La historia advierte de las consecuencias de actuar con ira: no importa cuánto lo lamente uno después porque lo hecho, hecho está.
Había una vez un campamento y, dentro de una de las cabañas, una pequeña que chillaba; estaba enfadada por algo. Su madre hizo todo lo posible para que la chiquilla parase; pero, al final, la madre se enfadó, así que abrió la puerta de la cabaña, echó a la chiquilla a empujones y dijo:
—Fantasma, ¡llévate a esta cría!
Un fantasma debía de andar por allí cerca de la puerta, puesto que, cuando la madre echó a la chiquilla, algo la recogió. En cuanto la echó, la cría dejó de chillar. Al cabo de un rato, la madre salió y, cuando no consiguió encontrar a su hija, fue de una cabaña a otra, llorando y buscándola. El que se llevó a la chiquilla era un fantasma joven y, en el lugar del que procedía ese fantasma joven, había un fantasma anciano. El joven condujo a la niña hasta el anciano y le dijo:
—Aquí tienes tu comida.
Por la mañana, el fantasma anciano le dijo a la pequeña:
—Vete por leña.
La pequeña salió y juntó leña seca. Un pajarillo se acercó a ella volando y le dijo:
—¡Vas a llevar esa leña para ti! —Quería decir que la iban a usar para cocinarla a ella.
La pequeña subió la leña a la cabaña y el fantasma anciano, al ver lo que traía, le dijo:
—Ese no es el tipo de leña que quiero. —Y mandó a la chiquilla por más.
De nuevo, el pajarillo le dijo:
—¡Vas a llevar esa leña para ti!
La pequeña subió la leña a la cabaña y, de nuevo, al fantasma anciano le pareció que no estaba bien y la mandó por otra distinta. Fue una tercera vez y, de nuevo, el pajarillo le habló. Volvieron a mandarla una cuarta vez. El pajarillo se acercó a ella volando y le dijo:
—Esta vez es la última; cuando regreses, te cocinarán.
La niña le contestó:
—No sirve de nada que me lo cuentes; el fantasma grande me tiene en su poder y yo no puedo ayudarme a mí misma. ¿Me puedes ayudar tú?
El pájaro le respondió:
—Sí que puedo ayudarte. Mira, aquí mismo hay una peña. Te llevaré hasta allí y, cuando llegues, debes decir ante la puerta de la roca: «Abuelo mío, he venido en busca de protección; padre mío, he venido en busca de protección; hermano mío, he venido en busca de protección; esposo mío, he venido en busca de protección». Esto hay que decirlo ante la puerta. Te llevaré hasta allí. Hay una piedra grande apoyada en la peña: esa es la puerta.
El pájaro le pidió que le pusiese una mano en cada hombro y, volando cerca del suelo, la transportó hasta la peña. Cuando llegaron, la niña repitió lo que el pájaro le había indicado. El pájaro le dijo:
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—Coloca la mano sobre la roca y empújala hacia un lado.
Fue lo que hizo ella, así que entró y vio a un anciano allí sentado. Este le dijo:
—Entra, nieta mía. Sé que has venido hasta mí en busca de protección.
Cuando el fantasma anciano echó en falta a la niña, salió y la siguió. Sabía que ella había ido a la peña. Al acercarse, comenzó a ulular como un búho y, cuando ululó, tembló el suelo. Cuatro veces ululó y, cada una de las veces, el suelo tembló. Cuando la niña oyó al fantasma, se asustó y corrió de un lado a otro dentro de la cabaña intentando esconderse; pero su abuelo le indicó que se estuviese tranquila y que no se asustase. Después de ulular cuatro veces, el fantasma se aproximó a la roca. Se quedó esperando delante de la puerta y dijo:
—¡Sacad mi carne! Si no lo hacéis, tendré que entrar por ella. —Cuatro veces lo dijo.
El anciano le contestó:
—Entra y sácala tú.
El fantasma le dijo:
—Abre la puerta para que pueda entrar.
Después de que se lo hubiese pedido cuatro veces, el anciano se levantó y abrió la puerta de un tirón justo lo suficiente para que el fantasma metiese la cabeza, así que, cuando el fantasma hubo metido la cabeza, el anciano dejó que la puerta se cerrase de golpe y le cercenase la cabeza al fantasma para que cayese en el suelo de dentro. El anciano la recogió, la arrojó fuera de la cabaña y le dijo a la niña:
—Trae leña seca y échala encima de la cabeza.
Después de que ella hubiese hecho un montoncito encima, el anciano le prendió fuego; luego arrojó el cuerpo del fantasma a la hoguera, le entregó un palo a la niña y le dijo:
—Mira, si algo sale rodando, no lo toques con la mano, sino que lo vuelves a meter en la hoguera con este palo.
Después de que él hubiese encendido la hoguera, la cabeza y el cuerpo se resquebrajaron y trozos de sílex y abalorios antiguos salieron rodando. La pequeña quiso recogerlos, pero el anciano le dijo:
—No, mételos en la hoguera.
