El faraón del antiguo Egipto era el líder político y religioso del pueblo y ostentaba los títulos de "Señor de las Dos Tierras" y "Sumo sacerdote de todos los templos". La palabra "faraón" es la forma griega de la palabra egipcia pero o per-a-a, que era como se llamaba la residencia real y significa "gran casa".
El nombre de la residencia acabó por asociarse con el gobernante y, con el tiempo, se acabó por usar exclusivamente para referirse al líder del pueblo. Los primeros monarcas de Egipto no se conocían como faraones, sino como reyes. El título honorífico de "faraón" para el gobernante no apareció hasta el período del Imperio Nuevo (en torno a 1570 a alrededor de 1069 a.C.). Los dignatarios extranjeros y los miembros de la corte se dirigían a los monarcas de las dinastías precedentes al Imperio Nuevo como "su majestad", mientras que los gobernantes extranjeros los trataban de "hermanos". Ambas prácticas seguirían en uso después de que el rey de Egipto empezara a conocerse como faraón.
Establecimiento de la realeza
En 3150 a.C. apareció la Dinastía I en Egipto con la unificación del Alto y el Bajo Egipto realizada por el rey Menes (en torno a 3150 a.C., que ahora se cree que es el mismo que Narmer). Menes/Narmer se representa en las inscripciones portando las dos coronas de Egipto, que simboliza la unificación, y se cree que su reinado seguía la voluntad de los dioses. Sin embargo, el puesto en sí del rey no se relacionó con la divinidad hasta más tarde.
Durante la Dinastía II de Egipto (2890-2670 a.C.) el rey Raneb (también conocido como Nebra) asoció su nombre con la divinidad y su reinado con la voluntad de los dioses. Después del reinado de Raneb, los gobernantes de las dinastías posteriores también se equipararían a los dioses y sus deberes y obligaciones con las de los dioses. La más importante de estas obligaciones era el mantenimiento del ma'at, el equilibrio y la armonía que habían decretado los dioses y que había que respetar para que el pueblo disfrutara de la mejor vida posible.
Osiris estaba considerado como el primer "rey" de Egipto, y en consecuencia era venerado por los gobernantes terrenales, que establecieron su propia autoridad al portar el mayal y el cayado. El cayado representaba la realeza (una guía para el pueblo) mientras que el mayal estaba relacionado con la fertilidad de la tierra (con el que se trilla el trigo). El cayado y el mayal estaban asociados con un poderoso dios primitivo llamado Andyety, que acabó siendo absorbido por Osiris. Una vez que la tradición hubo establecido que Osiris había sido el primer rey, su hijo Horus también se relacionó con el reinado del faraón.
Los objetos cilíndricos que se ven a veces en las manos de las estatuas de los monarcas egipcios se conocen como Cilindros del faraón o Varas de Horus, y se cree que se usaban para concentrar la energía espiritual e intelectual; parecido a la manera en que se usan hoy en día las cuentas de un rosario o los kombolói.
Como gobernante supremo del pueblo, el faraón estaba considerado como un dios en la tierra, el intermediario entre los dioses y el pueblo. Cuando el faraón ascendía al trono, se asociaba instantáneamente con Horus, el dios que había derrotado a las fuerzas del caos y había restablecido el orden. Cuando moría, se asociaba con Osiris, el dios de los muertos.
Como tal, en su función de "Sumo sacerdote de todos los templos", era obligación del faraón construir grandes templos y monumentos que celebraran sus propios logros y rindieran homenaje a los dioses del país que le habían concedido el poder para gobernar en esta vida y lo guiarían a la siguiente.
Además, el faraón también oficiaba las ceremonias religiosas, elegía la ubicación de los templos y decretaba qué trabajos se realizarían, aunque no podía elegir sacerdotes y muy raramente participaba en el diseño de los templos. Como "Señor de las Dos Tierras", el faraón dictaba las leyes, era dueño de toda la tierra de Egipto, recaudaba impuestos, declaraba guerras y defendía al país de los agresores.
Los gobernantes de Egipto normalmente eran los hijos o los herederos declarados del faraón anterior, nacidos de la Gran Esposa (la consorte principal del faraón), o en ocasiones de una esposa menor favorecida por el faraón. Al principio, los gobernantes se casaban con aristócratas en un intento de establecer la legitimidad de su dinastía vinculándola a las clases altas de Menfis, que en aquel entonces era la capital de Egipto.
Puede que esta práctica se iniciara con Narmer, que estableció Menfis como la capital y se casó con la princesa Neithhotep de la ciudad más antigua de Naqada para consolidar su gobierno y vincular su ciudad nueva con Nawada y con su ciudad natal de Tinis. Para mantener la pureza del linaje, muchos faraones se casaban con sus hermanas o hermanastras, y el faraón Akenatón se casó con sus propias hijas.
El faraón y el ma'at
La responsabilidad principal del faraón era mantener el ma'at en todo el país. Creían que la diosa Ma'at (pronunciado "mayat") proporcionaba la armonía a través del faraón, pero era responsabilidad de cada gobernante interpretar correctamente la voluntad de la diosa y actuar acorde a la misma.
De esta manera, la guerra era un aspecto esencial del gobierno del faraón, especialmente cuando se veía como algo necesario para restablecer el equilibrio y la armonía del país. Este concepto de la guerra está ejemplificado en el Poema del Pentauro, escrito por los escribas de Ramsés II el Grande (que reinó de 1279-1213 a.C.), que habla de su victoria sobre los hititas en la batalla de Qadesh en 1274 a.C.
