La política de apaciguamiento adoptada para aplacar las demandas de Adolf Hitler (1889-1945) relativas a la expansión territorial de la Alemania nazi fracasó con el inicio de la Segunda Guerra Mundial de 1939-45. Entre las razones por las que a lo largo de la década de 1930 Gran Bretaña y Francia aplicaron esta política se encuentran el sentimiento de horror de que se repitiera la Primera Guerra Mundial (1914-18), su debilidad militar, la política de aislacionismo de los Estados Unidos de América, la falta de confianza en una alianza con la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), y la manera escalonada en que Hitler se expandía, en la que cada paso se presentaba como el último. En retrospectiva, ha quedado demostrado que el apaciguamiento no logró su cometido, aunque al menos tuvo el efecto de proporcionar tiempo a Gran Bretaña y a Francia para que pudieran rearmarse, si bien ninguno de los dos países aprovechó al máximo esa oportunidad.
Chamberlain y Hitler en Berchtesgaden
Imperial War Museums (CC BY-NC-SA)
Los acaparamientos de tierra de Hitler
Adolf Hitler se convirtió en el líder de la Alemania nazi en 1933. Su acceso al poder estuvo marcado por la aplicación de una agresiva política exterior dirigida a apoderarse de territorios y estados colindantes. En su libro Mein Kampf publicado en 1925, Hitler declaró su intención de conquistar Europa y proporcionarle al pueblo alemán un «espacio vital», Lebensraum. El canciller pronunció incontables discursos en los cuales prometía al pueblo alemán revertir las humillantes pérdidas y restricciones impuestas por el Tratado de Versalles que dio conclusión formal a la Primera Guerra Mundial, en la que Alemania había sido derrotada. A partir de entonces llevó sus ideas a la práctica mediante una serie de apropiaciones de tierras. A pesar de las evidencias, los líderes de Gran Bretaña y Francia, en particular, persistían en su convicción de que después de la última exigencia territorial de Hitler no habría otras. La política de apaciguamiento que se prosiguió tenía como premisa ceder ante las demandas de Hitler para evitar la terrible repetición de la Primera Guerra Mundial. Su aplicación trajo por consecuencia que se le permitiera a Hitler recuperar la región del Sarre en 1935, remilitarizar Renania, y comenzar el rearme de Alemania en 1936; incorporar a Austria dentro del Tercer Reich en 1938, y más tarde, tras la Conferencia de Múnich, anexar el territorio checo de los Sudetes. Gran Bretaña y Francia solo enfrentaron a Hitler cuando amenazó con invadir Polonia en 1939. ¿Qué causó la prolongada pasividad de Gran Bretaña y Francia frente a Hitler? La respuesta es compleja; tanto, que en la actualidad los historiadores continúan el debate acerca de la importancia relativa de las distintas razones que condujeron a que se adoptara la política de apaciguamiento.
Entre las razones por las que Gran Bretaña y Francia adoptaron una política de apaciguamiento hacia Hitler se incluyen las siguientes:
Ninguno de los dos estados deseaba volver a vivir los horrores de la Primera Guerra Mundial;
ninguna de las dos naciones se encontraba preparada para sostener una guerra contra Alemania;
retrasar una confrontación significaba ganar tiempo para rearmarse;
la imposibilidad de poder enfrentar a Hitler con la valiosa alianza de Estados Unidos, debido a su política aislacionista;
el hecho de que Gran Bretaña y Francia se encontraban solas frente a Hitler, debido a la debilidad de la Sociedad de las Naciones;
la falta de confianza en la URSS como aliado y como fuerza militar útil;
la existencia de cierto nivel de simpatía hacia Alemania por haber sido tratada con demasiada dureza tras la Primera Guerra Mundial;
el criterio de que no merecía la pena ir a la guerra por defender las pequeñas regiones y Estados de Europa central;
la habilidad diplomática de Hitler para convencer a los líderes de que la satisfacción de su última exigencia pondría fin a sus agresivas apropiaciones de tierra.
