La isla de Skye, en Escocia, es una tierra de mitos, leyendas y remolinos de bruma que transporta inmediatamente al visitante a otra época. Su historia se remonta al Neolítico y ha sido el escenario de muchos sucesos relevantes, pero lo primero que siempre se me viene a la cabeza cuando pienso en Skye es el lugar que ocupa en las leyendas escocesas.
Un mes de abril, mi mujer, Betsy, mi hija, Emily, y yo viajamos de Edimburgo a Inverness para pasar allí unos días y acercarnos a Skye el fin de semana. Después de visitar el castillo de Eilean Donan, cruzamos el puente de Skye, donde nos alojaríamos en el hotel Eilean Iarmain, en la punta de la península de Sleat (a la que llaman el jardín de Skye), en la parte sur de la isla. El hotel no estaba lejos de las ciudades de las Tierras Altas que acabábamos de dejar atrás, pero parecía aislado de ellas por las hebras de tiempo y bruma que se enrollaban con parsimonia.
Desde el puente y al son de The Skye Boat Song (literalmente, ‘la canción del barco a Skye’, que quizás conozcas por la serie de televisión Outlander), bajamos serpenteando por una carretera estrecha que, a través de brezales silvestres y colinas rocosas, nos adentró en un valle sembrado de peñas, con ovejas en lontananza. Después de pasar por un antiguo puente de piedra, llegamos a Eilean Iarmain, una aldea de edificios encalados del siglo XIX y con el techo de pizarra que se encuentra al borde del mar en el mismísimo confín del mundo. Aquí tenían todo lo necesario: una galería de arte; una destilería y una tienda de whiskies; un pub con una comida excelente y unas pintas gloriosas; una tiendecita de ropa; y el puerto de Ornsay, tumbado apaciblemente bajo la protección de las montañas.
Las Clearances
El hotel de la aldea, una antigua posada, data de 1888. Por estas fechas, Skye ya habría perdido a buena parte de su población a raíz de las Clearances (en inglés, ‘desplazamientos forzosos de personas’) de las Tierras Altas escocesas. Así se denomina el proceso histórico que se puso en marcha cuando los terratenientes decidieron expulsar a sus arrendatarios (conocidos como crofters, ‘minifundistas’) de las tierras que habían trabajado durante generaciones para convertir los campos de cultivo en pastos para las ovejas. Todo con la intención de ganar aún más dinero. Ante la creciente demanda de lana y carne de ovino, los terratenientes se habían dado cuenta de que podrían obtener pingües beneficios si pasaban a invertir sus recursos en la cría de ovejas, en vez de en las actividades agrícolas tradicionales de las Tierras Altas. Esta práctica les vino muy bien a los terratenientes, pero no a los arrendatarios. Se calcula que unos 20.000 minifundistas abandonaron Skye solo en el año 1775.
LA CRÍA DE OVEJAS Y EL TURISMO SE CONVIRTIERON EN LOS PILARES DE LA ECONOMÍA DE SKYE PORQUE LA GENTE QUE NECESITABA DESCONECTAR DE LA VIDA EN LA CIUDAD SE SENTÍA ATRAÍDA POR SU IMPRESIONANTE PAISAJE.
Las Clearances se volvieron más intensas y generalizadas tras la derrota jacobita a manos de las fuerzas británicas (no solo inglesas) en la batalla de Culloden, cerca de Inverness, en 1746. Contrariamente a la creencia popular, el Gobierno británico no estableció las Clearances como castigo por el alzamiento jacobita: esta práctica, que llevaba vigente casi 50 años antes de Culloden, la instituyeron los terratenientes escoceses para maximizar los beneficios y minimizar los costes.
Después de Culloden, eso sí, los británicos se sirvieron de las Clearances para tratar de destruir la cultura de las Tierras Altas que había apoyado al príncipe Carlos Eduardo Estuardo, el Joven Pretendiente (conocido popularmente en inglés como Bonnie Prince Charlie), en la rebelión. No obstante, el tan manido relato de que surgieron como una política punitiva británica es un mito. Las Clearances continuaron de manera intermitente hasta la aprobación de la Ley del Minifundismo (Crofter’s Holding Act) de 1886, que ilegalizaba que se pudiese echar a los minifundistas de sus fincas (conocidas como crofts, 'minifundios'). Sin embargo, a estas alturas no solo se había ido de la isla la mayoría de los minifundistas (porque los habían expulsado o por iniciativa propia), sino que la cría de ovejas y el turismo se habían convertido en los pilares de la economía de Skye, pues la gente que necesitaba desconectar de la vida urbana se sentía atraída por sus maravillas naturales y su impresionante paisaje.
