La sociedad azteca estaba jerarquizada y dividida en clases claramente definidas. La nobleza dominaba los puestos clave del ejército, la administración estatal, el poder judicial y el sacerdocio. Aunque los comerciantes podían llegar a ser extremadamente ricos y poderosos, incluso su prosperidad se basaba en su clase, y la mayoría de los ciudadanos seguían siendo simples agricultores.
Dentro de la sociedad azteca, había pocas oportunidades para que los individuos mejoraran su posición social, especialmente en las esferas militar y religiosa. También es cierto que prevalecía el nepotismo pero, al mismo tiempo, se podían obtener ascensos por méritos, así como descensos por incompetencia. En la práctica, sin embargo, la gran mayoría de la población azteca habría permanecido en el grupo social de su familia inmediata durante toda su vida.
Los calpullis
La agrupación social más importante de la sociedad azteca era el calpulli, que era un conjunto de familias unidas por lazos de sangre o por una larga asociación. Los ancianos, dirigidos por el calpolec (jefe elegido de por vida), controlaban las tierras del calpulli distribuyéndolas para que sus miembros las cultivaran como propias con la condición de que pagaran un tributo regular a cambio. Otra condición de estos agricultores comunes o macehualtin (también macehuales) era que no dejaran sus tierras sin atender durante más de dos años. Si un agricultor moría sin hijos, su tierra se devolvía a los ancianos para su redistribución. Los calpulli también tenían su propio templo, por lo que el grupo realizaba rituales religiosos y festivales juntos. La capital azteca, Tenochtitlán, contaba con 80 calpoltin, pero el sistema existía en todo el imperio.
Agricultores
Los agricultores, o macehualtin, eran por lejos el sector más numeroso de la sociedad azteca y se subdividían en dos grupos. En primer lugar, y con un estatus más bajo, se encontraban los trabajadores del campo que realizaban el trabajo de la azada, la escarda, la siembra, el riego, etc. El grupo superior tenía una función de supervisión y estaba formado por horticultores especializados que se encargaban de la siembra y el trasplante. También comprendían cuestiones como la rotación de cultivos y los mejores momentos para la siembra. Los agricultores aztecas pueden dividirse a su vez en los que trabajaban su propia tierra y los que trabajaban la tierra de los grandes latifundios y pagaban su renta con lo que cultivaban. Estos siervos eran la clase más baja de la sociedad azteca, conocida como mayeque; no poseían tierras y pagaban hasta el 30% de sus productos a sus señores. Además de la agricultura, los macehualtin debían prestar servicio militar en tiempos de guerra y ayudar en proyectos estatales como la construcción de carreteras y templos.
Esclavos
La sociedad azteca también contaba con esclavos o tlacohti ("comprados") que eran pueblos conquistados, culpables de delitos graves como el robo, o individuos que se habían endeudado tanto (la mayoría de las veces por el juego) que se veían obligados a venderse como mercancía durante un periodo determinado o incluso de por vida. Si disponían de los medios necesarios, los esclavos también podían volver a comprar su libertad. Los esclavos se podían necesitar no solo para la agricultura, sino también para trabajar como peones generales, sirvientes domésticos o concubinas. Por lo general, los esclavos no se revendían y la ley los protegía de los abusos de sus amos o de cualquier otra persona. Los esclavos con talento podían acceder a puestos importantes, como el de administrador de fincas, y eran libres de casarse con personas que no eran esclavas, y los hijos de ese matrimonio nacían libres, ya que la condición de esclavo no se heredaba.
