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El asedio de Yorktown (28 de septiembre a 19 de octubre de 1781) fue la última gran operación militar de la Guerra de Independencia de los Estados Unidos (1775-1783). Tuvo como resultado la rendición del general británico lord Charles Cornwallis, cuyo ejército había quedado atrapado en Yorktown, Virginia, por el ejército franco-americano de George Washington en tierra y por la flota francesa del conde de Grasse en el mar.
En la primavera de 1781, cuando la Guerra de Independencia estadounidense se acercaba a su sexto año, los británicos llegaron a Virginia. En enero, 1.500 soldados británicos al mando del traidor estadounidense Benedict Arnold desembarcaron en Portsmouth y apresaron e incendiaron la ciudad de Richmond. Dos meses después, se unieron a Arnold 2.300 hombres más al mando del general de división William Phillips, y, juntos, derrotaron a una fuerza de la milicia de Virginia en Blandford a finales de abril, antes de quemar los almacenes de tabaco de Petersburg. Permanecieron en esta ciudad mientras esperaban la llegada de lord Charles Cornwallis, quien marchaba desde Carolina del Norte con 1.500 hombres, los supervivientes de la costosa victoria británica en la batalla de Guilford Court House. Cornwallis llegó a Petersburg el 20 de mayo, varios días después de que el general Phillips muriera de fiebre. Arnold regresó a Nueva York en junio, dejando a Cornwallis al mando exclusivo del ejército británico combinado, que contaba con más de 7.200 hombres.
Si Virginia caía, Cornwallis calculaba que el resto del Sur caería con ella.
Cornwallis no debía estar en Virginia. De hecho, sir Henry Clinton, comandante en jefe de las fuerzas británicas y oficial superior de Cornwallis, le había ordenado que se limitara a suprimir la resistencia patriota en las Carolinas. Una tarea que, al principio, había parecido bastante fácil, pronto se convirtió en un atolladero, ya que las milicias patriotas y lealistas se despedazaron sangrientamente en el interior de Carolina del Sur. Todo el progreso que Cornwallis había hecho en la pacificación del país se deshizo rápidamente tras dos derrotas en las batallas de Kings Mountain y la de Cowpens. Incluso su victoria final en Guilford Court House le dejó un sabor amargo, ya que había perdido más del 25% de su ejército y permitido que el escurridizo general estadounidense Nathanael Greene se le escapara de las manos. Estaba claro que su estrategia tendría que cambiar si quería ganar el Sur, sin importar las órdenes del general Clinton. Su solución había sido invadir Virginia. Greene y las milicias carolinianas contaban con los suministros y refuerzos del Viejo Dominio; si Virginia caía, Cornwallis calculaba que el resto del Sur caería con ella.
Ahora, con la fuerza de los ejércitos de Arnold y Phillips sumada a la suya propia, Cornwallis puso en marcha su plan. Primero atacó hacia Richmond, enviando un pequeño ejército americano al mando de Gilbert du Motier, marqués de La Fayette, antes de enviar partidas de asalto al corazón de Virginia para apoderarse de los depósitos de suministros e interrumpir las líneas de comunicaciones. El teniente coronel Banastre Tarleton y su temida Legión Británica fueron enviados a Charlottesville, donde el gobernador Thomas Jefferson y la Asamblea General de Virginia se habían trasladado tras el incendio de Richmond. Advertidos de la llegada de Tarleton, Jefferson y casi todos sus legisladores consiguieron escapar a las montañas pocos minutos antes de que Tarleton (apodado «Bloody Ban») llegara para apresarlos. Finalmente, el 25 de junio, el ejército principal de Cornwallis llegó triunfante a Williamsburg. Podría haber sido el comienzo de una gloriosa conquista si Cornwallis no hubiera recibido nuevas órdenes del general Clinton al día siguiente.
Y estas eran que Cornwallis suspendiera las operaciones militares en Virginia. Clinton se había enterado de que una considerable flota francesa navegaba desde las Indias Occidentales, y temía que la ciudad de Nueva York (donde se encontraba el propio Clinton con 10.000 hombres) fuera su objetivo. Cornwallis, por tanto, debía ponerse a la defensiva, marchar al puerto de gran calado más cercano (Clinton recomendó Portsmouth o Yorktown), fortificarlo y esperar allí nuevas órdenes. Cornwallis se sintió profundamente frustrado por estas instrucciones, ya que creía que era en Virginia donde se ganaría la guerra. Sin embargo, hizo lo que le dijeron: marchó fuera de Williamsburg, deteniéndose sólo para tender una emboscada al ejército perseguidor de Lafayette; la batalla de Green Spring (6 de julio) ensangrentó a las fuerzas de Lafayette, pero no las destruyó. Cornwallis siguió adelante y finalmente eligió Yorktown como destino. El 6 de agosto ya había desembarcado allí y comenzado a fortificar Yorktown y Gloucester Point, al otro lado del río York.
