El texto religioso maya Popol Vuh, conocido por muchos nombres, entre ellos La luz que venía de detrás del mar, es la historia de la creación según los mayas quiché, traducida al español a comienzos del siglo XVIII por el misionero Francisco Ximénez a partir de relatos mucho más antiguos. Como la mayoría de los libros mayas fueron quemados por el obispo de Yucatán, Diego de Landa, en julio de 1562, el Popol Vuh adquiere una importancia fundamental para comprender la cultura y las creencias religiosas de los mayas. También se conserva información en glifos, estelas, diversas expresiones artísticas y en los tres famosos códices mayas, conocidos como los códices de Dresde, París y Madrid, por las ciudades donde se encuentran, que sobrevivieron al auto de fe de Landa. El Popol Vuh ha sido llamado «la Biblia maya», pero esta denominación resulta desafortunada, ya que sitúa el texto en una perspectiva interpretativa propia de las escrituras occidentales más conocidas. A diferencia de los relatos y poemas que integran la antología de textos antiguos conocida como «la Biblia», los mayas nunca consideraron el Popol Vuh una obra reveladora. Lo interpretaron más bien como los antiguos griegos entendían la La Ilíaday la La Odiseade Homero: como narraciones que ofrecían una idea de cómo podrían haber sido las cosas, o cómo podrían ser, y no como una «verdad» revelada por un dios omnipotente a los seres humanos. Los mayas se referían a la obra como un Ilb’al, un instrumento de la vista, que proporcionaba claridad al oyente.
El Caracol, Chichén Itzá
Daniel Shwen (CC BY-SA)
El Popol Vuh es una colección de relatos que describen la creación del mundo, de los seres humanos y cómo los grandes dioses gemelos Hunahpú e Ixbalanqué establecieron el orden mediante su victoria sobre las fuerzas de la oscuridad y la muerte. Los personajes cuyas historias se narran son figuras cuidadosamente construidas que simbolizan los planetas y las estrellas, y quien reconoce esto entiende que está frente a una visión del mundo muy distinta de la que presenta la Biblia. Aunque los relatos pueden tener una naturaleza mitológica, las verdades que representan podían comprobarse empíricamente al observar los movimientos de los planetas, en especial Venus, y las posiciones de las estrellas. Para los mayas, las observaciones astronómicas dejaban en claro que toda la vida era cíclica y que ese ciclo eterno de la existencia era posible gracias a la naturaleza cíclica del tiempo.
Podría decirse que el tiempo mismo era el dios supremo del panteón maya, ya que sus complejos calendarios surgieron de las creencias religiosas y, a su vez, las guiaban. La religión de los antiguos mayas impregnaba todos los aspectos de su civilización: desde la arquitectura, la vestimenta y la apariencia personal hasta los deportes y, por supuesto, el calendario. Los mayas creían que los dioses, aunque vivieran en las brumas de Tamoanchan, formaban parte integral de su vida cotidiana. Las selvas que rodeaban sus ciudades estaban habitadas por espíritus y por el gran dios de los bosques, Yum Kaax, protector de las plantas y los animales. Cada ciudad tenía un dios patrón que la hacía prosperar al aceptar la invitación de residir en el templo central. Cuando llovía, era porque el dios Chac estaba complacido; cuando caía un rayo, era obra del dios Yaluk. Cada individuo tenía un guía espiritual conocido como Wayob, que la acompañaba durante toda la vida y podía manifestarse en forma de animal o en sueños para transmitir mensajes importantes del mundo espiritual. Cada año, durante los equinoccios de primavera y otoño, el gran dios Kukulcán descendía del cielo por la escalinata de su templo en Chichén Itzá, como aún puede verse claramente en la sombra de la serpiente que desciende por los escalones hasta encontrarse con las cabezas de piedra en la base. Por tanto, la tierra y la vida humana estaban llenas de fuerzas espirituales que había que reconocer, honrar y consultar con regularidad para que tanto la comunidad como cada persona pudieran prosperar.
