano esas fueron guerras civiles en las que intervinieron (de forma controvertida) potencias extranjeras. Se luchaba dentro del imperio por desacuerdos sobre qué debía llegar a ser. A diferencia de la Inglaterra anglicana, la Suecia luterana o la Francia católica, el imperio aceptó varios cristianismos y pudo hacerlo porque no fue propiedad de una sola dinastía ni dominado por un único grupo. Permaneció como una identidad global, ni étnica ni religiosa, que abarcaba muchas identidades locales y particulares. Dónde se situaba la gente dentro de esa estructura fue una fuerte perpetua de conflicto, dentro y fuera del campo de batalla, pero dicha estructura sobrevivió. La muerte final del imperio, en los primeros años del siglo XIX, fue el presagio de unas nuevas ideas, muy distintas, sobre los imperios.

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Sobre el traductor

Antonio Elduque
Soy doctor en Química y trabajo en el sector biomédico. También licenciado en Humanidades, especialmente aficionado a la Historia. Me gusta traducir porque obliga a una lectura lenta y cuidadosa, buscando el sentido del texto más que el significado de las palabras.

Sobre el autor

Isaac Toman Grief
Isaac es doctor en Relaciones Internacionales y trabaja como funcionario público en el Reino Unido. Su pasatiempo favorito es aprender y lo que más le gusta aprender es historia.

Cita este trabajo

Estilo APA

Grief, I. T. (2021, junio 22). La ideología del Sacro Imperio Romano [The Ideology of the Holy Roman Empire]. (A. Elduque, Traductor). World History Encyclopedia. Recuperado de https://www.worldhistory.org/trans/es/2-1786/la-ideologia-del-sacro-imperio-romano/

Estilo Chicago

Grief, Isaac Toman. "La ideología del Sacro Imperio Romano." Traducido por Antonio Elduque. World History Encyclopedia. Última modificación junio 22, 2021. https://www.worldhistory.org/trans/es/2-1786/la-ideologia-del-sacro-imperio-romano/.

Estilo MLA

Grief, Isaac Toman. "La ideología del Sacro Imperio Romano." Traducido por Antonio Elduque. World History Encyclopedia. World History Encyclopedia, 22 jun 2021. Web. 04 dic 2024.

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