Washington marcha hacia el sur
Mientras los británicos asolaban Virginia, el general George Washington se encontraba en el valle de Hudson, en el estado de Nueva York, con su principal Ejército Continental. Ya en enero, había enviado a Lafayette a Virginia para que se ocupara del traidor Benedict Arnold (y lo colgara si le daba caza), pero la continua presencia del ejército de Clinton en la ciudad de Nueva York impidió que Washington se dirigiera al sur, para no dejar sin defensa el vital río Hudson. Pero sabía que tendría que actuar pronto. El Congreso estaba gravemente quedándose sin dinero y no había podido abastecer al Ejército Continental ni pagar a sus soldados. Por consecuencia, dos regimientos se amotinaron a principios de ese año. Ambos motines se sometieron, pero Washington sabía que si la guerra no terminaba pronto, el descontento continuaría resintiéndose. Peores noticias llegaron de Francia, el aliado más importante de Estados Unidos. La guerra ejercía una fuerte presión sobre los fondos públicos franceses, lo que generaba indicios de que Francia podría intentar negociar pronto una paz precipitada, que sin duda resultaría poco favorable para los intereses de Estados Unidos.
En mayo de 1781, con estos y otros factores rondando su mente, Washington fue a Wethersfield, Connecticut, para consultar con Jean-Baptiste Donatien de Vimeur, conde de Rochambeau, cuyo ejército francés había desembarcado recientemente en Rhode Island. Washington sugirió un asalto combinado franco-americano a la ciudad de Nueva York, idea que Rochambeau aceptó. Las fuerzas aliadas apenas empezaban a sondear las defensas británicas cuando, el 14 de agosto, Washington recibió una noticia que lo cambió todo: 29 buques de guerra franceses al mando de François Joseph, conde de Grasse, habían zarpado de las Indias Occidentales y se disponían a entrar en la bahía de Chesapeake. Reconociendo esto como una oportunidad para destruir el poder británico en el Sur de una vez por todas, Washington abortó sus planes de atacar Manhattan y envió una carta a Lafayette, ordenándole mantener a Cornwallis confinado en Virginia costara lo que costara. El 19 de agosto, Washington dejó atrás a la mitad de su ejército para vigilar las Tierras Altas del Hudson y marchó hacia el sur con el resto de sus fuerzas, que incluían 3.000 soldados estadounidenses y 4.000 franceses.
A medida que se acercaba a la ciudad de Nueva York, Washington dividió su ejército en tres líneas paralelas, haciéndolas marchar a intervalos variables. Al mismo tiempo, envió a algunos hombres a Nueva Jersey para que comenzaran a levantar un campamento, como si se estuvieran preparando para atacar Staten Island. El general Clinton, confuso en cuanto a las intenciones de Washington, permaneció a la defensiva, y no se molestó en hostigar al ejército franco-americano a su paso. La falta de caballos hizo que el ejército avanzara lentamente, pero no obstante, progresó. El 30 de agosto estaba en Princeton, Nueva Jersey, y tres días después pasaba por la capital, Filadelfia. El 14 de septiembre, tras casi un mes de viaje, las tropas llegaron a Williamsburg, Virginia, poniendo fin a lo que se conoció como la «célebre marcha» de Washington.
El asedio
El almirante de Grasse había llegado a los cabos de Virginia el 26 de agosto, y rápidamente comenzó a desembarcar a sus hombres: 3.000 tropas francesas de las Indias Occidentales, que ahora se sumaban al ejército de Lafayette, cada vez más numeroso, de 7.000 hombres. De Grasse seguía anclado cerca cuando, en la mañana del 5 de septiembre, 19 buques británicos aparecieron en la entrada de la bahía de Chesapeake, al mando del almirante sir Thomas Graves. Los franceses salieron a su encuentro, lo que dio lugar a un enfrentamiento naval llamado la batalla de la Bahía de Chesapeake, durante el cual los barcos británicos sufrieron graves daños. Tras la batalla, la maltrecha flota de Graves continuó merodeando frente a la costa de Virginia hasta que de Grasse se vio reforzada por nuevos buques el 10 de septiembre, lo que obligó a los navíos británicos a volver a Nueva York para ser reparados. Los franceses permanecieron en control de Chesapeake, frustrando toda esperanza de que Cornwallis pudiera ser reabastecido o evacuado por mar.