Pakal
Graeme Churchard (CC BY)
El calendario y el rol del rey
Para los mayas, no existía diferencia entre lo que una persona moderna definiría como «ciencia» y religión. Las matemáticas y la astronomía formaban parte de las prácticas religiosas y estaban relacionadas con la creación del Calendario Sagrado. Este calendario era tan importante que, cuando los dioses intentaron por segunda vez crear a los seres humanos, decidieron destruirlos porque no tenían la capacidad de consultarlo y, por lo tanto, de honrarlos. Los mayas contaban con un calendario secular para registrar los días y las estaciones, y un calendario sagrado para predecir el futuro y trazar el recorrido de las estrellas. Los escribas y sacerdotes eran astrónomos y matemáticos, y trabajaban para comprender los ciclos de los planetas con el fin de reconocer en esos patrones el significado celestial transmitido por los dioses. Luego, se llevaba ese mensaje al gobernante de la ciudad, quien se consideraba un intermediario entre los dioses y el pueblo. La sangre era el alimento de los dioses, y el rey y su corte no estaban exentos de este sacrificio. Los rituales vinculados al derramamiento de sangre real incluían pasar un cordón con espinas por la lengua o el pene, o pinchar la lengua o las orejas con púas afiladas. La sangre se dejaba caer sobre papel, que luego se quemaba como ofrenda a los dioses. Si la ofrenda era aceptada, lo cual se determinaba por el patrón que formaba el papel al quemarse, la petición del rey y su pueblo era concedida. De lo contrario, era necesario realizar un sacrificio adicional.
Si durante los rituales se ofrecían con regularidad animales y piedras preciosas a los dioses, el sacrificio humano ocupaba un lugar central en las prácticas religiosas de los mayas, aunque los visitantes actuales de los sitios arqueológicos oigan a los guías decir lo contrario. Las excavaciones realizadas en el Cenote Sagrado de Chichén Itzá y en otros sitios revelaron huesos que parecen pertenecer a víctimas de sacrificios, y estas prácticas están representadas en estelas, pinturas y tallas a lo largo de toda la región que habitaron los antiguos mayas. Algunas de las víctimas eran prisioneros capturados en otras aldeas o ciudades, pero otras eran personas de la misma comunidad, consideradas dignas de ser elegidas como mensajeras ante los dioses. Diego de Landa escribió: «Sus festividades eran únicamente para ganarse la voluntad o el favor de sus dioses. Creían que estos se enojaban cuando sufrían pestes, divisiones, sequías o males similares, y entonces no intentaban apaciguar a los demonios sacrificando animales ni haciendo ofrendas solo de comida, bebida, su propia sangre o autoflagelaciones, vigilias, ayunos y abstinencias. Por el contrario, olvidando toda piedad natural y toda ley de la razón, hacían sacrificios humanos con la misma facilidad que si fueran aves». A veces el sacrificio consistía en lanzar a la víctima al Cenote Sagrado y, en otras, en destriparla o arrancarle el corazón sobre un altar del templo. Como los mayas creían en la naturaleza cíclica de la vida, nada «moría» realmente, por lo que se consideraba que la persona sacrificada simplemente había «pasado» a vivir entre los dioses. La forma del sacrificio no era lo más importante, ya que se creía que la persona accedía de forma instantánea al reino divino, evitando el arduo camino que el resto de las almas debía recorrer tras la muerte.