Artesanos y comerciantes
La clase artesana se conocía como tolteca en honor a la civilización tolteca que veneraban los aztecas, por lo que los artesanos gozaban de gran prestigio. A menudo trabajaban en talleres especializados a gran escala, y entre ellos había carpinteros, alfareros, canteros, trabajadores del metal, tejedores, trabajadores de las plumas y escribas. Otras profesiones importantes eran los mercaderes, los comerciantes y los cazadores profesionales. Los comerciantes más prestigiosos eran los que ejercían su actividad en amplios territorios y eran conocidos como pochteca, un cargo hereditario. A menudo comerciaban para el Estado y se especializaban en bienes preciosos como plumas de aves tropicales, oro, turquesa, conchas, piedra verde, granos de cacao y pieles de animales exóticos. Los pochteca eran supervisados por los pochtecatlatoque, los comerciantes más experimentados, que administraban el comercio y la justicia entre la clase comercial en tribunales especiales. Un grupo especializado de comerciantes era el tlaltlani, que comerciaba con esclavos. Como tenían la importante función de proveer al Estado de víctimas de sacrificio, se les concedían privilegios especiales y obtenían grandes riquezas.
Otros dos grupos de comerciantes eran los tencunenenque, que actuaban como recaudadores de tributos, y los naualoztomeca, que se disfrazaban y comerciaban en territorio hostil, actuando como espías del Estado atentos a chismes sueltos en mercados extranjeros. Los comerciantes también participaban en la religión del estado, especialmente en el festival de tonalpohualli dedicado a Huitzilopochtli, el dios de la guerra, donde financiaban los banquetes de celebración y proporcionaban esclavos para el sacrificio.
Nobles
La nobleza o pipiltin (sing. pilli) era fácilmente identificable por su aspecto, ya que vestían exclusivamente con preciadas prendas de plumas. Propietarios de tierras privadas, eran ricos gracias a los tributos de sus arrendatarios y siervos. Los administradores del Estado se seleccionaban de la clase pipiltin, aunque los plebeyos podían entrar en esta clase hereditaria al realizar hazañas de gran valor en el campo de batalla. Estos ascendentes sociales eran conocidos como cuauhpipilti o "nobles del águila".
Un nivel superior al pipiltin era el teteuhctin, que ocupaba los puestos más altos del aparato estatal, como gobernadores de ciudades y regiones. Vivían en grandes palacios, vestían ropas y joyas aún más espléndidas y se les añadía el prestigioso sufijo -tzin a sus nombres. El rey azteca, el tlatoani, pertenecía a esta clase.
Sacerdotes
La clase sacerdotal no solo orquestó la religión del estado y sus numerosos festivales y rituales, sino que también dirigió el sistema educativo del estado y, en gran medida, controló la producción artística azteca en todas sus formas. Un hombre o una mujer de cualquier clase social podía convertirse en sacerdote, o tlamacazqui, pero los más poderosos siempre procedían de la clase pipiltin. En la cúspide de la jerarquía religiosa estaba el propio rey ayudado por dos sumos sacerdotes: Quetzalcoatl totec tlamacazqui, encargado del culto a Huitzilopochtli, y Quetzalcoatl tlaloc tlamacazqui, jefe del culto al dios de la lluvia Tlaloc. Otros cargos sacerdotales notables eran el supervisor de las escuelas estatales de élite, el Mexicatl Teohuatzin; los supervisores generales del sacerdocio, los festivales y los sitios de los templos, el Huitznahua Teohuatzin y el Tecpan Teohuatzin; y finalmente, el nivel más bajo de sacerdotes eran los quacuilli, que estaban a cargo de un pequeño distrito o parroquia.
Algunos sacerdotes también se convirtieron en expertos en otras áreas, aunque estrechamente relacionadas, como la astronomía y la escritura. Otros desarrollaron un talento para la medicina, la profecía y la interpretación de visiones y sueños. Estos últimos adquirían el título de tonalpouhque, y aconsejaban qué días eran propicios para todo tipo de acontecimientos, desde matrimonios hasta largos viajes. Los sacerdotes también podían ser guerreros, y dos importantes funciones sacerdotales en la guerra azteca eran llevar a la batalla las efigies de los principales dioses aztecas y recoger las víctimas del sacrificio de los guerreros más valientes entre los vencidos. Por último, un grupo separado pero relacionado con el anterior eran los brujos y magos que realizaban extrañas ceremonias, reclamaban dones de transformación y lanzaban hechizos a los malvados.
