Según la tradición bíblica (o el mito, según algunos), David (hacia 1035-970 a.C.) fue el segundo rey del antiguo Reino Unificado de Israel que ayudó a establecer el trono eterno de Dios. Aunque en un inicio fue pastor de ovejas, David llegó a ser conocido por su pasión por Dios, sus conmovedores salmos y habilidades musicales, su valor inspirador y su experiencia en la guerra, su buena apariencia y su relación ilícita con Betsabé, así como por sus conexiones ancestrales con Jesús de Nazaret en el Nuevo Testamento. Nacido alrededor del año 1000 a.C., David era el octavo hijo (y el más joven) de Jesé, de la tribu de Judá. Al igual que el rey Saúl y el rey Salomón, David reinó durante 40 años en uno de los periodos más florecientes y prósperos de la historia de Israel, conocido por muchos como "La Edad de Oro" de Israel. Aunque se lo considera tan imperfecto o pecador como los reyes que lo precedieron y lo siguieron, en el judaísmo y el cristianismo, el rey David se presenta en varios libros de la Biblia (de donde procede la mayor parte de la información sobre él, hasta el momento) como un rey modelo de religiosidad, arrepentimiento y sumisión, así como un precursor del Mesías, el "ungido" y vencedor judío.
La historia tradicional del rey David
En las escrituras hebreas, 1 Samuel 16 introduce a los lectores a un joven que cautivaría no sólo el corazón de la nación de Israel, sino también el de Dios. El profeta del Antiguo Testamento Samuel (hacia 1200-1050 a.C.) es enviado a Jesé de Belén (un agricultor y pastor común) para ungir a uno de sus hijos como nuevo rey, mientras el primer rey de Israel, Saúl (hacia 1080-1010 a.C.) sigue vivo, pero no cumple con sus deberes de obedecer las instrucciones de Samuel y se rebela contra la autoridad y los mandamientos de Dios. Después de que Jesé hiciera desfilar a casi todos sus hijos ante Samuel, siendo todos rechazados como rey, finalmente trae al más joven, David, que "era rubio, de bellos ojos y hermosa presencia" (1 Samuel 16:12).
Aunque David no tiene el aspecto que debería tener un rey, posee el corazón de un león, un espíritu valiente, y aún mejor, un profundo e inagotable amor por Dios. Samuel, que ha estado tan abatido por el rey Saúl, encuentra esperanza y bendición en el joven pastor de Belén de Judea. Después de que David fuera ungido, 1 Samuel 16:13 dice: "Y, a partir de entonces, vino sobre David el espíritu de Yahveh".
Sin embargo, esta noticia no es nada alentadora para el rey Saúl. Mientras David recibe las bendiciones del Espíritu Santo (el Consejero y tercera persona de la Trinidad), "El espíritu de Yahveh se había apartado de Saúl, y un espíritu malo que venía de Yahveh le infundía espanto" (v. 16:14). Saúl comenzó a experimentar períodos de sufrimiento mental y emocional, provocados por un trastorno bipolar o por un espíritu maligno (según el texto bíblico). Uno de sus sirvientes recuerda que David es un excelente músico y recomienda a Saúl que lo emplee como escudero (el que llevaba un gran escudo y otras armas para el rey) y una especie de bálsamo musical para sus tortuosos episodios. 1 Samuel 16:23 dice: "Cuando el espíritu de Dios asaltaba a Saúl, tomaba David la cítara y la tocaba. Entonces Saúl recobraba la calma y el bienestar, y el espíritu malo se apartaba de él".
David y Goliat
David era algo más que un simple músico; tenía el corazón de un guerrero y un conjunto de habilidades de pastoreo del más alto nivel, especialmente cuando se trataba del uso de la honda. Un día, los filisteos y los israelitas estaban en guerra; sin embargo, los dos bandos de guerra estaban a ambos lados de un valle, burlándose los unos de los otros. Los filisteos, el pueblo no semítico de la antigua Palestina meridional, tenían un poderoso guerrero entre ellos: Goliat, que (según la Biblia) medía casi tres metros de altura. No es sorprendente que ninguno de los guerreros israelitas se atreviera a luchar contra él.
