Amarna es el nombre árabe moderno para el sitio de la antigua ciudad egipcia de Aketatón, capital del país bajo el reinado de Akenatón (1353-1336 a. C.). El sitio se conoce oficialmente como Tell el-Amarna, llamado así por la tribu Beni Amran que vivía en el área cuando fue descubierto.
En arqueología, un "tell" es un montículo creado por los restos de asentamientos humanos acumulados en un área durante un número determinado de años. A medida que cada nueva generación construye sobre las ruinas de la anterior, sus edificios se van elevando y se crea una colina artificial. Amarna se diferencia del "tell" habitual en que no cayó ante una potencia extranjera o un terremoto, y nunca se construyó sobre ella en la antigüedad; en cambio, fue destruida por orden del faraón Horemheb (c. 1320-1292 a. C.) que trató de borrar el nombre y los logros de Akenatón de la historia; luego, sus ruinas yacieron en la llanura junto al río Nilo durante siglos y gradualmente otros que vivían cerca fueron construyendo encima.
Cuando llegó al poder, Akenatón era un rey poderoso, encargado, como todos los reyes, del mantenimiento de la ma'at (armonía y equilibrio) en la tierra. Ma'at era el valor central de la cultura que permitía que todos los aspectos de la vida funcionaran armoniosamente como debían. Surgió al comienzo de la creación y por lo tanto, naturalmente, la observancia y el mantenimiento de la ma'at por parte de un rey dependían en gran medida de la veneración adecuada de los dioses a través de ritos y rituales tradicionales.
Aunque Akenatón inicialmente mantuvo esta práctica, alrededor del quinto año de su reinado (c. 1348 a. C.) abolió la antigua religión egipcia, cerró los templos e impuso su propia visión monoteísta sobre la gente. Esta innovación, aunque aclamada por los monoteístas durante los últimos cien años, paralizó la economía egipcia (que dependía en gran medida de los templos), distrajo al rey de los asuntos exteriores, estancó al ejército y resultó en la pérdida significativa de estatus de Egipto entre las tierras vecinas.
Es por estas razones que el hijo y sucesor de Akenatón, Tutankamón (c. 1336-1327 a. C.), devolvió a Egipto a las prácticas religiosas tradicionales y rechazó el monoteísmo de su padre. Sin embargo, no vivió lo suficiente para completar la restauración de Egipto, esto lo consiguió Horemheb. Esta era en la historia de Egipto se conoce como el Período de Amarna y generalmente se fecha desde las reformas de Akenatón hasta el reinado de Horemheb: c. 1348 - c. 1320 a. C.
La ciudad del Dios
El dios que Akenatón eligió para reemplazar a todos los demás no fue de su propia creación. Atón era una deidad solar menor que personificaba la luz del sol. El egiptólogo David P. Silverman señala como todo lo que hizo Akenatón fue elevar a este dios al nivel de un ser supremo y atribuirle las cualidades que alguna vez se asociaron con Amón pero sin ninguna de las características personales de ese dios. Silverman escribe:
A diferencia de las deidades tradicionales, este dios no podía representarse: el símbolo del disco solar con rayos, que domina el arte de Amarna, no es más que una versión a gran escala del jeroglífico de "luz". (128)
El único dios verdadero de Akenatón era la luz, la luz del sol, que sostenía toda la vida. A diferencia de los otros dioses, Atón estaba por encima de las preocupaciones humanas y no poseía debilidades humanas. Como expresa Akenatón en su Gran Himno a Atón, su dios no podía estar celoso, ni deprimido, ni enojado, ni actuar por impulso; simplemente existía, y por esa existencia, hizo que todo lo demás existiera. Un dios tan poderoso e imponente no podía ser adorado en el templo reutilizado de ningún otro dios, ni siquiera en ninguna ciudad que hubiera conocido la adoración de otras deidades; requería una nueva ciudad construida únicamente para su honor y adoración.
Esta ciudad era Aketatón, construida a medio camino entre las capitales tradicionales de Menfis en el norte y Tebas en el sur. Se erigieron estelas fronterizas a intervalos alrededor de su perímetro que contaban la historia de su fundación. En una, Akenatón registra la naturaleza del sitio que eligió:
Contemplad, es el Faraón, quien lo encontró, no siendo propiedad de un dios, no siendo propiedad de una diosa, no siendo propiedad de un gobernante masculino, no siendo propiedad de una gobernante femenina, y no siendo propiedad de ninguna persona. (Snape, 155)
Otras estelas e inscripciones dejan claro que la fundación de la ciudad fue enteramente iniciativa de Akenatón como individuo, no como rey de Egipto. Un faraón del Nuevo Reino de Egipto (c. 1570 - c. 1069 a. C.) emitiría una comisión para la construcción de una ciudad o templo o la erección de obeliscos o monumentos en su nombre real y para la gloria de su dios particular, pero estos proyectos debían beneficiar a la nación colectivamente, no solo al rey. La ciudad de Akenatón fue construida con el único propósito de proporcionarle un elaborado recinto sagrado para su dios.
