El Homo Sapiens (“hombre sabio”), o los humanos modernos, son la única especie humana que todavía existe en la actualidad. A pesar de haber inventado innumerables formas de etiquetar el mundo que nos rodea, hasta ahora hemos hecho un trabajo sorprendentemente pobre al definirnos a nosotros mismos. Originándose en África, en algún lugar hace unos 200.000 años, una gran ola de nosotros se aventuró más allá de ese continente inicial hace unos 55.000 años, con nuestros característicos esqueletos delgados y cabezas grandes, uno pensaría que la historia es bastante clara.
Sin embargo, hay más de una forma de definir una especie, ‒por ejemplo, no solo biológicamente, sino también basándose en características morfológicas o en el ADN ‒ y los humanos modernos todavía están evolucionando y cambiando. El tamaño de nuestro cerebro, por ejemplo, se ha reducido en los últimos 20.000 años (algunas personas un poco más que otras). Genéticamente, no somos solo un Homo Sapiens al 100%: los humanos no africanos tienen en promedio alrededor del 2% de ADN neandertal, y también se sabe que nos hemos cruzado con al menos otra especie humana ahora extinta: los denisovanos. Los humanos modernos se extendieron por los confines del mundo y desarrollaron tecnologías y cultura que finalmente mostraron un pensamiento simbólico hace al menos 40.000 años. De una larga existencia como cazadores-recolectores, el eventual cambio a la agricultura ayudó a dar forma al mundo como lo conocemos hoy, con pueblos, ciudades y una población cada vez más grande que ahora amenaza con salir de las costuras del planeta.
Entonces, dado que la historia no es exactamente simple, cualquier definición también tendrá que extenderse más allá de unas pocas explicaciones.
Los orígenes de nuestra especie
El lugar donde los humanos modernos se desarrollaron desde sus antepasados hasta el punto en que se convirtieron en humanos reconociblemente modernos fue durante mucho tiempo una fuente de feroces disputas y discusiones. Inicialmente, África fue ignorada debido a la falta de evidencia fósil (que la hacía parecer un remanso arqueológico) a favor de modelos que favorecían otros lugares de origen, como los que apuntaban a un desarrollo en múltiples regiones simultáneamente o postulaban que los humanos modernos evolucionaron a partir de los neandertales (que no es el caso).
Sin embargo, gracias a los nuevos descubrimientos arqueológicos en las últimas décadas, mejores dataciones y evidencia genética, ha quedado claro que África es en realidad el lugar que alberga nuestro origen común. La opinión dominante hoy en día es que los humanos arcaicos, que generalmente se cree que son Homo heidelbergensis, que en sí mismo se desarrolló a partir del Homo erectus, evolucionaron gradualmente a Homo Sapiens hace aproximadamente 200.000 años, ya sea en África oriental o meridional. Los primeros signos del punto de referencia humano moderno de un cráneo alto y redondo aparecen en Omo Kibish (Omo 1) en Etiopía hace unos 195.000 años. Dentro de África misma, no éramos una especie aislada; se produjo cierto grado de mezcla con especies arcaicas, pero los detalles de esto aún no están claros.
Las primeras almas valientes conocidas de Homo Sapiens que se aventuraron más allá de África se encuentran en los sitios de Skhul y Qafzeh en Israel, donde los entierros datan de hace más de 100.000 años, y tal vez incluso hasta hace 130.000 años. Sin embargo, la(s) ola(s) principal(es) de humanos modernos que abandonaron África decidieron que necesitaban un poco más de tiempo de preparación para el mundo más allá, y esperaron hasta hace unos 55.000 años. Esta vez, un número mayor se extendió mucho más lejos que nunca. Eurasia oriental fue alcanzada por lo menos hace 40.000 años; Australia entre 53.000 y 41.000 años (aunque ahora parece ser otro grupo de humanos posiblemente de una migración anterior que ya llegó al norte de Australia hace 65.000 años); Europa, el último bastión de los neandertales, no se alcanzó sino hasta hace unos 45.000 años; y las Américas tardaron aún más, hasta hace unos 15.000-14.000 años.
A lo largo de nuestro viaje alrededor del mundo (no en 80 días, me imagino), el Homo Sapiens se encontró con otras especies humanas que los habían vencido al llegar primero a ciertas regiones y le habían puesto su sello. Curiosamente, algunos de estos, ciertamente al menos los neandertales y los denisovanos, también nos dejaron su sello: nos cruzamos con ellos, y tanto el ADN neandertal como el denisovano todavía son visibles en el ADN no africano hoy en día. Curiosamente, ésta no fue nuestra primera conexión con estas dos especies, ya que también compartimos un ancestro común con ellas desde hace unos 550.000-765.000 años. Entonces, en general, nuestra evolución obviamente no fue una sola línea recta, sino más bien como un rompecabezas frustrantemente difícil.
Los huesos desnudos
A pesar de las variaciones tanto cuando se trata de diferentes puntos en el tiempo, como de las diferencias entre los distintos rincones del planeta, los esqueletos humanos tienen un conjunto básico de características en común que nos diferencian de otras especies. Incluso los primeros miembros de nuestra especie tenían un esqueleto más delgado y sutil que nuestros predecesores más robustos, lo que, al extenderse a regiones más frías, significaba que éramos menos capaces de hacer frente a las bajas temperaturas, ya que nuestras construcciones más ligeras hacían que fuese más difícil retener el calor.