La Primera Guerra Mundial había sido una guerra como ninguna otra en la historia: 7 millones de personas resultaron muertas y 21 millones sufrieron heridas de gravedad. Según el historiador F. McDonough, «se estimaba que el costo total de la guerra ascendía a 260,000 millones de libras» (43). Tanto el primer ministro de Gran Bretaña, Neville Chamberlain (1869-1940), como el primer ministro de Francia, Edouard Daladier (1884-1970), habían experimentado en carne propia los horrores de la guerra. La gente común también recordaba demasiado bien los terribles costos de la guerra en términos de vidas arruinadas. En este sentido, Rab Butler (1902-1982), subsecretario británico de estado para asuntos extranjeros señala:
… si se quieren poner las cosas en su lugar, la verdadera razón por la que no se enfrentó la situación en 1938, fue que el país se encontraba saturado hasta el límite por la propaganda pacifista… la defensa no se había reiniciado, el público se orientaba hacia la paz, y la Mancomunidad británica se encontraba dividida, a diferencia de lo que ocurrió en 1939, y tampoco se contaba con la opinión pública estadounidense en los tiempos de Múnich. (Holmes, 67)
la sociedad de las naciones había demostrado su incapacidad para enfrentarse a los estados agresores en sus ataques a países más débiles.
Los políticos y diplomáticos deseaban evitar la guerra, lo cual se evidenció con la creación en 1919 de la Sociedad de las Naciones para fomentar la paz mundial, y por vía de otras iniciativas, como el Pacto Kellogg-Briand de 1928 (Pacto de París), en que los gobiernos rechazaban la guerra como instrumento de política exterior, y la realización de la Conferencia Internacional de Desarme de Ginebra en 1932. Las opiniones del público general no solo se veían reflejadas y moldeadas en estas acciones de sus representantes políticos, sino también en el campo de las artes, en numerosos filmes, novelas, y poemas antiguerreristas producidos durante los años que mediaron entre las guerras.
El hecho de que el Tratado de Versalles sometiera a Alemania a fuertes restricciones respecto a sus fuerzas armadas convenció a muchos de que su propio rearme no era necesario, o al menos, de que no era urgente. Aunque Hitler repudió el tratado y comenzó a incrementar su arsenal bélico a mediados de la década de 1930, Alemania aún tenía que recorrer un largo trecho para alcanzar a Gran Bretaña y Francia. Gran Bretaña, en particular, había adoptado la política de permitir que Hitler se rearmara, aunque limitaba el proceso. Como ejemplo puede mencionarse el Acuerdo naval anglo-germano de 1935, que estipulaba que la armada alemana nunca superaría en tamaño a la tercera parte de la británica. Lo que no se comprendía era que los números no lo significaban todo. De ocurrir otra guerra mundial, esta sería mucho más mecanizada y se desenvolvería con mayor movilidad; ganar una guerra ya no dependía del tamaño de la infantería, ni de contar con mayor número de buques o mejores defensas. Los futuros vencedores serían quienes desplegaran tanques, buques y aviones de forma más eficaz.
El acorazado Bismarck en el mar
Bundesarchiv, Bild 193-04-1-26 (CC BY-SA)
El rearme también conllevaba un coste para la economía de los países, sobre todo en el período posterior a la Gran Depresión de 1929, que planteó numerosas dificultades para los responsables de los presupuestos nacionales. La década de 1930 ofrecía un amargo cóctel económico compuesto por ingredientes tan desagradables como «un colapso del comercio mundial, inestabilidad monetaria, desempleo, agricultura deprimida, y aumento de las deudas» (McDonough, 46). La inversión en armamentos pasó a tener una prioridad baja, a menudo solo determinada por la necesidad. Al final, los partidarios del apaciguamiento tuvieron que aumentar los niveles de inversión para el rearme. En Francia, por ejemplo, los fondos empleados en armamentos se triplicaron entre 1938 y 1939, aunque la mayor parte de ellos se destinaron a la Línea Maginot, fortificación defensiva que protegía la frontera francoalemana.
