
El Segundo Triunvirato fue una asociación de conveniencia política entre tres de las figuras más poderosas de Roma: Marco Antonio, Lépido y Octaviano en el siglo I a.C. Tras el asesinato de Julio César, los tres juraron vengarse de los asesinos e intentaron estabilizar la República romana durante lo que acabarían siendo sus últimos estertores. Sin embargo, los egos de estos tres hombres no tardarían en chocar, algo que los llevaría a enfrentarse en la batalla y al final un único emperador emergería victorioso.
La muerte de Julio César
Julio César había muerto. En los Idus de marzo de 44 a.C. el dictador vitalicio encontró su fin. César había empezado a suscitar temores en muchos, tanto dentro como fuera del Senado romano. Incluso algunos de los amigos de César no tardaron en convertirse en enemigos declarados. Creían que ya no tenían voz, dado que Roma estaba pasando rápidamente a estar bajo el control de un potencial tirano. Tras su muerte, la república se sumió en el caos y de las cenizas de esta época surgirían tres hombres que formarían una unión singular, el Segundo Triunvirato, con el único propósito de salvar el gobierno.
El complot para asesinar a Julio César fue una estrategia bien planeada. Los asesinos creían que su muerte resucitaría el viejo espíritu romano y volvería a restaurar la fe en la República. Por desgracia, aunque la conjura había estado bien planeada, el plan de escape no. Uno de los principales conspiradores, Marco Junio Bruto (el infame «¿Et tu, Brute?» de la obra de William Shakespeare) salió corriendo del teatro de Pompeyo donde se había reunido el Senado para ir al Templo de Júpiter en la colina Capitolina, desde donde se dirigió a una tromba de ciudadanos airados. En vez de darle una recepción calurosa, el pueblo de Roma se mostró hostil y a pesar de las peticiones del Senado de compromiso y amnistía, una idea respaldada por Marco Antonio, al final los conspiradores se vieron obligados a huir de la ciudad. Dos de los conspiradores, Bruto y Casio (que algunos creían que habían planeado el complot) huyeron al este.
Una relación de conveniencia
En el mejor de los casos, este nuevo triunvirato era una coalición inestable. Marco Antonio, Marco Emilio Lépido y por último el sobrino-nieto e hijo adoptivo de César, Cayo Julio César Octaviano eran todos hombres destacados con un carácter fuerte. Aunque Marco Antonio y Octaviano pronto se olvidarían de sus diferencias, tenían motivos de sobra para desconfiar el uno del otro tras haberse enfrentado en varias ocasiones en campañas militares al norte de Italia. Ambos creían que eran el heredero legítimo para liderar el gobierno tras el asesinato de César. Antonio avivó aún más la discordia cuando le bloqueó a Octaviano el acceso al dinero de su padrastro. Además, Lépido, el tercero y más inefectivo de los tres, fue nombrado Sumo Sacerdote por Antonio a pesar de que esta posición le correspondía supuestamente a Octaviano. El Senado veía a Antonio como otro tirano aún más peligroso, y sus continuos intentos de hacerse con el control del gobierno tras la muerte de César desencadenaron la ira del Senado, que lo acabó declarando enemigo público. Lépido también fue declarado enemigo por el Senado por su apoyo público a Antonio.
A causa de su comportamiento, Antonio hizo enemigos de varios ciudadanos romanos influyentes. Marco Tulio Cicerón, el estadista y poeta romano, escribió varios ensayos mordaces contra Antonio. Dirigiéndose al Senado, Cicerón dijo acerca de Antonio:
Escuchad, os lo ruego, Senadores, no a los escándalos personales y domésticos que ha creado la asquerosa falta de decoro de Antonio, sino a la manera malvada, impía en que nos ha menoscabado a todos, nuestras fortunas, y a todo el país. (124)
Curiosamente el trío poco después formaría una alianza singular, y aunque existían grandes desacuerdos, los tres estaban unidos por su deseo de vengar la muerte de César. Sin embargo, a pesar de todos sus esfuerzos, o puede que, a causa de ellos, la República acabaría sumida en dos décadas de guerra civil, algo que muchos creían que César había predicho.