Eilean Iarmain se construyó poco después de la aprobación de esta ley con la intención de acoger a los turistas que cruzaban desde tierra firme para escapar de la vida moderna. El hotel actual conserva esa misma razón de ser en todos los sentidos, lo que se refleja en su decoración interior cómoda y acogedora, sus sillas mullidas, sus paneles de madera oscura y su iluminación dorada como de velas.
En cuanto nos registramos, Betsy quiso salir a explorar los restos de una pequeña embarcación aprovechando la marea baja y, mientras caminaba, parecía que la niebla la iba engullendo poco a poco. Esto habría sido un tanto inquietante si a Skye no la llamasen la isla de la bruma: muchas veces da la impresión de que las personas y los objetos existen y se extinguen como una luz que parpadea. Después de todo, Skye es el escenario de varios acontecimientos místicos que podrían sonarle a ficción a un visitante, pero que, para los vecinos, son parte de su historia. Entre ellos está el cuento de la princesa de las hadas que se casó con un jefe del clan MacLeod, pero con el que solo se pudo quedar un año y un día antes de regresar a su tierra desvaneciéndose en la bruma. Dejó tras de sí la bandera de las hadas, que se cree que ha salvado a los MacLeod de varios desastres a lo largo de su historia.
Es fácil imaginarse a la princesa de las hadas caminando entre la bruma hasta abrirse paso a otro mundo y perderse en él. Estas brumas silenciosas empiezan a cernerse hacia el anochecer y transforman el panorama. Aquí, como por toda Escocia, puedes encontrarte las ruinas perdidas de una vieja casa de labranza, una iglesia o un castillo. Aquí, como en otros lugares de las Tierras Altas, hay aldeas enteras que quedaron completamente abandonadas durante las Clearances, pero las brumas de Skye las levantan del suelo hasta que parecen flotar en el aire o, incluso, desvanecerse ante los ojos.
Desde nuestro hotel, carretera abajo, están las ruinas del castillo de Knock, del siglo XV, que nosotros visitamos a última hora de la tarde. El castillo está abandonado y sus derruidos muros, que emergen de un afloramiento rocoso en una colina, dan a una cala. Requiere un poco de esfuerzo llegar a él caminando desde el aparcamiento de la destilería Torabhaig. Se dice que el castillo de Knock está encantado y que lo ronda un espíritu doméstico conocido como la dama verde del clan MacDonald (los que construyeron la fortaleza), así como un espíritu de la tierra que, en su día, veló por el ganado y los campos del clan. Cuando nos aproximamos por primera vez al castillo flotando en la bruma, no me costó creer en cualquiera de los dos.
El castillo de Armadale
El castillo de Knock a la luz del crepúsculo, con su silueta recortada contra el agua, parece una escena propia del ciclo artúrico. No obstante, como está totalmente en ruinas, hay que andarse con ojo si se visita. Un sitio cercano mucho más seguro es el castillo de Armadale, del que quedan unas impresionantes ruinas del siglo XIX. Fue la última residencia del clan MacDonald y aquí se casó Flora MacDonald, famosa por rescatar al príncipe Carlos Eduardo Estuardo tras la batalla de Culloden. El castillo forma parte del conjunto monumental Castillo, Jardines y Museo de las Islas de Armadale, que también ofrece al público alojamiento, un centro de congresos, una excelente cafetería ubicada en los antiguos establos y un museo fascinante.
Ya solo por el castillo de Armadale merece la pena visitar Skye. La casa señorial del siglo XIX se alza en ruinas junto al mar, mientras que sus altas ventanas se asoman vacías a un interior de árboles torcidos, con una vegetación en expansión. Una plaquita en el exterior de las ruinas muestra el gran salón (que es donde se encontraría el visitante) en todo su esplendor antes de que el edificio se incendiase y quedase abandonado. No se puede entrar en el castillo, pero no importa: dentro no hay nada interesante que no se pueda ver fácilmente por los huecos de las puertas y las ventanas.