Pakal el Grande y Xibalbá
Marcellina Rodriguez (Copyright)
La vida después de la muerte
Para los mayas, la vida después de la muerte era un viaje del alma hacia el paraíso, pero no había ninguna garantía de llegar a destino. Al morir, el alma descendía al inframundo, un lugar oscuro y terrorífico llamado Xibalbá, o Metnal, habitado por deidades aterradoras con nombres como Dientes Sangrientos, Costra Voladora y Garra Sangrienta. En una oscuridad perpetua, el inframundo tenía ríos de sangre y pus, los árboles estaban muertos y el paisaje era árido. Los señores de Xibalbá podían tanto guiar el alma por el camino correcto como desviarla. Una vez allí, no solo era necesario atravesar ese mundo, sino también ascender nueve niveles para llegar al mundo medio, la tierra, y luego trece niveles más para alcanzar Tamoanchan, el paraíso. Al llegar al reino de los dioses, el alma descendía a un nivel inferior, en la tierra o justo por encima de ella, para vivir en la felicidad eterna. Las únicas almas exentas de este recorrido eran las víctimas de sacrificios, las mujeres que morían en el parto, quienes caían en combate, los suicidas y aquellos que morían jugando al pok-a-tok.
El pok-a-tok era mucho más que un deporte popular, ya que simbolizaba la lucha entre las fuerzas de la vida y la muerte, la luz y la oscuridad. Se cree, además, que constituía un acto de sacrificio para los dioses, quienes disfrutaban del juego tanto como el pueblo. Dos equipos de siete jugadores intentaban anotar un punto haciendo pasar una pelota de caucho por un aro colocado de manera horizontal en una pared, a veces a una altura de seis metros o más, sin usar las manos ni los pies. Solo podían valerse de la cabeza, los hombros, las caderas, los codos, las rodillas y, a veces, las muñecas. Anotar era tan difícil que un solo partido podía durar días, y el juego era tan violento que no era raro que los participantes murieran durante el encuentro. Solían enviar a los prisioneros de guerra a jugar en las grandes canchas de las ciudades, pero no como castigo, como muchos creen, sino como ofrenda para los dioses. Durante años, desde que se descubrieron inscripciones y estelas sobre el juego, se creyó que el equipo perdedor (o su capitán) era sacrificado. Sin embargo, con una mejor comprensión de la cultura maya, surgió la idea de que era el equipo ganador (o su capitán) quien era decapitado al finalizar el juego, ya que ese sacrificio garantizaba el acceso inmediato al paraíso. No cabía duda de que la persona sería bien recibida por los dioses, quienes amaban el pok-a-tok tanto como los humanos y apreciarían la ofrenda de un gran jugador. Aun así, esta afirmación sigue siendo objeto de debate. Los mayistas Schele y Matthews sostienen que «el mito más difundido dice que los mayas sacrificaban a los ganadores como una ofrenda perfecta a los dioses. No hay evidencia de esta interpretación en ninguna fuente antigua o histórica» (210). Quienes no están de acuerdo con esta postura consideran que la creencia de que se sacrificaba a los perdedores, o que los prisioneros eran obligados a jugar hasta la muerte como castigo, no se ajusta a las creencias religiosas y cosmológicas de los mayas. Los dioses no habrían aceptado como ofrenda a un perdedor, y en lugar de mostrarse benevolentes, habrían castigado a la ciudad. Además, la idea de que los prisioneros eran castigados podría deberse a una confusión entre el juego de pelota maya y los combates de gladiadores romanos, interpretación que surgió con los estudiosos del siglo XIX. Aún no existe una respuesta definitiva sobre si se sacrificaba a los ganadores o a los perdedores, ya que los glifos que se conservan permiten ambas interpretaciones. Algunos chamanes mayas contemporáneos han afirmado que eran los ganadores quienes eran sacrificados, aunque no se sabe si esta es la visión mayoritaria, ya que no se ha hecho un estudio sistemático sobre este punto con los actuales guardianes del calendario.