Diseño y trazado
Aketatón se extendía por nueve kilómetros y medio a lo largo de la orilla este del Nilo, entre la costa y los acantilados sobre Assiut. Algunas estelas limítrofes estaban talladas directamente en los acantilados y otras se erigían directamente del suelo en el lado más alejado de la ciudad. Los cuatro distritos principales eran la Ciudad Norte, la Ciudad Central, los suburbios del sur y la periferia; aunque ninguno de estos nombres se utilizaba para designar esas zonas en la antigüedad.
La Ciudad Norte se construyó alrededor del Palacio Norte, donde se recibía a los invitados y se rendía culto a Atón. La familia real vivía en apartamentos en la parte trasera del palacio y las habitaciones más opulentas, pintadas con escenas al aire libre que representaban la fertilidad de la región del Delta, estaban dedicadas a Atón, quien se pensaba que las habitaba. El palacio no tenía techo, una característica común de los edificios de Aketatón, como un gesto de bienvenida a Atón.
La Ciudad Central fue diseñada alrededor del Gran Templo de Atón y el Pequeño Templo de Atón. Este era el centro burocrático de la ciudad donde trabajaban y vivían los administradores. Los suburbios del sur eran el distrito residencial de la élite adinerada y presentaban grandes propiedades y monumentos. La periferia estaba habitada por los campesinos que trabajaban los campos y en las tumbas de la necrópolis.
El propio Akenatón diseñó la ciudad para su dios, como lo dejan claro sus estelas limítrofes, y rechazó las sugerencias o consejos de cualquier otra persona, incluso de su esposa Nefertiti (c. 1370 - c. 1336 a. C.). Se desconoce exactamente qué tipo de sugerencias pudo hecho, pero el hecho de que Akenatón insista en afirmar que no escuchó sus consejos parecería indicar que eran significativos. El egiptólogo Steven Snape comenta:
Es obvio que el 'prospecto' de la nueva ciudad tallado en las estelas limítrofes se ocupa profundamente de describir la provisión que se hará para el rey, su familia inmediata, el dios Atón y los funcionarios religiosos que iban a estar involucrados en el culto de Atón. Es igualmente obvio que ignora por completo las necesidades de la gran mayoría de la población de Amarna, personas que habrían sido trasladadas (posiblemente de mala gana) de sus hogares para habitar la nueva ciudad. (1)
Una vez que Akenatón trasladó su capital a Aketatón, centró su atención en la adoración de Atón e ignoró cada vez más los asuntos de estado, así como la condición del país fuera de la ciudad, que estaba cayendo en declive.
El reinado de Akenatón y las cartas de Amarna
Las Cartas de Amarna son tablillas cuneiformes descubiertas en Aketatón en 1887 d. C. por una mujer local que estaba excavando en busca de fertilizante. Son la correspondencia cruzada entre los reyes de Egipto y de naciones extranjeras, así como documentos oficiales de la época. La mayoría de estas cartas demuestran que Akenatón era un administrador capaz cuando una situación le interesaba personalmente, pero también que a medida que avanzaba su reinado se preocupaba cada vez menos por las responsabilidades de un monarca.
En una carta, reprende enérgicamente al gobernante extranjero Abdiashirta por sus acciones contra otro, Ribaddi (que fue asesinado), y por su amistad con los hititas, que entonces eran enemigos de Egipto. Sin duda, esto tenía más que ver con su deseo de mantener la amistad con los estados tapón entre Egipto y la tierra de los Hatti (Canaán y Siria, por ejemplo, que estaban bajo la influencia de Abdiashirta) que cualquier sentido de justicia por la muerte de Ribaddi y la toma de Biblos.
No hay duda de que su atención a este problema sirvió a los intereses del Estado pero, como se ignoraron otros temas similares, parece que solo optaba por abordar los temas que lo afectaban personalmente. Akenatón hizo traer a Abdiashirta a Egipto y lo encarceló durante un año hasta que los avances hititas en el norte obligaron a su liberación, pero parece haber una marcada diferencia entre sus cartas que tratan sobre esta situación y la correspondencia de otros reyes sobre asuntos similares.
Si bien hay ejemplos como este en el que Akenatón se ocupa de los asuntos estatales, hay muchos otros que proporcionan evidencia de su desprecio por cualquier otra cosa que no sean sus reformas religiosas y la vida en el palacio. Cabe señalar, sin embargo, que este es un punto frecuente y acaloradamente debatido entre los estudiosos en la actualidad, como lo es todo el llamado Período de Amarna del gobierno de Akenatón. Al respecto, el Dr. Zahi Hawass escribe:
Se ha escrito más sobre este período de la historia egipcia que sobre cualquier otro y se sabe que los eruditos han llegado a las manos, o al menos a episodios importantes de descortesía, por sus opiniones contradictorias. (35)
La preponderancia de la evidencia, tanto de las cartas de Amarna como del decreto posterior de Tutankamón, así como las indicaciones arqueológicas, sugieren fuertemente que Akenatón fue un gobernante muy pobre en lo que respecta a sus súbditos y estados vasallos y su reinado, en palabras de Hawass, era "un régimen centrado en el interior que había perdido interés en su política exterior" (45).