Incluso cuando el sonido de los cañones de los barcos resonaba a través de Chesapeake, Cornwallis se preparaba desesperadamente para el asedio que sabía que se avecinaba. Yorktown se asentaba sobre una meseta baja que dominaba el río York, con pantanos tanto al noroeste como al sur. Los británicos habían trabajado duro construyendo dos líneas de defensa; la exterior consistía en tres reductos en una elevación cubierta de pinos llamada Pigeon Hill junto con otro fuerte, llamado el Reducto La Estrella, en el noroeste a lo largo de la orilla del río. La línea defensiva interior estaba a sólo 275 metros (300 yardas) de Yorktown, y consistía en una serie de trincheras y reductos. Todavía se trabajaba en estas fortificaciones interiores cuando, la noche del 28 de septiembre, llegaron los primeros elementos del ejército de Washington y acamparon a las afueras de Yorktown. Cornwallis, que no quería dispersar demasiado a sus tropas, abandonó los reductos de Pigeon Hill y retiró a sus hombres a la línea defensiva interior. Día y noche, el trabajo en estas trincheras continuó, tanto por parte de los soldados como de cientos de esclavos fugitivos, quienes llegaron a Yorktown con la esperanza de que los británicos (que hundían grandes barcos en el río York para dificultar un desembarco anfibio franco-americano) les dieran la libertad.
Después de esta oleada de actividad, los británicos no hicieron nada durante gran parte de las dos semanas siguientes, un movimiento que dejó perplejo a Washington, refiriéndose a la conducta de Cornwallis como «pasiva más allá de lo concebible» (Middlekauff, 586). Los aliados no mostrarían tal pasividad. Las piezas de artillería fueron transportadas por el río James, descargadas y transportadas hasta Yorktown, mientras las tropas aliadas ocupaban los reductos abandonados de Pigeon Hill. Desde allí, los zapadores estadounidenses empezaron rápidamente a cavar trincheras hacia las líneas enemigas. Los combates más intensos comenzaron el 30 de septiembre, cuando las tropas francesas asaltaron el Reducto La Estrella (la única parte de la línea exterior que Cornwallis no había abandonado), y fueron repugnadas. El 3 de octubre, la Legión de Tarleton se disponía para buscar alimento cuando se topó con la Legión de Lauzun en Gloucester Point. Tarleton resultó herido en la operación, y 50 de sus hombres murieron o resultaron heridos.
Salvas de cañonazos
El 6 de octubre, las trincheras excavadas por los zapadores estadounidenses eran lo suficientemente largas como para que los aliados abrieran su primer paralelo. En medio de una tormentosa oscuridad nocturna, los estadounidenses excavaron la trinchera con palas y picos, construyendo finalmente una de 12 km (4.000 pies) anclada por reductos en cada extremo, que se encontraba a sólo 548 metros (600 yardas) de la línea británica. Los británicos respondieron a esta amenaza con un cañoneo ineficaz que fue rebatido el 9 de octubre, cuando todos los cañones franco-americanos estaban listos. Los cañones franceses abrieron fuego a las 3 de la tarde, y los estadounidenses hicieron lo propio dos horas más tarde, con el mismo Washington disparando el primer cañón estadounidense. El bombardeo aliado duró toda la noche. A la mañana siguiente, todos los cañones del flanco izquierdo británico habían quedado fuera de servicio.
Los británicos se vieron obligados a sacrificar a cientos de sus caballos por falta de comida que darles.
Bajo la protección del fuego de su artillería, los franco-americanos iniciaron la construcción de su segundo paralelo el 11 de octubre, mientras los cañones mantenían su incesante fuego. Los soldados británicos se vieron reducidos a mantenerse agazapados en sus trincheras, mientras que los civiles, aterrorizados, corrían a cobijarse en refugios improvisados en la orilla del río. Incluso lord Cornwallis se vio obligado a refugiarse durante un tiempo en una cueva subterránea. Un oficial británico recordaría más tarde que el bombardeo de la artillería hizo que pareciera «como si los cielos fueran a partirse», mientras que las calles pronto se llenaron de cadáveres «a los que les habían arrancado la cabeza, los brazos y las piernas» (Chernow, 162). La situación se agravó por el hecho de que la única comida disponible para los británicos eran raciones de «carne putrefacta y galletas con gusanos» (Middlekauff, 589). El consumo de estos alimentos sólo provocó enfermedades que se extendieron rápidamente por todo el ejército defensor. Finalmente, los británicos se vieron obligados a sacrificar a cientos de sus caballos por falta de comida que darles. Para Cornwallis y sus hombres, la perspectiva de victoria era cada vez menor.