Gran Bretaña y Francia solas
La Sociedad de las Naciones había demostrado ser inadecuada en lo relativo a lidiar contra los ataques de estados agresores a países más débiles. Su debilidad se hizo patente en 1931 cuando Japón invadió la Manchuria china y más tarde, en 1935, cuando Italia ocupó Abisinia, la actual Etiopía. Las agresiones de Hitler tampoco habían provocado respuestas contundentes de la Sociedad. El hecho de que durante ese período los Estados Unidos no se hubieran unido a la Sociedad y continuasen con su política aislacionista tuvo una importancia crucial. El presidente de los Estados Unidos, Franklin D. Roosevelt (1882-1945), llegó a condenar los actos de agresión internacionales, pero a lo largo de la década de 1930 el Congreso no cesaba de aprobar leyes dirigidas a evitar que los Estados Unidos participaran en cualquier guerra futura y a que mantuvieran su neutralidad. Gran Bretaña y Francia consideraban que confrontar a Hitler sin el apoyo de los Estados Unidos constituía una política en extremo arriesgada.
Por otra parte la URSS, país comunista desde 1917, se veía con recelo, y debido a que su líder Iósif Stalin (1878-1953) había realizado brutales purgas en sus fuerzas armadas, se consideraba que no contaba con suficiente poderío militar como para proporcionar un apoyo significativo contra Hitler. En resumen, que respecto al enfrentamiento contra los Estados agresivos, la Liga se reducía, en esencia, a Gran Bretaña y Francia.
Chamberlain se mantenía firme en su postura antiestalinista. Daladier, que desempeñó el cargo de primer ministro durante tres períodos, había sido con anterioridad un socialista radical, pero temía una expansión del comunismo, tanto en su país como en el extranjero, razón por la cual más adelante disolvería el Partido Comunista francés. A pesar de que Daladier y Chamberlain no contaban con nadie más, tampoco se fiaban el uno del otro. Durante largo tiempo los gobiernos galos habían intentado obtener el compromiso de Gran Bretaña de aportar ejércitos para luchar en el continente, sin lograr éxito en su empeño. La actitud completamente defensiva de Francia respecto a la protección de sus fronteras no convencía a Gran Bretaña, que en consecuencia actuaba con cautela para no empujar a Hitler a acordar un tratado de defensa mutua con la Italia fascista.
Daladier y François-Poncet
Bundesarchiv, Bild 183-H12956 (CC BY-SA)
Países pequeños y lejanos
Los primeros actos contra el derecho internacional llevados a cabo por Hitler a menudo se justificaban alegando que Alemania no estaba haciendo más que retomar los territorios que por derecho le pertenecían, los cuales les habían sido enajenados por el Tratado de Versalles que, para empezar, muchos pensaban había sido demasiado duro. Tras la Primera Guerra Mundial se le había retirado a Alemania la región del Sarre, y de igual modo se había impuesto la desmilitarización de la Renania alemana. Austria, incluso, podía considerarse el patio trasero de Alemania desde el punto de vista cultural y lingüístico, de modo que el Anschluss, la unión de Alemania y Austria, no parecía aportar una razón sólida para entrar en guerra. La prensa británica y el político lord Lothian argüían que «Los alemanes… no están haciendo más que entrar en su patio trasero» (Hite, 396). Los plebiscitos amañados que demostraban la aquiescencia de las poblaciones a pasar a formar parte de la «Gran Alemania», tranquilizaban a las conciencias occidentales. La realidad era que tanto franceses como británicos consideraban que no tenía sentido luchar por la defensa de países tan alejados de sus vidas cotidianas. Según la famosa expresión de Chamberlain en una emisión de radio de la BBC durante la crisis checa:
Cuán horrible, fantástico, e increíble resulta que aquí nos estemos probando máscaras antigás por causa de una disputa que se produce en un país lejano entre gentes de las que nada conocemos. (McDonough, 77)
Chamberlain también comprendió lo absurdo de la situación, puesto que ni Gran Bretaña ni Francia podían ofrecer ayuda militar de tipo alguno a Checoslovaquia. En marzo de 1938 Chamberlain escribió en su diario:
Basta con observar el mapa para comprender que nada de lo que Francia o nosotros pudiéramos hacer podría salvar a Checoslovaquia de ser invadida por los alemanes, si así decidieran hacerlo. En la práctica, la frontera austríaca se encuentra abierta… Rusia se encuentra a 160 km de distancia. Por lo tanto, no podríamos ayudar a Checoslovaquia; hacerlo no sería más que un pretexto para entrar en guerra con Alemania. (Hite, 397)
Chamberlain, Daladier, Hitler y Mussolini, Múnich 1938
Bundesarchiv, Bild 183-R69173 (CC BY-SA)
La cambiante diplomacia de Hitler
Hitler logró convencer a Chamberlain y a Daladier de que su más reciente demanda sería la última, y dijo que en realidad deseaba la paz mundial. Los mensajes que Hitler pronunciaba en público eran confusos. Muestra de ello son la firma en enero de 1934 de un pacto de no agresión con Polonia, y el acuerdo con Chamberlain según el cual Alemania y Gran Bretaña se comprometían a no entrar en guerra. Sin embargo, Hitler tenía el hábito de decir una cosa y hacer lo contrario. Un claro ejemplo fue que mientras en 1934 afirmaba que no tenía intención de unificar a Austria con el Tercer Reich, en 1938 procedía con la fusión.