Contemplaron la hoguera hasta que el fantasma se pulverizó del todo.
Cuando la niña cumplió diecisiete años, el anciano le dijo que podía regresar a su aldea. La vistió de hombre; le hizo una túnica que pintó con pintura roja india; y también le pintó las calzas y los mocasines de rojo. Le hizo un arco de trueno y le puso unas colas de búfalo en los talones de los mocasines. Luego le ató la piel de un búho de madriguera en la frente. Así pues, quedó vestida de contrario.
Cuando estuvo lista para partir, el hombre anciano le entregó un visón vivo y le indicó que se lo pusiese bajo la ropa, sobre el pecho. Le dijo:
—Debes pasar de largo cuatro aldeas; no te pares en ninguna de ellas; te llamarán a gritos, pero sigue de largo. Después, hallarás una única cabaña. Entra y alójate allí, puesto que, a esas alturas, estará anocheciendo. En esa cabaña, hallarás a una anciana que tiene mucho poder; intenta matar a todos los que llegan a su cabaña. Cuando hayas entrado, hervirá un caldero de sesos con harina para que te los comas. Los sesos serán los de alguien a quien haya matado. Te entregará un cuenco de esto con una cuchara de cuerno, pero no debes comértelo. Dáselo al visón. Luego te cocinará carne de búfalo: cómetela.
Antes de que la niña lo dejase, el anciano le indicó que, cuando se quedase en la cabaña de esta anciana, no debía dormir. Le dijo:
—Si duermes, intentará matarte; pero, si sí que te quedas dormida, mantén al visón bien pegado al cuello y él te servirá de guardián. Una vez que ella crea que estás dormida, empezará a rascarse la pierna y la pierna se le hinchará; luego utilizará la pierna de garrote y te golpeará en la cabeza con ella.
Al pasar la niña por la primera aldea a la que llegó en su viaje, las mujeres la llamaron a gritos:
—Ven a alojarte aquí, jovencito. —Pero ella no les prestó atención. Cuando las mujeres se percataron de que no les prestaba atención, le gritaron—: ¡Caminas como una mujer!
Esto sucedió en cada una de las cuatro aldeas.
Justo al anochecer, llegó a la cima de una colina y, abajo en el valle, vio una cabaña solitaria. La anciana salió y le dijo:
—Baja, nieta mía. —Y la tomó de la mano y la condujo al interior de la cabaña.
La niña colgó su arco de trueno en la rama de un árbol; luego entró y vio que todo tenía muy buen aspecto dentro de la cabaña. La anciana le dijo:
—Mi nieta debe de tener hambre; te cocinaré unas gachas. —Así que puso los sesos al fuego en una olla.
Cuando se hubieron cocinado, le entregó un cuenco generoso y una cuchara, pero la niña se lo dio de comer al visón. La anciana le dijo:
—Mi nieta debe de tener hambre. —Y empezó a hervirle carne de búfalo y la niña se la comió.
Al cabo de un rato, la anciana le preguntó a la niña si tenía sueño. Ella le contestó:
—Sí, me gustaría irme a dormir. —Y se tumbó con el visón bien pegado a su garganta.
La anciana le dijo:
—Me quedaré despierta atendiendo el fuego para que no se apague y estés calentita.
La niña fingía que dormía y roncaba, así que vio que la anciana se ponía de pie cerca del fuego y empezaba a rascarse la pierna. Esta empezó a ponerse más grande y la anciana gateó hasta donde estaba la niña acostada y alzó la pierna para golpearla con ella; pero, justo cuando la sostenía sobre su cabeza, la niña sacó el visón. Este agarró la pierna de la mujer y le arrancó un trozo de carne. La anciana exclamó:
—Me has matado. —Y se cayó al suelo; luego empezó a llorar y le dijo—: Tienes una gran fuerza espiritual.
La niña se puso de pie de un salto y salió y, al hacerlo, tomó un tizón encendido y le prendió fuego a la cabaña. Recogió su arco de trueno y emprendió la marcha en dirección al campamento.
Viajó toda la noche y, al día siguiente, llegó a la aldea grande. Allí se quedó en lo alto de la colina con su arco de trueno y toda la aldea salió a ver al extraño joven. Dos jóvenes se acercaron a ella y le dijeron:
—¿De dónde saliste tú?
Ella les respondió:
—Esta es mi aldea; he estado fuera mucho tiempo y he regresado.
Así pues, la llevaron al centro del campamento y llamaron a un anciano para que anunciase que un joven que pertenecía a la aldea había llegado. El anciano convocó a toda la aldea y todos se allegaron a examinarla. Nadie sabía quién era. Al final, le preguntaron quién era su familia.
Ella agachó la cabeza, puesto que la avergonzó recordar que su madre la había echado de su cabaña. Dijo que era la niña a la que había expulsado de la cabaña su madre y había secuestrado el fantasma. Entonces todos la reconocieron y los suyos la llevaron a su cabaña.