Cuando David escucha las viles palabras de Goliat contra Dios e Israel, se ofrece para luchar contra él. En lugar de insistir en que un oficial más adulto y experimentado (o incluso él mismo) salga a defender a Dios y a Israel contra Goliat, el rey Saúl respalda los deseos de David. Después de algunos cambios de vestuario (finalmente se puso su vestimenta normal), David escoge cinco piedras de río como munición y se dispone a enfrentarse a su gigantesco enemigo. Goliat mira fijamente al pequeño y joven hombre y le reprocha: "¿Acaso soy un perro, para que vengas contra mí con palos?". (v. 17:43). La respuesta verbal de David es tan burlona como audaz.
Tú vienes contra mí con espada, lanza y jabalina, pero yo voy contra ti en nombre de Yahveh Sebaot, Dios de los ejércitos de Israel, a los que has desafiado. Yahveh tiene previsto entregarte hoy mismo en mis manos. Te mataré y te cortaré la cabeza, y entregaré hoy mismo los cadáveres del ejército filisteo a las aves del cielo y a las fieras de la tierra, para que sepa toda la tierra que Israel tiene un Dios.
(vv. 17:45-46)
Cuando Goliat arremete contra David, el joven lanza una piedra que golpea a Goliat en la frente, dejándolo inconsciente. A continuación, David se coloca sobre el gigante, agarra su espada y lo mata. Ver al más joven de Israel eliminar tan fácilmente a su guerrero más fuerte sembró el terror en todo el ejército filisteo, que terminó huyendo. También agradó al rey Saúl, que básicamente lo adoptó en su familia. En 1 Samuel 18:2-3 se dice: "Lo retuvo Saúl aquel día y no le permitió regresar a casa de su padre".
La envidia de Saúl
En consideración por el éxito frecuente de David y por sus increíbles habilidades a su servicio, el rey Saúl promovió a David, que continuó asombrando a sus hombres y a todo Israel. Desgraciadamente, Saúl había desarrollado un problema de ego, por lo que comienza a tenerle rencor a David, especialmente cuando oye a la gente cantar: "Saúl ha matado a sus miles, y David a sus decenas de miles" (v. 18:7). Por envidia, Saúl trata de matar a David, a quien ahora ve como a un enemigo en lugar de un siervo leal. Por lo que, irónicamente, el acuerdo de matrimonio entre la hija de Saúl, Mical, y David tiene que ver más con el deseo de Saúl de atrapar o, en última instancia, asesinar a David, que con una unión sagrada.
Finalmente, David acude a su mejor amigo, Jonatán, el hijo mayor del rey Saú, en busca de ayuda. Jonatán trata de restarle importancia a los temores de David, pero cuando Jonatán se dirige a su padre para asegurarle que David es su leal servidor, el rey Saúl arremete contra Jonatán, llamándole
¡Hijo de una perdida! ¿Acaso no sé yo que prefieres al hijo de Jesé para vergüenza tuya y vergüenza de la desnudez de tu madre?
(v. 20:30)
Es entonces cuando Jonatán comprende por fin hasta qué punto su padre está lleno de odio contra David. Saúl ha llegado a odiar a David más de lo que ama a Dios —lo cual es una pésima condición para cualquier humano, bíblicamente hablando.
Hacia el final de su vida, el hijo de Saúl, el príncipe Jonatán, se convierte en el protector de David, pidiendo esa misma devoción por parte de David. 1 Samuel 20:16-17 dice: "Jonatán concluyó un pacto con la familia de David: Yahveh pedirá cuentas a los enemigos de David. Jonatán hizo jurar a David por el amor que le tenía, pues le amaba como a sí mismo".
El resto del primer libro de Samuel ofrece los detalles de una continua persecución intermitente entre Saúl, que intenta desesperadamente matar a David (y a sus fuerzas) y David, que intenta desesperadamente no matar a Saúl, a pesar de la insistencia de sus amigos y compatriotas. A diferencia de Saúl, David muestra su carácter noble, compasivo y comprometido que tanto impresiona a Dios. A pesar de la maldad de Saúl, David no quiere dañar a Saúl, "el ungido de Dios". Este, en cambio, se ha entregado a las tinieblas de su corazón y de su alma, llegando incluso a matar a algunos sacerdotes del Señor.