Akenatón se veía a sí mismo y a su esposa no solo como sirvientes de los dioses sino como la encarnación de la luz de Atón. El arte de la época representa a la familia real como extrañamente alargada y angosta y aunque algunos lo han interpretado como "realismo", es mucho más probable que sea un simbolismo. Para Akenatón, el dios Atón no se parecía a ningún otro: invisible, todopoderoso, omnisciente y transformador, y el arte de la época parece reflejar esta creencia en las figuras curiosamente altas y delgadas representadas: han sido transformadas por el toque de Atón.
Destrucción de la ciudad
La ciudad floreció hasta la muerte de Akenatón; luego, Tutankamón trasladó la capital a Menfis y después a Tebas. Tutankamón inició las medidas para revertir las políticas de su padre y devolver a Egipto a las antiguas creencias y prácticas que habían mantenido la cultura y la ayudaron a desarrollarse durante casi 2000 años. Se reabrieron los templos y se renovaron los negocios que dependían de ellos.
Tutankamón murió antes de que pudiera terminar estas reformas, y fueron llevadas a cabo por su sucesor, el antiguo visir Ay, y luego por Horemheb. Horemheb había sido general bajo Akenatón y lo sirvió fielmente, pero estuvo en vehemente desacuerdo con sus reformas religiosas. Cuando Horemheb subió al trono, Aketatón todavía estaba en pie (como lo demuestra un santuario construido allí para él en ese momento) pero no permanecería intacta por mucho tiempo. Horemheb ordenó arrasar la ciudad y arrojar sus restos como relleno para sus propios proyectos.
Horemheb estaba tan dedicado a borrar el nombre y los logros de Akenatón que éste no aparece en ninguno de los registros históricos posteriores de Egipto. Donde había que citarlo se lo hacía solo como "el hereje de Aketatén", pero nunca era nombrado ni se hacía referencia a su posición como faraón.
Descubrimiento y preservación
Las ruinas de la ciudad fueron mapeadas y dibujadas por primera vez en el siglo XVIII por el sacerdote francés Claude Sicard. Otros europeos visitaron el sitio después, y el interés en el área se despertó después del descubrimiento de las Cartas de Amarna. Fue explorado y cartografiado más a fondo a fines del siglo XIX por el cuerpo de ingenieros de Napoleón durante su campaña en Egipto, y este trabajo atrajo la atención de otros arqueólogos una vez que se descifró la piedra de Rosetta y se pudieron leer los jeroglíficos egipcios antiguos alrededor de 1824 d. C. Por lo tanto, se conocía el nombre de Akenatón, pero no su significado. No fue sino hasta que los arqueólogos de principios del siglo XX encontraron las ruinas que Horemheb había arrojado como relleno, que la historia de Akenatón finalmente se armó.
En la actualidad, el sitio es una extensión ancha y estéril de cimientos en ruinas que está siendo preservado y excavado por el Proyecto Amarna. A diferencia de las ruinas de Tebas o el pueblo de Deir el-Medina, queda poco de Aketatón para que un visitante lo admire. El egiptólogo Steven Snape comenta: "aparte de las modestas reconstrucciones de partes de la ciudad realizadas por arqueólogos modernos, prácticamente no se ve nada de la ciudad de Amarna" (154). Esto no es inusual ya que las ciudades de Menfis y Per-Ramsés, ambas también capitales del antiguo Egipto, así como muchas otras, son en gran parte terrenos baldíos hoy en día con mucho menos monumentos que los existentes en Amarna.
Lo que hace de Amarna un caso especial en este sentido es que la ciudad no fue arrasada por el tiempo ni por un ejército invasor sino por el sucesor del rey que la construyó. En ningún otro momento de la historia antigua de Egipto una ciudad fue destruida por el sucesor de un rey para borrar su nombre. Eliminar el nombre de alguien de un templo, monumento o tumba era condenarlo para la eternidad, pero en este caso, solo la eliminación de una ciudad entera satisfaría el sentido de justicia de Horemheb.
Los egipcios creían que uno tenía que ser recordado por los vivos para continuar su viaje eterno en el más allá. En el caso de Akenatón, no fue solo una tumba o un templo lo que fue destrozado, sino la totalidad de su vida y reinado. Todos sus monumentos, en todas las ciudades de Egipto, fueron derribados y cada inscripción que llevaba su nombre o el de su dios fue editada con cinceles. La herejía de Akenatón se consideró tan grave, y el daño causado al país tan severo, que se pensó que se había ganado el peor castigo que se podía imponer en el antiguo Egipto: la inexistencia.