El proceso de expansión de Alemania se había realizado paso a paso y solo en retrospectiva se demuestra que la pasividad con que se respondió a cada uno de ellos constituyó una política por completo errada. En adición a esto, cada vez que las grandes potencias cedían ante Hitler, su posición interna se reforzaba y se envalentonaba para continuar llevando a cabo jugadas más ambiciosas. Según Albert Speer (1905-1981), futuro ministro de armamento de Alemania, tras el Acuerdo de Múnich en 1938, una vez que el país se apoderó de las tierras de los Sudetes por medios diplomáticos, los seguidores de Hitler se encontraron «ahora absolutamente convencidos de la invencibilidad de su líder» (169). En última instancia, el apaciguamiento se fundamentaba en la creencia de que Hitler entraría en razones y que por voluntad propia se abstendría de continuar conquistando a sus vecinos; sin embargo esta idea bastante ingenua se vino abajo cuando el líder nazi renegó de los Acuerdos de Múnich e invadió el resto de Checoslovaquia en marzo de 1939.
¿Te gusta la historia?
¡Suscríbete a nuestro boletín electrónico semanal gratuito!
en gran medida el gobierno francés dejó a gran bretaña la iniciativa de las negociaciones con hitler.
Oposición al apaciguamiento
Aunque Chamberlain y su predecesor en el cargo de primer ministro, Stanley Baldwin (1867-1947), así como otras figuras clave del gobierno, entre ellas el Ministro de Asuntos Exteriores lord Halifax (1881-1959), promovían con firmeza el apaciguamiento, hubo importantes voces que protestaron contra esa política. La oposición del Reino Unido, el Partido Laborista, y figuras de la talla de Winston Churchill (1874-1965) se manifestaron a favor de una alianza con la URSS y de adoptar una posición dura contra Hitler. Churchill también dirigió los llamamientos al rearme. En adición a estas personalidades, en 1938 el Ministro de Asuntos Exteriores, Anthony Eden (1897-1977), renunció a su cargo por motivo de la política de apaciguamiento.
En Francia se habían sucedido una serie de gobiernos débiles a lo largo de la década de 1930. De hecho, el pueblo francés soportó 16 gobiernos de coalición entre 1932 y 1940. Se levantaron voces que llamaban a adoptar una posición más agresiva contra Hitler, pero constituían una minoría. El gobierno francés dejó en gran medida a cargo de Gran Bretaña la iniciativa de las negociaciones con Hitler, sobre todo hasta la firma de los Acuerdos de Múnich. El enfoque principal del gobierno francés parecía ser el de mantener buenas relaciones con Gran Bretaña para asegurarse de que ese país fuera un aliado de Francia en caso de que alguna guerra estallara en el futuro.
Europa en la víspera de la Segunda Guerra Mundial, 1939
Simeon Netchev (CC BY-NC-ND)
La oposición al apaciguamiento fue aumentando poco a poco. Muchos de los que lo habían defendido anteriormente comenzaron a cambiar de opinión tras la Kristallnacht, la noche de los cristales rotos, el pogromo dirigido contra los judíos en Alemania y Austria los días 9 y 10 de noviembre de 1938. Un sondeo de la opinión pública realizado en Gran Bretaña reveló que el 70% de la población se encontraba conmocionado por el ataque y deseaba cortar las relaciones diplomáticas con la Alemania nazi. La Federación de Universitarios Conservadores votó a favor de terminar el apaciguamiento. Lloyd George (1863-1945), anterior primer ministro, declaró en público que la política de apaciguamiento «carecía de valentía». En julio de 1939 el 76% de los entrevistados en una encuesta de opinión pública británica declaró estar a favor del uso de la fuerza en el caso de que Hitler intentara arrebatarle territorios a Polonia. En Gran Bretaña, en efecto, el estado de ánimo nacional había cambiado.