Portería, cancha de pelota de Chichén Itzá
KÃ¥re Thor Olsen (CC BY-SA)
El Popol Vuh
La importancia del pok-a-tok como ritual religioso se refleja con claridad en el Popol Vuh. En este texto, los semidioses primigenios Hun Hunahpú y Vucub Hunahpú, símbolos de los planetas y la fertilidad, son grandes jugadores de pok-a-tok. Su pasión por el juego y el ruido que provocaban al jugar enfurecieron a los Señores de Xibalbá, quienes los invitaron al inframundo con el pretexto de disputar un partido contra ellos. Sin embargo, una vez que los jóvenes llegaron a Xibalbá, fueron engañados y asesinados. Sus cuerpos fueron enterrados bajo la cancha de juego, pero la cabeza de Hun Hunahpú fue colocada en el tronco de un árbol de calabaza como advertencia del poder de los xibalbanos. Esta cabeza, animada por ambos hermanos, más tarde escupió en la palma de la diosa virgen Xquic, quien quedó embarazada de los gemelos conocidos como los dioses gemelos, Hunahpú e Ixbalanqué, también expertos jugadores de pok-a-tok, quienes derrotaron a los Señores de Xibalbá y a las fuerzas del caos y la oscuridad. Al jugar este deporte, entonces, los mayas recreaban la victoria de los gemelos sobre la muerte y, al mismo tiempo, honraban a los dioses mediante el sacrificio. El mayista Dennis Tedlock escribe: «Para los mayas, la presencia de una dimensión divina en los relatos sobre asuntos humanos no es una imperfección, sino una necesidad, y se equilibra con una dimensión humana necesaria en los relatos sobre asuntos divinos» (Popol Vuh, 59). La dimensión divina del juego de pok-a-tok era múltiple y, como todo en la vida maya, reflejaba la importancia de los dioses en la vida cotidiana.
La naturaleza cíclica de la existencia
Las creencias religiosas de los mayas estaban profundamente ligadas a los ciclos, ya fuera el de un día, un ritual o el gran juego de pelota. Toda la existencia se desarrollaba eternamente dentro del gran ciclo del tiempo, lo cual quedaba ilustrado en sus calendarios, tanto en el secular como en el sagrado. Los mayas concebían los calendarios como enormes engranajes con dientes entrelazados que encajaban con precisión y, si se comprendían correctamente, permitían predecir acontecimientos futuros. En los últimos años, se ha hablado mucho sobre la supuesta predicción del fin del mundo el 21 de diciembre de 2012, pero esto responde, una vez más, a una interpretación de las creencias mayas desde una visión occidental europea. Como el tiempo era un dios eterno, contenido en el universo, pero también fuera de él y manifestado a través de su funcionamiento, no podía tener fin. El mundo creado mediante la acción del tiempo representado por los dioses tampoco podía terminar, ya que eso contradiría la esencia misma de la existencia según los mayas. El 21 de diciembre de 2012 debe entenderse, más bien, como el cierre de un ciclo, conocido como Baktún, y el comienzo de otro, puesto que para los mayas nada termina, solo cambia de forma en el flujo incesante del tiempo eterno.
Estudiante avanzada de traducción con experiencia en proyectos terminológicos junto a la OMPI. Interesada en la traducción especializada y en facilitar el acceso multilingüe a contenidos culturales y educativos.
Joshua J. Mark es cofundador y director de contenido de la World History Encyclopedia. Anteriormente fue profesor en el Marist College (Nueva York), donde enseñó historia, filosofía, literatura y escritura. Ha viajado a muchos lugares y vivió en Grecia y en Alemania.
Mark, Joshua J.. "La religión maya: la luz que venía de detrás del mar."
Traducido por Federica Buckmeier. World History Encyclopedia. Última modificación julio 09, 2012.
https://www.worldhistory.org/trans/es/2-414/la-religion-maya-la-luz-que-venia-de-detras-del-ma/.
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Mark, Joshua J.. "La religión maya: la luz que venía de detrás del mar."
Traducido por Federica Buckmeier. World History Encyclopedia. World History Encyclopedia, 09 jul 2012, https://www.worldhistory.org/article/414/maya-religion-the-light-that-came-from-beside-the/. Web. 13 jul 2025.
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Escrito por Joshua J. Mark, publicado el 09 julio 2012. El titular de los derechos de autor publicó este contenido bajo la siguiente licencia: Creative Commons Attribution-NonCommercial-ShareAlike. Por favor, ten en cuenta que el contenido vinculado con esta página puede tener términos de licencia diferentes.