Un amplio césped de un verde intenso se extiende desde la fachada del castillo hasta la costa. Las gaviotas se lanzan en picado y caminan sacando pecho como funámbulos por la orilla mientras las barcas avanzan lentamente mar adentro. A lo lejos, la tierra firme parece planear en el aire envuelta en neblina como si fuese un espejismo. Cambio de escena: uno puede volver caminando a los jardines por detrás del castillo y subir la colina hasta el museo, donde hará otro tipo de viaje al pasado completamente distinto, pero también maravilloso.
Los MacDonald siguen vinculados al lugar, aunque, como a cualquiera de los clanes de las Tierras Altas, les costó mucho trabajo conservar sus tierras solariegas durante todo el período de las Clearances. Sin embargo, como los escoceses son una gente que sabe sobreponerse a la adversidad, muchos descendientes de los que zarparon hacia Norteamérica, Nueva Zelanda y tantos otros destinos han regresado con el tiempo. Los hay que hoy viven en las tierras de sus antepasados o cerca de ellas.
El hotel Sligachan y el puente de las hadas
A la mañana siguiente, viajamos hacia el norte en dirección al castillo de Dunvegan, un atractivo turístico muy popular que es, además, la casa solariega del clan MacLeod, enemigos seculares de los MacDonald. Hace falta un par de días para visitar Skye, aunque, lógicamente, cuantos más mejor. Hay tantas cosas que ver (y en tantas merece la pena pararse largo y tendido en cada uno de sus rincones) que uno podría pasarse un mes entero en esta preciosa isla y no llegar a disfrutar todo su catálogo de experiencias.
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EL PUENTE VIEJO DE SLIGACHAN TAMBIÉN SE CONOCE COMO EL "PUENTE DE LAS HADAS" PORQUE LAS AGUAS QUE PASAN POR DEBAJO SON EL HOGAR DE LA "GENTE MENUDA", O SEA, DE LAS HADAS
De camino a Dunvegan, paramos en la localidad de Sligachan para ver la cordillera de las Cuillin Negras y visitar la Cuillin Brewery, la fábrica de cerveza del hotel Sligachan. Entre sus muchas cervezas selectas están la Red Cuillin (roja) y la Black Cuillin (negra), llamadas así en honor de las dos cordilleras cercanas. Ambas excelentes, se saborean mejor a temperatura ambiente o ligeramente frescas. La fábrica de cerveza está en el hotel Sligachan, cuyo bar bistró Mackenzie’s sirve desayunos, comidas y cenas. En el menú hay opciones vegetarianas y veganas (una hamburguesa de falafel o un chili vegano), así como todo lo que un carnívoro podría pedir, como solomillo o hamburguesas. Su café es delicioso. No sería mala idea dejar un hueco para el postre porque la carta incluye pudin de tofe, tarta de queso y crujiente de manzana, todo riquísimo. El bar Seumas’, también en el hotel, ofrece comida británica más tradicional (la típica de pub) y tiene más de 400 whiskies de malta distintos, aunque no es muy recomendable probarlos todos de una sentada.
Cerca del hotel está el puente viejo de Sligachan, que, aparte de bonito, es el ejemplo perfecto de por qué hay que conocer la historia y la mitología de Skye (y de Escocia en general) antes de visitar la isla: la construcción también se conoce como el puente de las hadas porque las aguas que pasan por debajo son el hogar de la "gente menuda", o sea, de las hadas. Tanto las aguas como sus habitantes místicos tienen un papel en la leyenda del gran héroe escocés Cú Chulainn y de su batalla con la bruja guerrera Scáthach.
Hay varias versiones del cuento, pero, en una de ellas, Cú Chulainn llega a Skye para poner a prueba sus habilidades contra la invencible Scáthach. Los dos empiezan a luchar y la batalla se prolonga durante todo el día; mientras, la isla entera tiembla. La hija de Scáthach, consciente de la fuerza y la habilidad de Cú Chulainn, huye, se cae al suelo y rompe a llorar porque teme por la vida de su madre. Cuando las hadas sienten sus lágrimas y oyen sus llantos, la tranquilizan y le dicen que se lave la cara en el agua, pero sin hacer preguntas. En cuanto se la lava, comprende qué tiene que hacer para parar la batalla.