A pesar de su juventud, Octaviano, que entonces tenía 19 años, contaba con el apoyo de una porción importante del ejército, especialmente de los que habían sido leales a César. En 43 a.C., se paró fuera de Roma con su ejército y le exigió al Senado que le concediera la autoridad política que necesitaba; es decir, el consulado. Por supuesto, estaba muy por debajo de la edad mínima requerida de 33 años (que de hecho se había reducido recientemente de los anteriores 43). Los soldados leales a Octaviano entraron en el Senado espada en mano; sabiamente, el Senado revertió la decisión anterior y le concedió el consulado junto con su primo Quinto Pedio como cocónsul. Inmediatamente se puso en marcha la Lex Pedia, un decreto que revertía el dictamen anterior que les había concedido inmunidad a los conspiradores. Esta nueva ley estableció un tribunal especial que, sin demora, condenó a todos los que habían participado en la muerte de César, incluido Sexto Pompeyo, que ni siquiera había participado en el asesinato.
Formación del Triunvirato
En octubre de 43 a.C., Lépido y Antonio se encontraron con Octaviano cerca de Bononia para formar un triunvirato, una Comisión Constitucional, con poder similar al de un cónsul. Aunque las funciones cotidianas regulares del gobierno seguirían como siempre, su único propósito era restaurar la estabilidad de la república. Esta nueva autoridad les permitía promulgar leyes sin necesidad de la aprobación del Senado romano. El triunvirato fue reconocido formalmente por el Senado en la Lex Titia de noviembre de 43 a.C., que le concedía al trío la autoridad suprema durante cinco años, hasta el 1 de enero de 37 a.C., y les asignaba la importante tarea de apresar a los conspiradores, especialmente Bruto y Casio. En cuanto a los conspiradores, ninguno de los tres tenía intención alguna de mostrar clemencia y no tardó en promulgarse un decreto público que condenaba a 300 senadores y a más de 2.000 équites, o caballeros, romanos. Se despacharon verdugos. Muchos de los que figuraban en la lista de enemigos prefirieron huir de la ciudad y abandonar todas sus propiedades, que se confiscaron y se vendieron para financiar la búsqueda.
Los vengadores
Aunque no participó directamente en el asesinato de César, uno de los nombres incluidos en la lista fue el de Cicerón. Hay quienes creen que Octaviano había intentado dejar el nombre fuera de la lista, pero sus escritos (las Filípicas que condenaban a Antonio) no le habían hecho ningún favor. Cicerón siempre había vivido según su código personal: el mayor bien posible era vivir al servicio del Estado y oponerse a cualquiera que lo pusiera en peligro. Creía firmemente que Antonio era un enemigo del Estado y que lo deberían haber ejecutado junto a César. Antonio nunca fue especialmente magnánimo como para perdonárselo o dejar pasar su franqueza. Así que Cicerón se convirtió en una de las primeras víctimas del triunvirato. Lo atraparon intentando huir de su villa a las afueras de Nápoles. Le cortaron las manos simbólicamente porque eran las que habían escrito los ensayos desdeñosos y después le cortaron la cabeza y la enviaron a Roma, donde la clavaron en la tribuna del orador en el Foro. Además de Cicerón, otro conspirador importante que murió fue Décimo, que no logró encontrarse con Bruto en Macedonia. Décimo fue el que había convencido a César, enfermo, de acudir al Templo de Pompeyo donde lo asesinaron. Tras ser capturado en la Galia y decapitarlo, le enviaron la cabeza a Antonio.
Una vez que hubieron eliminado a una gran cantidad de gente de la lista de enemigos, el trío volvió la atención a Bruto, Casio y Sexto Pompeyo. En junio de 42 a.C. Bruto y Casio se encontraron en Sardis, en Anatolia occidental. Con Lépido en Sicilia, Octaviano y Antonio cruzaron el Adriático y se encontraron con los dos conspiradores en Filipos en Macedonia oriental para luchar. Como Octaviano estaba enfermo, a Antonio le resultó fácil vencer; Casio, temeroso de la captura, se hizo decapitar, pero le pidió a Bruto que lo enterrara en secreto. Bruto logró escapar, pero acabó suicidándose. Sexto Pompeyo, hijo del legendario comandante Pompeyo, había sido proscrito al principio según la Lex Pedia. Se escapó a Sicilia y al final haría un pacto con el triunvirato. Más tarde, Octaviano reconsideró el pacto porque creía que Pompeyo lo había traicionado e hizo que capturaran y ejecutaran al joven comandante.
Aunque la mayoría de las historias sobre la batalla de Filipos dicen que Octaviano estaba enfermo y que no participó en la batalla, el historiador romano Suetonio cuenta una historia diferente en sus Vidas de los doce césares.