De hecho, David se desvive por evitar a Saúl y devuelve el mal de Saúl con el bien. Uno de los momentos más interesantes ocurre cuando David se infiltra en una cueva donde Saúl está haciendo sus necesidades y le corta una esquina del manto para demostrarle que, si David quisiera matarlo, Saúl ya estaría muerto. Una vez alejado, David grita
Mira, padre mío, mira la punta de tu manto en mi mano. Si he cortado la punta de tu manto y no te he matado, señal de que no hay en mi conducta maldad ni crimen, ni que he pecado contra ti. Tú, sin embargo, andas poniéndome insidias para quitarme la vida.
(v. 24:11)
Una vez que el rey Saúl se da cuenta de lo que acababa de suceder, llora amargamente, consciente por fin de que ha sido injusto, sediento de sangre e impío, mientras que David ha demostrado ser digno de ser el próximo rey de Israel de manera adecuada y misericordiosa. Antes de separarse, Saúl le pide a David que jure que no matará a sus hijos, cosa que David acepta sin dudarlo.
Lamentablemente, la locura de Saúl aún hace estragos en su interior y continúa persiguiendo a David, quien, en otra ocasión, le perdona la vida. Sin embargo, todo Israel está de luto por la muerte de Samuel, y Saúl, sabiendo que la hechicería y la brujería están prohibidas por la Ley, va a Endor para conjurar a Samuel. Aunque Saúl implora la ayuda del espíritu de Samuel, el profeta muerto sólo responde: "¿Para qué me consultas, si Yahveh se ha separado de ti y se ha convertido en tu enemigo?" (v. 28:16). Saúl se derrumba, como un hombre destrozado y arruinado por sí mismo, que no hizo más que acumular sangre inocente sobre sus actos arrogantes y desobedientes.
El libro termina con David disfrutando de cada vez más éxito en el campo de batalla y en su vida doméstica, pero para Saúl y su familia, las cosas cambiarán y se pondrán al rojo vivo en su última batalla con los filisteos en el monte Gilboa. En un día, toda la línea real de Saúl se pierde en la batalla: todos los hijos de Saúl mueren frente a él, incluido el noble y querido Jonatán. Saúl está gravemente herido y le suplica a un soldado israelita cercano que lo mate, pues teme ser torturado o ultrajado si lo encuentran vivo.
El final del libro es angustioso. 1 Samuel 31:4-6 dice,
Dijo entonces a su escudero: "Saca tu espada y traspásame, no sea que lleguen esos incircuncisos y hagan mofa de mí", pero el escudero no quiso, pues estaba atemorizado. Entonces Saúl tomó la espada y se arrojó sobre ella. Viendo el escudero que Saúl había muerto, se arrojó también sobre su espada y murió con él. Así murieron aquel día juntamente Saúl, sus tres hijos y su escudero, y también todos sus hombres.
Al ver la derrota de su ejército, los israelitas huyeron de la región, con lo que las tierras se abrieron a la ocupación y explotación filistea, que más tarde se vio favorecida por el uso y la forja del hierro por parte de los filisteos.
David, rey de Israel
El segundo libro de Samuel comienza cuando David escucha la noticia de que su mejor amigo y el rey ungido por Dios han sido asesinados por los filisteos. Aturdido, David recibe también la noticia de un amalecita (descendiente de Esaú, hijo del patriarca Isaac) que ha matado a Saúl, despojándole de su corona y su brazalete para dárselos a David. En vez de recibir la recompensa que esperaba, el soldado es ejecutado y David le pregunta: "¿Cómo no has temido alzar tu mano para matar al ungido de Yahveh?" (v. 2 Samuel 1:14). Si David no estaba dispuesto a dañar al ungido de Dios, ¿por qué pensaría nadie que estaría de acuerdo con el asesinato del rey Saúl?
Posteriormente, David ofrece un tributo a Saúl y a Jonatán. Para Saúl, canta que fue un guerrero poderoso; para Jonatán, canta que fue más que un fiel hermano para él. Se podría esperar que David se alegrara de la muerte de Saúl, pero en realidad David nunca quiso que muriera. Los especialistas han observado durante mucho tiempo que las esperanzas de David para sus enemigos eran que fueran eliminados o que se arrepintieran. Con respecto a Saúl, David deseaba sin duda esto último.