Los hititas, según Ramsés II, habían roto el equilibrio de Egipto así que había que lidiar con ellos severamente. El faraón tenía el deber sagrado de defender las fronteras del país, pero también de atacar a los países vecinos para hacerse con sus recursos naturales si pensaba que era en interés de la armonía.
Los faraones y las pirámides
Para la Dinastía III, el rey Zoser (que reinó en torno a 2670 a.C.) disponía de tal riqueza, prestigio y recursos como para hacer construir la pirámide escalonada como su hogar eterno. La pirámide escalonada, diseñada por el visir Imhotep (en torno a 2667-2600 a.C.), era la estructura más alta de su época, además de una atracción turística, al igual que hoy en día. La pirámide se diseñó principalmente como el lugar del descanso final de Zoser, pero el esplendor que rodeaba el complejo y la gran altura de la pirámide tenían el objetivo no solo de honrar a Zoser sino al propio Egipto y la prosperidad del país bajo su reinado.
Otros reyes de la Dinastía III, tales como Sekhemkhet y Khaba, construyeron pirámides siguiendo el diseño de Imhotep (la pirámide sepultada y la pirámide estratificada) y crearon una clase de monumento que se volvería sinónimo de Egipto a pesar de muchas otras culturas utilizaron esta estructura piramidal. Un ejemplo claro es la civilización maya, que nunca tuvo contacto con el antiguo Egipto. Los monarcas del Imperio Antiguo (en torno a 2613-2181 a.C.) siguieron este mismo patrón, que culminó en la Gran Pirámide de Guiza, que inmortalizó a Kufu (que reinó de 2589-2566 a.C.) y puso de manifiesto el poder y el gobierno divino del faraón de Egipto.
La Dinastía XVIII y el Imperio egipcio
Con el colapso del Imperio Medio en 1782 a.C., Egipto quedó bajo el gobierno de un misterioso pueblo semítico conocido como los hicsos. Sin embargo, los hicsos emularon todos los atavíos de los faraones egipcios y mantuvieron vivas las costumbres hasta que su reinado fue derrocado por el linaje egipcio de la Dinastía XVIII, que produciría algunos de los faraones más famosos, tales como Ramsés el Grande o Amenhotep III (que reinó de 1386-1353 a.C.).
Este fue el período del imperio verdadero de Egipto, y el prestigio del faraón llegó a lo más alto. Egipto controlaba los recursos de varias regiones desde Mesopotamia, pasando por Levante, a través de Libia y hasta el reino nubio de Kush al sur. Cuando Ahmose I (que reinó en torno a 1570-1544 a.C.) expulsó a los hicsos de Egipto, estableció zonas de seguridad en torno a las fronteras para que ningún otro pueblo invasor pudiera volver a establecerse dentro de Egipto. Estas zonas se acabarían fortificando y estarían gobernadas por administradores egipcios que respondían ante el faraón.
Estos faraones eran predominantemente hombres, pero la faraona Hatshepsut (que reinó de 1479-1458 a.C.) de la Dinastía XVIII gobernó como monarca durante más de 20 años y durante su reinado Egipto prosperó. Restableció el comercio con el país de Punt y alentó las expediciones comerciales a otros lugares, lo que dio lugar a un auge económico. Hatshepsut fue responsable de más proyectos públicos que cualquier otro faraón excepto por Ramsés II, y su gobierno estuvo marcado por la paz y la afluencia en todo el país.
Cuando Tutmosis III (que reinó de 1458-1425 a.C.) subió al poder tras ella, hizo eliminar la imagen de Hatshepsut de todos sus templos y monumentos, se cree que en un esfuerzo por restablecer el equilibrio del país. Según la tradición, una mujer nunca debería haber tenido el título de faraón porque era un honor reservado para los hombres, según decía la tradición de Osiris como primer rey de Egipto e Isis, su hermana, como consorte, no como monarca. Por tanto, se cree que Tutmosis III temía que el ejemplo de Hatshepsut pudiera inspirar a otras mujeres a "olvidarse de su lugar" en el orden sagrado y aspirar al poder que los dioses habían reservado para los hombres.
Declive del faraón
El Imperio Nuevo fue el período de mayor auge en Egipto en muchos niveles, pero no estaba destinado a durar. El poder del faraón empezó a decaer tras el reinado de Ramsés III (que reinó de 1186-1155 a.C.), durante el cual se produjeron incursiones por parte de los pueblos del mar. El coste de la victoria egipcia sobre los pueblos del mar, tanto económicamente como en vidas perdidas, fue considerable, y la economía egipcia se resintió.
La primera huelga laboral de la historia también ocurrió durante el reinado de Ramsés III, que puso en entredicho la capacidad del faraón de mantener el ma'at, así como el verdadero interés que tenían las clases altas por el pueblo. Son varios los factores que contribuyeron a poner fin al Imperio Nuevo y dieron paso al Tercer Período Intermedio (en torno a 1069-525 a.C.), que terminaría con la invasión persa.
El prestigio del faraón se redujo mucho tras la derrota de los egipcios contra los persas en la batalla de Pelusio en 525 a.C., y luego más aún tras las conquistas de Alejandro Magno. Para la época de la última faraona, la célebre Cleopatra VII Filopator (en torno a 69-30 a.C.) de la Dinastía Ptolemaica, el título ya no comandaba el poder que había tenido en el pasado, se erigieron menos monumentos y, con su muerte en 30 a.C., Egipto se convirtió en una provincia romana. La gloria y el poder de los faraones de antaño cayó en el olvido.