Afortunadamente, los humanos modernos también se caracterizan por tener cerebros muy grandes (en promedio 1.300 centímetros cúbicos), alojados en una caja cerebral más alta y redonda, lo que nos da frentes altas y verticales, que las que lucen otras especies humanas. Sin duda, esto nos ayudó tanto a usar el fuego a nuestro favor como a desarrollar ropa bastante útil para mantenernos calientes cuando lidiamos con temperaturas menos agradables al instante.
Después de que las primeras características claras vinculadas con esta forma de cráneo comenzaron a aparecer hace unos 200.000 años, en África, hace 150.000 años, los primeros cráneos modernos se sometieron a una remodelación básica de la forma del cráneo para que encajara con el patrón moderno. Otro punto de contraste con otros humanos primitivos es que casi no tenemos las cejas gruesas que muestran; tenemos un mentón bien definido y nuestros rostros están escondidos debajo de nuestros cerebros en lugar de sobresalir hacia adelante.
Estilo de vida
Los humanos modernos comenzaron como cazadores-recolectores, buscando y matando lo que necesitaban para sobrevivir y, cuando era necesario, moviéndose en busca de los recursos alimenticios disponibles. Desde hace unos 9.000 años y en adelante, el Neolítico vio el comienzo de la agricultura, que cambió toda la dinámica de las sociedades a un estilo de vida más sedentario, con la aparición de residencias permanentes por todas partes.
El uso y desarrollo de herramientas, cada vez más complicadas, fue y es esencial para la supervivencia del Homo Sapiens, desde nuestros inicios. Desde herramientas de escamas retocadas en la industria del Paleolítico Medio hasta las sofisticadas herramientas de hueso, asta y marfil, ‒incluyendo agujas de coser y lanzas‒ del Paleolítico tardío hasta herramientas agrícolas con la transición a la agricultura desde hace unos 9.000 años, los humanos modernos se volvieron cada vez más adaptables y versátiles. Por supuesto, se podría argumentar que, aunque ahora podemos crear herramientas complejas como el teléfono inteligente, nos hemos pegado tanto a estas pantallas que esto puede tener ciertos efectos secundarios
Además, el Homo Sapiens pasó de vivir inicialmente en refugios naturales como cuevas principalmente, a construir sus propias chozas con madera o incluso con huesos de mamut y, finalmente, pasó a formar asentamientos y ciudades a partir de una amplia gama de materiales. Sin embargo, los humanos modernos nunca hubieran llegado a este punto si no fuera por el fuego, cuyo uso más habitual ha existido desde hace al menos 400.000 años (por nuestros antepasados). También hay que mencionar el lenguaje, porque, aunque hoy en día apenas podemos mantener la boca cerrada, obviamente no empezó así. Debe haberse desarrollado en algún lugar durante nuestra existencia de cazadores-recolectores, pero el punto exacto resulta muy difícil de alcanzar.
El arte también ha existido durante siglos, con la evidencia más definitiva y generalizada del arte simbólico real que se originó en Europa hace al menos 40.000 años, con sus cuevas magníficamente pintadas como la cueva Chauvet y la cueva Lascaux.
La cuestión de la modernidad
Este arte forma parte del conjunto de características modernas que los humanos actuales tendemos a sentir que nos diferencia del resto del mundo que nos rodea. Pero, ¿en qué punto de nuestra historia evolutiva nos convertimos en humanos conductualmente modernos, y qué implica esto exactamente?
Aunque una definición universalmente aceptada es aparentemente demasiado para que se le ocurra a nuestros cerebros conductualmente modernos, un componente clave parece residir en nuestra capacidad para comunicarnos dentro de un mundo organizado simbólicamente y en el uso de símbolos en diferentes contextos sociales y económicos.
La pregunta "cuándo" es aún más difícil de responder. Este comportamiento, obviamente, no apareció de la noche a la mañana, en grupos de todo el Viejo Mundo, como si se hubiera accionado un interruptor universal. La modernidad consta de muchas características diferentes que aparecieron gradualmente a lo largo del tiempo y el espacio. Los entierros simbólicos asoman sus cabezas desde hace 115.000 años (la cueva Skhul, Israel), y el ocre rojo quizás se utilizó simbólicamente poco después. Hace 60.000 años la mayoría de los aspectos que asociamos con la modernidad habían aparecido, en distintos paquetes, entre los que se encuentran complejas herramientas, evidencia de rituales y tratamiento complejo de los muertos. Hace al menos 40.000 años, el comportamiento completamente moderno ‒ que incluye el arte figurativo, imágenes y señales rituales o míticas y artefactos como instrumentos musicales ‒ es visible en todo el Viejo Mundo.
Solía ser moderno atribuir cualquier tipo de comportamiento prehistórico, posiblemente simbólico, exclusivamente al Homo Sapiens, en lugar de, por ejemplo, a los neandertales, que existieron hasta hace 40.000-30.000 años aproximadamente. Sin embargo, está claro que ellos también mostraron al menos ciertos aspectos de la modernidad, y no tenemos forma de saber si los neandertales eventualmente se habrían convertido en técnicos que abrazarían un MacBook o no. El Homo Sapiens tiene el monopolio porque después, a más tardar, hace unos 30.000 años, éramos los únicos humanos que quedaban, aunque llevábamos pequeñas porciones de ADN de otros humanos con nosotros.