El reinado de David descrito en 2 Samuel 2 es tan emocionante y dramático como el periodo en que huye del rey Saúl. Con la bendición inicial de Samuel, David se convierte en el primer rey de Judá, pero inmediatamente se lanza a una guerra civil de siete años con el hijo del rey Saúl, Isbaal, que no termina hasta que el hijo de Saúl es asesinado en su cama por dos benjamitas, la última tribu de Judá que desciende del patriarca Jacob.
Esperando una gran recompensa como la del amalecita antes mencionado, llevan la cabeza de Isbaal a David, quien inmediatamente los ejecuta por su acto despreciable y criminal, diciendo: "¿qué no haré ahora con unos malvados como ustedes, que han dado muerte a un hombre justo en su casa y en su lecho?" (v. 2 Samuel 4:11). Hace matar a los hombres, les corta los pies y las manos y cuelga sus cuerpos en una exhibición vergonzosa. Más tarde, entierra la cabeza de Isbaal, de forma adecuada y respetuosa, en la tumba de Abner (que era primo de Saúl y comandante en jefe de su ejército).
Muerto Isbaal, los ancianos de Israel le ofrecen la corona a David, y en 2 Samuel 5:4 consta que "David tenía treinta años cuando llegó a ser rey, y reinó cuarenta años". Luego conquista Jerusalén, Sión, a la que pronto lleva también el arca de la alianza. David tiene la esperanza de construir el templo de Dios en Jerusalén, pero será el descendiente de David quien "edificará una casa para mi Nombre, y yo estableceré el trono de su reino para siempre" (v. 7:13).
En los siguientes capítulos se detallan y discuten las tremendas victorias de David contra los filisteos, los gesuritas, los gezritas, los jebuseos y los amalecitas. 2 Samuel también habla de sus problemas matrimoniales con la hija de Saúl, Mical, que "vio al rey David saltando y girando ante Yahveh, y le despreció en su interior" (v. 6:16). Por lo tanto, no es sorprendente que el rey David, uno de los hombres más virtuosos de la Biblia, se olvide de su cargo, de sus responsabilidades con Dios y con sus súbditos y comience una aventura amorosa con Betsabé, la esposa de Urías el hitita, uno de sus poderosos guerreros.
David y Betsabé
Mientras se relajaba en el palacio, el rey David ve por casualidad a la bella Betsabé, hija de Elián y futura madre del rey Salomón (en torno a 990-931 a.C.), bañándose en su terrado, y la tentación es demasiado grande para él. En 2 Samuel 11:4 se dice: "David envió gente para que se la trajesen; llegó donde David y él se acostó con ella (que acababa de purificarse de sus reglas). Después ella regresó a su casa". Desgraciadamente para ambos, Betsabé queda embarazada de David.
La situación es cuando menos delicada. Aunque las activistas afirman que David forzó a Betsabé, y los tradicionalistas afirman que Betsabé sedujo a David, la verdad es más bien una culpabilidad mutua, excepto, quizás, que como rey y modelo de la Ley de Dios, David tenía una obligación mayor de proteger y no aprovecharse de Betsabé. El texto no le echa la culpa a una sola persona (algo así como la Caída en el Génesis); sin embargo, por más mal que estén las cosas para la pareja adúltera, la situación no va a hacer sino empeorar.
David conspira para ocultar su pecado por lo que llama a Urías a su casa desde el campo de batalla e intenta hacer que se acueste con su mujer. Sin embargo, Urías es demasiado devoto y respetuoso con la Ley como para derrochar su tiempo mientras sus hombres mueren en la batalla. Frustrados sus planes de despistar la paternidad del niño, David ordena al general Joab, sobrino suyo por parte de su hermana Sarvia, que coloque a Urías en el centro de los combates más peligrosos y que luego retire a todos menos a él.
A raíz de esto, ocurren varias cosas. En primer lugar, el pobre Urías muere. En segundo lugar, Betsabé llora a Urías, no hay nada que sugiera que ha sido un plan de mutuo acuerdo. Lo más probable es que haya sido un intento de David por proteger su reputación. Rápidamente traslada a Betsabé al palacio y se casa con ella antes de que nazca el niño. En tercer lugar, cualquier lealtad de Joab hacia David desaparece. En vez de ser el noble y virtuoso guerrero de Yahveh, ahora David se ha vuelto tan malo, si no peor, que el sanguinario Saúl. Los planes de David pronto comienzan a volverse en su contra.