Educación
Al igual que en las sociedades modernas, la educación azteca podía determinar la futura posición social de una persona. Los hijos de los plebeyos iban a la escuela, que era obligatoria, pero solo a partir de la adolescencia. Antes de eso, los niños eran educados por sus padres. El hecho de que la prioridad de la mayoría de los varones era convertirse en un guerrero valioso para el Estado se evidencia en que todos los niños de 10 años se cortaban el pelo de forma especial: se dejaban un mechón largo en la nuca (un piochtli) y solo cuando capturaban a su primer prisionero se lo podían cortar.
El telpochcalli o "casa de la juventud" para los chicos impartía formación militar, mientras que el de las chicas enseñaba los deberes que se debían cumplir en las ceremonias religiosas. Ambos sexos aprendían también a bailar, cantar, hablar en público y recitar, y recibían lecciones de historia, moral y religión.
La escuela calmecac estaba reservada a los hijos de la nobleza, que aprendían las habilidades esenciales para una carrera pública en el ejército, la política o la religión del Estado. Una vez más, los sexos estaban separados, y hay algunas pruebas de que los niños excepcionalmente dotados de las clases bajas también podían asistir a un calmecac. Las materias que se aprendían eran retórica, música, poesía, derecho, astronomía, matemáticas, historia, arquitectura, agricultura y guerra. Para los seleccionados para entrar en el sacerdocio, su educación continuaba en una institución especial llamada tlamacazcalli. Aquí, los estudiantes soportaban una severa educación y una vida de austeridad que incluía largos períodos de meditación, ayuno y sacrificio de su propia sangre, ya que se perforaban en lugares sensibles con espinas de cactus.
Matrimonio
La educación de un joven terminaba cuando estaba listo para casarse. Los ancianos se encargaban de organizarlo, aunque en su elección probablemente influyeran los propios jóvenes, que podían haber establecido previamente una relación en las numerosas fiestas públicas. Por lo general, las parejas procedían del mismo calpulli. La pareja, de edades comprendidas entre el final de la adolescencia y el principio de la veintena, se casaba en una ceremonia de cuatro días en la que la novia se engalanaba con plumas rojas y se cubría con polvo brillante de pirita "oro de los tontos". La celebración se completaba con un gran banquete y discursos.
Aunque se esperaba que las mujeres se ocuparan del hogar, cocinaran, cuidaran de los niños y practicaran el tejido y la cestería, las mujeres aztecas también conservaban el control de sus bienes personales y la riqueza heredada, y podían participar en la vida pública en los campos de la medicina, la educación, la religión e incluso el comercio. Se esperaba que los hombres aztecas asumieran la responsabilidad de criar a su descendencia masculina, algo que también era inusual en las sociedades antiguas. No obstante, el acuerdo matrimonial favorecía al varón, ya que la pareja vivía con su familia, y también se le permitía tener varias esposas más y acoger a varias concubinas.
Conclusión
Para los aztecas, quizá con la excepción de la clase comerciante, la riqueza no se perseguía por sí misma, sino que era un beneficio de la propia posición. El rango y la reputación eran, por lejos, las consideraciones más importantes para quienes deseaban ascender en la sociedad y, sobre todo, la propiedad de la tierra seguía siendo el mayor indicador del estatus de una persona. La sociedad azteca estaba claramente estratificada y tenía muchos niveles, pero los lazos comunes de la guerra perpetua y una religión siempre presente aseguraron la creación de un aparato social sofisticado y funcional que era a la vez cohesivo e inclusivo. Una de las grandes preguntas de la historia es qué habría pasado si esta sociedad, que ya estaba evolucionando a medida que la clase comerciante se hacía más influyente en áreas tradicionalmente reservadas a la aristocracia, hubiera podido desarrollarse y prosperar de no haberse derrumbado tras la invasión del Viejo Mundo.