Aureliano fue emperador romano desde el año 270 hasta el 275 d.C. Fue uno de los llamados emperadores de cuartel, elegido por el ejército romano durante el turbulento período conocido como la crisis del siglo III (235-284 d.C). Además de sus victorias contra diversas tribus invasoras, logró restaurar el Imperio romano poner nuevamente bajo control romano los territorios rebeldes del Imperio galo y de Palmira, lo que le valió el título de restitutor orbis, o restaurador del mundo. Para defender a Roma, ordenó la construcción de las murallas aurelianas alrededor de la ciudad, muchas partes de las cuales están notablemente bien conservadas gracias a su uso continuado como estructuras defensivas hasta bien entrado el siglo XIX.
Ascenso al poder
Lucio Domicio Aureliano nació el 9 de septiembre de 214/215 d.C. No existe consenso sobre el lugar de nacimiento. Se especula que puede ser Serdica o Sirmio, ambas localidades de la provincia de Moesia (más tarde Dacia Ripensis). Sabemos poco sobre su vida temprana, excepto que provenía de orígenes modestos y que su padre era colono de un senador llamado Aurelio. Tuvo una exitosa carrera durante el reinado de Galieno (que gobernó de 253-268 d.C.), pero a pesar de su éxito a las órdenes de este emperador, Aureliano participó en la conspiración que finalmente le acabaría dando muerte. Con el ascenso inmediato del usurpador Claudio II, Aureliano fue hecho dux, comandante de la caballería. A pesar de los éxitos contra varias tribus bárbaras invasoras como los godos, los vándalos y los jutungos en la frontera del Danubio, el reinado de Claudio fue interrumpido cuando este sucumbió a la plaga que estalló en el año 270 d.C. Inicialmente, el hermano de Claudio, Quintiliano, le sucedió como emperador, pero parece que solo reinó durante unos pocos meses. Aureliano pronto se alzó como un rival de Quintiliano, y cuando el primero fue aclamado emperador por las tropas, se deshizo de su rival en septiembre o noviembre de 270 d.C.
Primeros años de gobierno
Una vez convertido en emperador, Aureliano se apoderó de la ceca imperial de Siscia, en la actual Croacia. Allí acuñó monedas de oro para distribuirlas como donativos a sus soldados y garantizar así su lealtad. Luego volvió su atención a la guerra contra los jutungos y los vándalos, que no habían sido derrotados por Claudio II. La tribu de los jutungos había logrado invadir Italia y, después de saquear el norte, se dirigieron de regreso a sus tierras con su botín, cuyo peso hacía mucho más lenta la travesía. Según algunos fragmentos de las crónicas del historiador Dexipo del siglo III d.C., después de ser alcanzados, los jutungos le prometieron a Aureliano la contribución de 40.000 jinetes y 80.000 soldados para servir en el ejército romano. El emperador luego dirigió su atención a los vándalos en Panonia. Después de localizar su ejército principal, en lugar de atacarlos directamente, Aureliano puso en práctica la táctica de tierra quemada, negándoles así el acceso a los alimentos. Esta táctica funcionó y los vándalos pronto buscaron la paz, prometiéndole a Aureliano el servicio de 2.000 de sus jinetes antes de recibir alimentos de los romanos para que no murieran de hambre en su regreso a casa.
Con estos asuntos resueltos y una paz efímera restaurada, Aureliano viajó a Roma. Al llegar a la ciudad, tuvo que enfrentar el problema inmediato de una revuelta de los trabajadores de la ceca imperial. Aparentemente, los trabajadores de la ceca, en ausencia del emperador, habían desarrollado un sentido excesivo de la independencia que los llevó al límite de la insubordinación. Tal comportamiento llevó a la corrupción entre los trabajadores, quienes, al parecer, estaban llenándose los bolsillos con monedas imperiales. Sin embargo, el motivo de la revuelta es objeto de debate. Se supone que los esfuerzos de Aureliano para abordar el problema de la moneda al comienzo de su reinado pueden haber incomodado a los trabajadores de la ceca. La perspectiva de un emperador conocido por infundir disciplina y su posible curiosidad por cualquier actividad ilegal o corrupta podría haber llevado a los trabajadores a rebelarse. Otra posible causa de la revuelta podría haber radicado en el hecho de que su líder, el rationalis Felicísimo, el funcionario fiscal jefe, pudo haber sido instrumento de los intereses senatoriales y ecuestres que se sintieron amenazados por el gobierno de Aureliano. En cualquier caso, la revuelta duró muy poco tiempo antes de que fuera sofocada por Aureliano, quien luego cerró la ceca de Roma. Otras amenazas internas al gobierno de Aureliano incluyeron cuatro intentos separados de usurpación por parte de Septimino (también llamado Septimio), Domiciano, Firmo en Egipto durante la guerra de Palmira, aunque su existencia es discutida, y Urbano, los cuales fueron rápidamente descubiertos y aplastados.
Mientras estaba en Roma, Aureliano hizo todo lo posible por ganarse el apoyo del pueblo, al cancelar deudas al tesoro y quemar públicamente los registros relevantes. Esta vena populista, según el historiador Amiano Marcelino, hizo que cayera sobre los ricos "como un mazo" y les aplicara impuestos punitivos. El Senado desconfiaba del soldado emperador pero, al darse cuenta de que no había mucho que pudiera hacer al respecto, le concedió su aprobación.