Durante el verano de 1939 la diplomacia internacional giró hacia una nueva dirección. El Pacto nazi-soviético, también conocido como Pacto Ribbentrop-Mólotov por los nombres de los respectivos ministros de relaciones exteriores de la Unión Soviética y Alemania, se firmó en agosto de 1939. Contentivo de una serie de acuerdos de no agresión entre Alemania y la URSS, incluía protocolos secretos que dividían Europa central y oriental en esferas de influencia. Polonia sería partida a la mitad. A partir de ese momento Hitler podía atacar a Polonia y después a los Países Bajos y Francia sin tener que combatir en simultaneidad contra la URSS en un frente oriental. Por su parte Stalin obtenía el derecho de controlar los países bálticos, Besarabia (la actual Moldavia) y Finlandia; evitaba además involucrarse en una guerra con Alemania y ganaba un tiempo muy valioso para rearmarse.
En agosto, tanto Gran Bretaña como Francia le dejaron claro a Hitler que la política de apaciguamiento había concluido y que no permitirían que Alemania invadiera Polonia. El líder nazi, ahora con la URSS fuera de su camino, procedió a invadirla el 1 de septiembre de 1939. Gran Bretaña y Francia le declararon la guerra a Alemania dos días después. Había comenzado la Segunda Guerra Mundial.
Analizada en retrospectiva, la política de apaciguamiento demostró ser una insensatez, debido a que a la postre, Hitler estaba decidido a apoderarse de toda Europa. Sin embargo, resulta importante destacar, como señala el historiador A. J. P. Taylor, que «al fracasar la política de Múnich, todos expresaron que habían esperado que fallara… De hecho, nadie había tenido la claridad mental que luego declaró haber tenido» (232-3). Es posible que el propio Hitler no contara con un plan bien definido para expandir el Tercer Reich, pero la política de apaciguamiento le brindó una oportunidad de oro para alcanzar sus objetivos mediante el empleo de una mezcla de fanfarronadas, intimidaciones y hábil diplomacia. El costo final del apaciguamiento fue otro terrible conflicto mundial, con muchas más bajas, tanto militares como civiles, que las que hasta entonces se habían visto.
Interesado en el estudio de las migraciones, costumbres, las artes y religiones de distintas culturas; descubrimientos geográficos y científicos. Vive en La Habana. En la actualidad traduce y edita libros y artículos para la web.
Mark es un autor, investigador, historiador y editor a tiempo completo. Se interesa, en especial, por el arte y la arquitectura, así como por descubrir las ideas compartidas por todas las civilizaciones. Tiene una maestría en filosofía política y es el director de publicaciones de World History Encyclopedia.
Cartwright, Mark. "¿Por qué Gran Bretaña y Francia apaciguaron a Hitler?."
Traducido por Waldo Reboredo Arroyo. World History Encyclopedia. Última modificación noviembre 27, 2024.
https://www.worldhistory.org/trans/es/2-2574/por-que-gran-bretana-y-francia-apaciguaron-a-hitle/.
Estilo MLA
Cartwright, Mark. "¿Por qué Gran Bretaña y Francia apaciguaron a Hitler?."
Traducido por Waldo Reboredo Arroyo. World History Encyclopedia. World History Encyclopedia, 27 nov 2024, https://www.worldhistory.org/article/2574/why-did-britain--france-appease-hitler/. Web. 09 may 2025.
Licencia y derechos de autor
Escrito por Mark Cartwright, publicado el 27 noviembre 2024. El titular de los derechos de autor publicó este contenido bajo la siguiente licencia: Creative Commons Attribution-NonCommercial-ShareAlike. Por favor, ten en cuenta que el contenido vinculado con esta página puede tener términos de licencia diferentes.