Asalto a los reductos
El 14 de octubre, los aliados completaron su segundo paralelo, a menos de 300 metros de la línea británica. Esa misma noche, lanzaron dos asaltos simultáneos contra los reductos británicos más cercanos, bautizados como nº 9 y nº 10; los franceses debían atacar el nº 9, mientras que los estadounidenses asaltaban el nº 10. Poco después del anochecer, con las bayonetas caladas, los soldados aliados atravesaron silenciosamente los 400 metros (0,25 millas) de tierra de nadie mientras ráfagas de fuego de artillería coloreaban un cielo por lo demás oscuro. 400 soldados franceses al mando del conde Deux-Ponts casi habían llegado al Reducto nº 9 cuando un soldado hesiano (un auxiliar mercenario alemán) les llamó, exigiéndoles que se identificaran. Descubierta su tapadera, los franceses se lanzaron al asalto, pero fueron recibidos con una lluvia de disparos de mosquete de los 120 defensores británicos y alemanes. El asalto se vio ralentizado por el fuerte terraplén del reducto, y los franceses sufrieron numerosas bajas. Sin embargo, una vez que lograron abrirse paso, apresaron rápidamente el reducto.
Exactamente al mismo tiempo, el coronel Alexander Hamilton dirigió a 400 soldados estadounidenses hacia el Reducto nº 10, defendido por sólo 77 soldados británicos y alemanes. Esta guarnición no se dio cuenta de nada hasta que los americanos estuvieron prácticamente encima de ellos. Con un gran grito de guerra, los estadounidenses atravesaron el terraplén (mucho más débil que el que los franceses habían enfrentado en el Reducto nº 9), e irrumpieron en el reducto. En diez minutos, la guarnición se había rendido y el Reducto nº 10 había caído. La captura de estos reductos proporcionó a los aliados una excelente plataforma desde la que podían asaltar las últimas trincheras británicas antes de avanzar hacia el propio Yorktown. A los británicos se les acababa el tiempo.
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A la mañana siguiente, el 15 de octubre, Washington trasladó su artillería a los reductos, lo que no hizo sino intensificar el efecto del cañoneo aliado a tan corta distancia. Esa noche, fueron los británicos quienes lanzaron un ataque por sorpresa. El coronel británico Robert Abercromby y 350 hombres se acercaron sigilosamente a las líneas aliadas al amparo de la oscuridad. Abercromby dirigió la carga hacia las trincheras, gritando: «¡Adelante, mis valientes muchachos, y despellejad a los bastardos!». (Boatner, 1245). Los británicos consiguieron rematar seis cañones antes de retroceder por un contraataque francés y obligados a regresar a Yorktown. El asalto, aunque sin duda dramático, no tuvo un impacto duradero, ya que los seis cañones se repararon a la mañana siguiente. El asalto de Abercromby iba a ser en la guerra uno de los últimos momentos de gloria para los británicos.
Cornwallis se rinde
El 16 de octubre, el cañoneo aliado no había cesado. Cornwallis se dio cuenta de que no podría resistir mucho más y empezó a preparar la evacuación de su ejército a través del río York hasta Gloucester. Consiguió hacer cruzar en transportes a 1.000 soldados cuando se desató una repentina borrasca que hizo imposible el traslado de más hombres, quedándose los británicos sin opciones. En la mañana del 17 de octubre, un tambor británico se acercó a las líneas francesas y americanas portando una bandera de tregua y una propuesta de rendición. Al día siguiente, se sentaron a negociar los términos de la rendición. El teniente coronel John Laurens representó a los estadounidenses, el marqués de Noailles a los franceses y el teniente coronel Thomas Dundas y el mayor Alexander Ross a los británicos.