En defensa del imperio
En el año 271 d.C., Aureliano debió defender el imperio de las nuevas incursiones renovadas de los jutungos, los alamanes y los marcomanos. Después de pactar una paz con los jutungos al reunirse con ellos en Milán en el año 271 d.C., la tribu pronto rompió su palabra y atacó sorpresivamente a los romanos, e infligió una derrota importante a las fuerzas imperiales. Aureliano derrotó a los invasores en Fano Fortuna, Metauro y Tesino, cerca de la actual Pavía. Sin embargo, estas batallas no serían el fin del conflicto, ya que los invasores simplemente se reagrupaban y continuaban sus ataques en otros lugares. Lo mejor que podía hacer Aureliano era anticipar los movimientos del enemigo, encontrarlos y derrotarlos en batalla, y perseguir al resto. Aureliano lo logró y regresó a Roma tras esta campaña, posiblemente a sabiendas de que sus victorias solo le habían brindado un breve respiro.
Al regresar a Roma, Aureliano proclamó un triunfo germánico, pero sabía que esto no aliviaba los temores de los habitantes de la ciudad ante un nuevo ataque bárbaro. Tras reunirse con el Senado romano, el emperador propuso la construcción de una muralla alrededor de la ciudad para su defensa. Se movilizó a trabajadores civiles para llevar a cabo esta tarea, y se construyó una muralla para defender la ciudad de 6,5 metros (21 pies) de altura y casi 19 kilómetros (10 millas) de longitud. Luego, Aureliano marchó a los Balcanes con su ejército, donde derrotó a las fuerzas góticas de la zona y mató a Cannabaudes, su líder. A pesar de esta victoria, Aureliano se dio cuenta de que la provincia de Dacia al otro lado del Danubio era demasiado difícil y costosa de defender, por lo que organizó la evacuación de los habitantes de la provincia de regreso al otro lado del río y los reasentó en la nueva provincia de Dacia Aureliana, que se creó en parte a partir de la antigua provincia moesiana.
Restaurador del mundo
El siguiente paso de Aureliano fue contra el rebelde Imperio de Palmira, que había arrebatado gran parte de las posesiones orientales a Roma y las había puesto bajo el control de la reina Zenobia y su hijo menor de edad, Vabalato. Aureliano comenzó su campaña contra Palmira en el año 272 d.C. Marchó a través de Asia Menor y la reclamó para Roma con muy poca resistencia. Cuando Aureliano les ofreció clemencia a las ciudades que se resistieron, como Tiana, y no tomó represalias una vez que fueron reconquistadas para Roma, la noticia de esta política conciliatoria se extendió a otras ciudades, que abrieron sus puertas a Aureliano sin resistencia alguna. Aureliano siguió estas victorias pacíficas con victorias militares. Derrotó a las fuerzas de Zenobia en la batalla de Immae y en Emesa. En menos de seis meses desde el comienzo de su campaña, Aureliano y su ejército se encontraban a las puertas de Palmira, que se rindió. Zenobia intentó huir con su hijo al Imperio sasánida persa, pero pronto fueron capturados y obligados a caminar por las calles de Roma en el triunfo que Aureliano celebró posteriormente. Aureliano marchó nuevamente hacia el oeste, donde venció a los carpos en el Danubio. Poco después, Palmira intentó rebelarse, lo que la obligó a Aureliano a regresar al este y saquear la ciudad en el año 273 d.C. Palmira nunca recuperó el poder o la influencia de la que disfrutó anteriormente.
Más adelante, Aureliano dirigió su atención al rebelde Imperio galo, en el oeste, que en ese momento controlaba las provincias galas y británicas. Derrotó a estos rebeldes en la batalla de los Campos Catalaúnicos (Châlons-sur-Marne), lo que llevó al emperador galo Tétrico a abandonar a sus tropas y buscar la paz. Aureliano le concedió clemencia a Tétrico, y el antiguo rebelde marchó junto a Zenobia en el triunfo de Aureliano que celebraba la reintegración de los imperios galo y palmirense en el mundo romano. Aureliano se proclamó a sí mismo restitutor orbis, restaurador del mundo, para celebrar esta ocasión.
Aureliano es conocido por promover el culto a Sol Invictus, dios del sol invicto, para el cual creó un sacerdocio oficial y se erigió un templo en el Campo de Marte. Aunque Aureliano no pretendía disminuir el papel de los dioses tradicionales del Estado romano, esperaba utilizar a Sol Invictus como un medio para lograr cierta unidad religiosa.
Muerte y legado
Para el año 275 d.C., Aureliano estaba planeando una importante campaña contra el Imperio sasánida, quizás aprovechando el debilitamiento del liderazgo que se había producido en el trono persa tras la muerte de Sapor I alrededor del año 272 d.C. Sin embargo, antes de poder llevar a cabo esta campaña, fue asesinado en un complot en Cenofrurio, cerca de la ciudad de Bizancio.
Aureliano ha sido descrito casi universalmente como un emperador despiadado y cruel. Su apodo, manu ad ferrum, "mano en la empuñadura", sugiere que podría haber resuelto los problemas con la espada en lugar del diálogo. Sin embargo, esta representación entra en conflicto con el hecho de que ofreciera clemencia en varias ocasiones, por ejemplo, a la ciudad de Tiana y a los emperadores Zenobia y Tétrico. El hecho de que se lo describa así puede ser evidencia de un sesgo en su contra por parte de los historiadores que escribieron sobre él.
La muerte de Aureliano contribuyó en gran medida a eliminar las amenazas existentes, pero no puso fin a la incertidumbre que sufriría el imperio hasta el año 284 d.C., con el ascenso de Diocleciano.