El profeta Natán
Sin embargo, en su desesperación, el rey David ignoró que Dios lo ve y lo sabe todo. Por eso, Dios envía al profeta Natán, sucesor del profeta Samuel, para que le entregue un mensaje "retórico" sobre la traición, que hace que David se enfurezca contra el rico que roba el único corderito de un pobre. David cae en la trampa que Dios le ha tendido y afirma: "¡Por vida de Yahveh, que merece la muerte el hombre que tal hizo! Pagará cuatro veces la oveja por haber hecho semejante cosa y por no haber tenido compasión" (2 Samuel 12:5-6).
Natán pronuncia inmediatamente un juicio sobre David, exclamando: "¡Tú eres ese hombre!". (v. 12:7). David no sólo era un adúltero, sino también un asesino y un rey desagradecido que abusó de su posición para complacer a sus allegados y proteger su renombre. Por lo tanto, Natán profetiza que David experimentaría las consecuencias perpetuas de la guerra dentro y fuera de su reino, y que sufriría la humillación pública por tratar de encubrir sus horribles pecados.
Sin embargo, la reacción de David no tiene nada que ver con la de Saúl. Responde humildemente: "He pecado contra el Señor". Natán le informa entonces de que sus pecados están perdonados, pero su hijo fruto del pecado va a morir. David ruega por la vida de su hijo, y cuando el niño enferma, David ayuna, reza y se priva del sueño, intentando que Dios cambie de parecer, pero Dios no lo hace según el texto bíblico.
Al séptimo día, el hijo muere, y la respuesta de David es sorprendente. En lugar de amargarse u odiar a Dios, David se levantó y "entró en la casa de Yahveh y se postró" (v. 12:20). El pasaje también registra que "David consoló a Betsabé su mujer: fue y se acostó con ella; dio ella a luz un hijo y se llamó Salomón" (v. 12:24).
Absalón y Amnón
Sin su antigua "carta dorada" de rectitud, la Casa de David experimenta malas noticias que comienzan con la violación de la hija de David, Tamar, por parte de su hermanastro, Amnón. Tamar se acerca a ayudar a su hermano (Amnón) que finge estar enfermo, y cuando se acerca, él la agarra y la abusa. A diferencia de Siquén, el villano del libro del Génesis (capítulo 33:19; 34) que se sentía en la obligación moral de casarse con Dina, la hija de Jacob, después de haberla violado, Amnón desprecia aún más a Tamar, lo que la abate y humilla.
Extrañamente, el hermano mayor de Tamar, Absalón, la consuela y le dice: "Ahora calla, hermana mía; es tu hermano. No te preocupes de este asunto" (2 Samuel 13:20), pero nunca habla con Amnón sobre el suceso. Probablemente Amnón creyó que se había salido con la suya en la violación de su hermanastra porque a pesar de que su padre David estaba enfadado, no hizo nada al respecto.
Sin embargo, dos años después, el príncipe Absalón ejecuta su venganza. Convenció a Amnón para que viaje con él, lo emborracha y luego hace que sus hombres asesinen a Amnón, también príncipe, en venganza por haber violado a su hermana. Huye a Gesur y se queda allí con su madre, la familia de Mical, y vuelve tres años después con otro plan para robar el trono de David. Incluso se las arregla para reclutar al consejero del rey, Ajitófel (el abuelo de Betsabé), y se gana a la población israelita.
A medida que crece la conspiración de Absalón y el apoyo que recibe, David huye de las fuerzas de Absalón, pues no quiere matar a su hijo. Sin embargo, finalmente las fuerzas de David se enfrentan a las de Absalón y, al huir, "el cabello de Absalón se enredó en el árbol" (v. 18:9). Al quedar colgando, Joab mata a Absalón y entierra su cuerpo en un pozo profundo en el desierto.
Al igual que con la muerte del rey Saúl, David está devastado por la noticia, pero sigue desconcertado sobre por qué Absalón fue tan traicionero y asesino contra él y sus hombres. Al oír que David está triste y sin consuelo, Joab entra en la casa de David y lo hace avergonzarse por humillar y contrariar a sus hombres con los grandes lamentos por su malvado hijo. El libro concluye con más descripciones de la incesante guerra que el profeta Natán anunció a David. Sin embargo, los dos últimos capítulos ofrecen un homenaje poético a Dios y a sus hombres.