Los términos se firmaron poco antes del mediodía del día siguiente, el 19 de octubre. Cornwallis, alegando enfermedad, no asistió a la ceremonia de rendición y envió a su segundo al mando, el general Charles O'Hara, a rendirse en su lugar. Al principio, O'Hara intentó ofrecer su espada a Rochambeau, pero el general francés negó con la cabeza e hizo un gesto a Washington; cuando O'Hara se acercó a Washington, el virginiano hizo un gesto similar a su propio segundo al mando, el general de división Benjamin Lincoln, que aceptó la espada de O'Hara. A continuación, los soldados británicos marcharon fuera de Yorktown. Se les habían negado los honores de guerra, pero aún así lucían resplandecientes con sus nuevos uniformes, expedidos sólo unas horas antes. A su paso entre los victoriosos ejércitos estadounidense y francés, algunas tropas británicas lloraban mientras otras estaban claramente borrachas; algunos soldados arrojaron temerariamente sus mosquetes, con la intención de destrozarlos antes que verlos caer en manos enemigas. Según la leyenda, mientras los soldados derrotados marchaban solemnemente fuera de Yorktown, las bandas militares británicas entonaron una melodía llamada «El mundo al revés».
Durante todo el asedio, murieron o resultaron heridos unos 400 soldados franceses y estadounidenses, mientras que las bajas británicas y alemanas ascendieron a unos 600 muertos y heridos, y aproximadamente 7.600 se rindieron. Cornwallis y sus oficiales, que habían sido invitados a cenar con los oficiales estadounidenses y franceses la noche de la rendición, fueron finalmente puestos en libertad condicional, y muchos oficiales británicos destacaron la cortesía mostrada hacia ellos. Aunque inmediatamente quedó claro que el asedio de Yorktown había sido una importante victoria estadounidense, no significaba necesariamente el fin de la lucha. Clinton seguía en Nueva York con su ejército, y los británicos mantenían una fuerte presencia militar en Charleston (Canadá) y las Indias Occidentales, bases desde las que podrían haber lanzado nuevas ofensivas. Pero el cansancio de la guerra ya estaba aumentando en el Parlamento, y la derrota en Yorktown resultó ser la gota que colmó el vaso. A principios de 1782, el primer ministro lord North y su gabinete dimitieron después de que la Cámara de los Comunes aprobara una moción de censura, con lo que el nuevo gabinete inició las negociaciones de paz que finalmente desembocaron en el Tratado de París de 1783, poniendo fin a la guerra. Aunque siguieron produciéndose escaramuzas menores, el asedio de Yorktown fue la última batalla significativa de la guerra, consolidando su legado como uno de los combates más importantes de la historia de los Estados Unidos.
El Asedio de Yorktown se libró del 28 de septiembre al 19 de octubre de 1781 y fue la última gran operación militar de la Guerra de Independencia de los Estados Unidos.
¿Por qué fue importante el Asedio de Yorktown?
El Asedio de Yorktown fue importante porque se trató de la última gran batalla de la Guerra de Independencia. El resultado fue la rendición de lord Cornwallis y casi 8.000 soldados británicos. Las noticias de la batalla convencieron al gobierno británico para que empezara a negociar la paz con Estados Unidos.
¿Quién lideró la lucha en el Asedio de Yorktown?
Soldados británicos y sus auxiliares alemanes, que estaban sitiados en la ciudad contra tropas estadounidenses y francesas que la asediaban, libraron el Asedio de Yorktown. Los británicos estaban dirigidos por lord Charles Cornwallis, mientras que los estadounidenses por George Washington y los franceses por el conde de Rochambeau.
Nativa española licenciada en Filología Inglesa (Estudios Ingleses) y Máster en Traducción Especializada con experiencia en la traducción de artículos divulgativos del inglés al español europeo en un entorno virtual (medios digitales). Interesada en las antiguas civilizaciones, la edad media y la historia de Gran Bretaña y Estados Unidos. Su lema es «La traducción es un puente hacia la comunicación y el entendimiento global».
Mark, H. W. (2024, septiembre 05). Asedio de Yorktown [Siege of Yorktown].
(S. Campos, Traductor). World History Encyclopedia. Recuperado de https://www.worldhistory.org/trans/es/2-2532/asedio-de-yorktown/
Estilo Chicago
Mark, Harrison W.. "Asedio de Yorktown."
Traducido por Silvia Campos. World History Encyclopedia. Última modificación septiembre 05, 2024.
https://www.worldhistory.org/trans/es/2-2532/asedio-de-yorktown/.
Estilo MLA
Mark, Harrison W.. "Asedio de Yorktown."
Traducido por Silvia Campos. World History Encyclopedia. World History Encyclopedia, 05 sep 2024. Web. 12 dic 2024.
Licencia y derechos de autor
Escrito por Harrison W. Mark, publicado el 05 septiembre 2024. El titular de los derechos de autor publicó este contenido bajo la siguiente licencia: Creative Commons Attribution-NonCommercial-ShareAlike. Por favor, ten en cuenta que el contenido vinculado con esta página puede tener términos de licencia diferentes.