Vuelve a toda prisa al castillo de Dunscaith, su casa, y lanza a la chimenea las hierbas y los frutos secos que ha ido recogiendo. Después, atiza el fuego para que el humo llegue surcando el cielo hasta los dos guerreros, todavía enfrascados en el combate. Al oler el dulce aroma de las hierbas y los frutos secos, ambos se dan cuenta de que no han comido nada y de que están cansados por el sobresfuerzo. Siguen la estela del aroma hasta el castillo, donde la hija de Scáthach ha preparado un gran festín. Cú Chulainn acepta quedarse a comer bajo el techo de Scáthach, por lo que se convierte en su invitado. De este modo, de acuerdo con las leyes de la hospitalidad, ninguno de los dos puede tomar las armas contra el otro. Finalizada la comida, Cú Chulainn pasa a ser alumno de Scáthach, lo que, en la mayoría de las versiones, fue el motivo original por el que vino a Skye.
Según cuenta la leyenda, las hadas todavía viven en las aguas que pasan bajo el puente y conceden el don de la eterna belleza a cualquiera que siga a rajatabla estas sencillas reglas: primero, tumbarse en la orilla del arroyo y sumergir la cara en el agua (nada de llevarse el agua a la cara ni de salpicarla con las manos: hay que meter la cara en el agua); segundo, mantener la cara sumergida siete segundos enteros (puede que no parezca mucho tiempo, pero es que el agua está helada); y, tercero, pasados los siete segundos, dejar secar la cara al aire (aunque uno puede levantarse, nada de usar trapos ni toallas). Acto seguido, se le habrá concedido a la persona la eterna belleza.
Yo no hice el ritual ni tampoco Emily, pero Betsy sí. No puedo decir si funcionó o no porque, para mí, ella ya era eternamente bella antes de nuestra visita al arroyo de las hadas y me lo siguió pareciendo después.
El castillo de Dunvegan
Cuenta la leyenda que hay un ministro que se dedica a aparecerse por las carreteras de Sligachan al volante de un coche fantasma, un Austin Healy de 1934. A él no lo vimos ni tampoco su vehículo, pero quizás solo sea porque no pasea en coche hasta después del anochecer. Nos fuimos de Sligachan y condujimos una media hora en dirección a la costa y al castillo de Dunvegan, que está considerado como el castillo más antiguo del norte de Escocia habitado ininterrumpidamente. Los nórdicos fueron los primeros en ocupar la zona, donde construyeron una ciudadela que el clan MacLeod amplió hacia 1266. Con las sucesivas generaciones, las tierras y los edificios siguieron creciendo y desarrollándose. Aunque en conjunto el castillo actual data del siglo XVIII, algunas partes son, lógicamente, más antiguas.
Tanto el castillo como los jardines están abiertos al público y la verdad es que uno debería concederse un día entero para disfrutar con calma de todo lo que hay, pero no pudimos permitirnos ese lujo. Aunque en la visita autoguiada al castillo se ve todo tipo de objetos extraordinarios, asegúrate de hacer una parada en la vitrina de la bandera de las hadas, cuyo nombre en inglés es Fairy Flag. A unos los oí decir que la bandera no era para tanto, lo que me pareció un comentario muy poco inteligente. Si bien no puedo asegurar con rotundidad que las hadas existan, prefiero pecar de cauto y no hacer que se enfaden insultando su bandera. Otro objeto interesante es la copa de Dunvegan, un vaso de madera con adornos de plata que, según cuenta la leyenda, también fue un regalo de las hadas. Tampoco recomiendo insultar esa pieza.
Los jardines son espectaculares, aunque nos dijeron que todavía impresionan más en verano. Los visitantes deambulan por senderos laberínticos, cruzan puentes de piedra y rebasan cascadas, siempre en compañía del castillo y de la fragante brisa del mar. Cerca del aparcamiento hay una cafetería muy concurrida donde puedes pedir platos de cuchara, sándwiches, café y toda clase de aperitivos. Algunas personas estaban haciendo pícnic sentadas en los bancos de los jardines. Parecía divertido, pero, como íbamos otra vez escasos de tiempo y aún teníamos que conducir al sur, emprendimos nuestro viaje de regreso.