Como miembro del triunvirato compuesto por Marco Antonio, Lépido y él, Augusto (Octaviano), derrotó a Bruto y a Casio en Filipos, a pesar de estar enfermo en aquel momento. En la primera de las dos batallas lo expulsaron de su campamento y escapó... Tras la segunda, la decisiva, no tuvo clemencia para sus enemigos derrotados... (56)
Según el relato de Suetonio, enviaron la cabeza de Bruto a Roma y la arrojaron a los pies de «la imagen divina de César».
El triunvirato se fragmenta
A pesar de las continuas victorias en el este, el triunvirato tenía los días contados. En 37 a.C. dejaron a Lépido fuera de la coalición renovada. Aunque había ayudado contra Pompeyo, sus continuas derrotas en batalla hicieron que Octaviano lo desterrara a Circei al año siguiente. Suetonio escribe que:
Lépido, el tercer miembro del triunvirato, a quien Augusto había pedido que regresara de África para ayudarlo, se consideraba tan importante a sí mismo como comandante de veinte legiones que... exigió violentamente el cargo gubernamental más alto. Augusto le quitó las legiones y, aunque Lépido consiguió que le perdonaran la vida, se pasó lo que le quedaba en exilio permanente en Circei. (58)
Con Lépido en el exilio, el imperio se dividió a partes iguales entre Octaviano y Marco Antonio: Octaviano el oeste y Marco Antonio el este. Y esta división sería el final de la colaboración. Marco Antonio conoció a Cleopatra VII de Egipto, la antigua amante de César, y su amor los llevaría a la guerra.
Al igual que con los miembros supervivientes del primer Triunvirato, Marco Antonio y Octaviano volverían a recuperar la animosidad que se habían tenido antaño. En gran medida, este descontento giraba en torno a Cleopatra. Cuando su primera esposa, Fulvia, murió, Marco Antonio se casó con la hermana de Octaviano, Octavia. Pero ahora la atención de Marco Antonio había pasado de Octavia a la reina egipcia, Cleopatra. Antonio creía que su dinero le ayudaría a financiar una guerra contra Octaviano. Después, Alejandría sería la nueva capital en vez de Roma. A Octaviano nunca le había caído bien Cleopatra, principalmente por su relación con César y el hijo que había tenido con este, Cesarión. Pensaba que Marco Antonio se había vuelto incompetente y loco de amor y cuestionaba la influencia que tenía la reina sobre él. Así que, en vez de declararle la guerra a Marco Antonio, Octaviano hizo que el Senado le declarara la guerra a Cleopatra.
La batalla de Accio
En 31 a.C. los ejércitos se enfrentaron. El plan de Marco Antonio era atrapar a Octaviano y su flota en Accio en el golfo de Arta en la costa occidental de Grecia, pero este plan tenía serios problemas. Aparte de que Antonio no era un gran comandante naval, muchos de sus oficiales estaban descontentos con la apariencia de Cleopatra y su participación en las reuniones. Esto iba en contra de la opinión romana sobre el papel de la mujer en la política (aunque se las reconocía como ciudadanas romanas, las mujeres no tenían permitido participar en los asuntos de gobierno). Con esta convicción, Octaviano se sirvió de una campaña de propaganda singular para convencer a los hombres de Antonio en la que cuestionaba la influencia de ella en las decisiones que tomaba él. Por su parte, Antonio se mostró indeciso y la moral estaba baja, así que hubo muchas deserciones.
A pesar de tener más hombres que Octaviano, el plan fue un fracaso total. Antonio y Cleopatra se quedaron atrapados y con suministros escasos, y se avecinaba el invierno. A última hora consiguieron escapar, Antonio a Libia y Cleopatra a Egipto. Tenían la esperanza de conseguir más tropas, pero al igual que el plan anterior, este también fracasó. El suicidio era la única opción para Antonio y, cuando no consiguió llegar a un acuerdo con Octaviano, Cleopatra también se suicidó. Al final, Octaviano regresaría a Roma como un héroe. El Senado le recompensó con un título y un nombre nuevos. A partir de entonces sería Augusto, el primer emperador del nuevo Imperio romano. Asumiría una autoridad mucho mayor de lo que había anticipado el Senado y, como emperador, Augusto sentaría las bases para todos los que vinieron después.