Los últimos años
El celo inicial de David por Dios y por la integridad ética allanó el camino de su temprana fama y fortuna, aunque al ser un hombre de guerra y de sangre (según las escrituras), Dios decidió que David no era el adecuado para ser el que construyera el templo de Dios (que sería puesto a cargo de su hijo, Salomón). Además, la aventura ilícita de David y sus posteriores acciones perversas (que llevaron al asesinato de Urías el hitita y su encubrimiento) complicaron el resto de su reinado, junto con la violación de Tamar, el asesinato de Amnón y el intento de golpe orquestado por Absalón, entre otros dramas.
Al final de la vida de David, este había perdido el contacto con la sociedad israelita y acabó perdiendo también el control político de la misma. Esto llevó a un intento de golpe de estado por parte de su hijo, Adonías (cuya madre era Jaguit, la quinta esposa de David), que se proclamó rey con la ayuda del general Joab y del sacerdote Abiatar; sin embargo, la mayoría de los funcionarios institucionales de Israel no apoyaron la pretensión de Adonías. Las escrituras hebreas afirman que el profeta Natán se dirigió primero a Betsabé para alertarla de la usurpación del trono por parte de Adonías, quien luego se dirigió a su marido, el rey David, para comunicarle la preocupante noticia. Finalmente, el profeta Natán acompañó a ambos, y el rey David nombró oficialmente a Salomón como su heredero. David dijo: "Te juré por Yahveh, Dios de Israel, que tu hijo Salomón reinaría después de mí y se sentaría sobre mi trono en mi lugar" (1 Reyes 1:30).
El rey David murió por causas naturales hacia el año 970 a.C., fue enterrado en Jerusalén y, como sugieren las escrituras hebreas y griegas, facilitó el establecimiento del reino de Israel gracias a su piedad y linaje. Antes de su muerte, David dio su última advertencia a su hijo, Salomón, diciendo
Guarda lo que Yahveh tu Dios manda guardar, siguiendo sus caminos, observando sus preceptos, órdenes, sentencias e instrucciones, según está escrito en la ley de Moisés. Así tendrás éxito en cuanto emprendas, según todo lo que te aconsejo.
(1 Reyes 2:3)
Las pruebas epigráficas y arqueológicas para el rey David
Al igual que en el caso de su sucesor, el rey Salomón, se han descubierto pocas pruebas que demuestren la existencia histórica del rey David; sin embargo, las pruebas directas e indirectas descubiertas recientemente proporcionan un mayor testimonio de la vida y el reinado de David (aunque muy poco para respaldar las afirmaciones bíblicas y los acontecimientos específicos de su reinado). En 1993, Avraham Biran descubrió la Inscripción de Tel Dan en una estela fragmentada en el norte de Israel. La inscripción conmemora la victoria de un rey arameo sobre sus vecinos del sur, y se refiere específicamente tanto al "rey de Israel" como al "rey de la Casa de David". Esta es quizá la primera prueba histórica directa de la dinastía davídica en Israel, aunque la Estela de Mesa, descubierta en el siglo XIX por beduinos que vivían junto a los ríos Jordán y Arnón, también menciona a "la Casa de David", escrito en moabita alrededor de un siglo después del supuesto reinado del rey David.
En cuanto a las pruebas indirectas, en las excavaciones dirigidas por Yosef Garfinkel en 2012, se encontró una inscripción cananea de "Eshba'al Ben Beda", el enemigo del rey David (e hijo del rey Saúl que reinó durante dos años) también conocido como "Ishboshet" en muchas traducciones bíblicas (2 Samuel 3, 4), dentro de fragmentos de cerámica de una antigua jarra datada en el siglo X a.C. Además, los datos de encuestas recopilados por Avi Ofer en 1994, que sugieren una duplicación de la población de Judea en el siglo XI a.C. (especialmente en el norte de Israel), y las posibles fortalezas jebuseas que se descubrieron en las excavaciones dirigidas por Yigal Shiloh (1978-1985), de las que se habla en el Antiguo Testamento, dan crédito a la idea de que David y el Reino de Israel formaban parte de la existencia histórica y cultural de la región.
Adaptado de God in the Details: A Biblical Survey of the Hebrew and Greek Scriptures (Kendall-Hunt, 2017).