Conclusión
Al día siguiente, visitamos el ya mencionado castillo de Armadale, así como las ruinas del castillo de Dunscaith, que son igual de impresionantes. Si conoces la historia de Cú Chulainn y Scáthach, visitar Dunscaith es como adentrarse en un mito. Históricamente, el castillo lo construyeron los MacLeod en el siglo XIII, aunque lo tomaron después los MacDonald en el transcurso de las interminables guerras entre los dos clanes. El castillo quedó abandonado en el siglo XVII. Hoy sus ruinas, que se proyectan imponentes sobre el mar desde un afloramiento rocoso, son unas de las más pintorescas de Skye. No es de extrañar que el lugar diese origen al cuento de la bruja guerrera Scáthach o a cualquiera de los otros mitos relacionados con él. El castillo son unas ruinas abandonadas a merced de los elementos y carece de una exposición de objetos de museo; aun así, allí hay cosas de sobra que experimentar y sentir, por no hablar de las espectaculares vistas de las cordilleras de las Cuillin desde la orilla de enfrente.
Más tarde, tras enriquecer nuestro día con alguna exploración más, volvimos al hotel a relajarnos. Es fácil de entender por qué uno siente esa necesidad imperiosa de volver a Skye. El rumor de las olas, la fragancia del mar y las tonalidades de las colinas que despuntan a lo lejos (que van del verde al amarillo y del marrón al gris) le confieren a la isla una belleza etérea, aunque feroz. Ese mismo día al anochecer, mientras estaba sentado en la terraza del bar Am Pràban del hotel Eileen Iarmain con las gaviotas revoloteando y graznando sobre mi cabeza, una guitarra y un violín arrancaron a sonar al otro lado de las ventanas del pub cuando alguien se puso a cantar.
Se me vinieron a la mente imágenes del pasado, sobre todo, de las familias forzadas a marcharse de aquí y de las personas que jamás regresaron a sus hogares. Casi puedes verlos a todos justo delante de ti subiéndose a las barcas del puertecito; pero, entonces, parece que el viento cambia, la visión se disipa… y vuelves a estar en el presente oyendo a un hombre cantar mientras la melodía del violín se eleva por encima del ritmo vivaz de la guitarra.
Las brumas se desplazan lentamente por el puerto y van cubriendo con un velo las colinas de enfrente; después, se van acercando para tomarte de la mano e invitarte a recordar a las gentes del pasado en una especie de celebración… De repente, la música procedente de las luminosas ventanas del pub sonó más fuerte y yo decidí que iría a buscar a Betsy y a Emily para crear algún recuerdo más de la isla de la bruma brindando con una pinta y cantando una canción.
Soy una traductora autónoma del inglés e italiano al español especializada en los campos del turismo y la historia. A mis yayos y sus relatos del pasado les debo mi pasión por esta última.
Joshua J. Mark no sólo es cofundador de World History Encyclopedia, sino también es su director de contenido. Anteriormente fue profesor en el Marist College (Nueva York), donde enseñó historia, filosofía, literatura y escritura. Ha viajado a muchos lugares y vivió en Grecia y en Alemania.
Mark, Joshua J.. "Un fin de semana en la isla de Skye, Escocia."
Traducido por Eva Bruzos Bruyel. World History Encyclopedia. Última modificación junio 16, 2021.
https://www.worldhistory.org/trans/es/2-1782/un-fin-de-semana-en-la-isla-de-skye-escocia/.
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Mark, Joshua J.. "Un fin de semana en la isla de Skye, Escocia."
Traducido por Eva Bruzos Bruyel. World History Encyclopedia. World History Encyclopedia, 16 jun 2021. Web. 09 oct 2024.
Licencia y derechos de autor
Escrito por Joshua J. Mark, publicado el 16 junio 2021. El titular de los derechos de autor publicó este contenido bajo la siguiente licencia: Creative Commons Attribution-NonCommercial-ShareAlike. Por favor, ten en cuenta que el contenido vinculado con esta página puede tener términos de licencia diferentes.