Tiro, en el actual Líbano, es una de las ciudades más antiguas del mundo, con 4000 años de historia durante los cuales ha estado habitada casi continuamente. Fue una de las ciudades más importantes, y en ocasiones más dominantes, de Fenicia, cuyos ciudadanos afirmaban que había sido fundada por el gran dios Melkart.
La ciudad era un antiguo puerto fenicio y un centro industrial que, según el mito, es el lugar de nacimiento de Europa (que le dio su nombre al continente) y de Dido de Cartago, que ayudó a Eneas de Troya, del que se enamoró. El nombre significa "roca" y la ciudad estaba compuesta de dos partes, el principal centro de comercio en una isla y el "viejo Tiro", como a media milla en el continente. El casco viejo, conocido como Ushu (un nombre anterior de Melkart) fue fundado en torno a 2750 a.C., y poco después se desarrolló el centro de comercio. Con el tiempo, el complejo insular se fue haciendo más próspero y más poblado que Ushu, y se construyeron grandes fortificaciones.
La prosperidad de Tiro atrajo la atención del rey Nabucodonosor II de Babilonia (que reinó de 605/604-562 a.C.), que la asedió durante 13 años en el siglo VI a.C. sin lograr romper las defensas. Durante el asedio, la mayoría de los habitantes de la ciudad en la costa la abandonaron a cambio de la relativa seguridad de la ciudad de la isla. Ushu se convirtió en un barrio de Tiro en el continente y lo siguió siendo hasta la llegada de Alejandro Magno.
Los tirios eran conocidos por su trabajo con el tinte de las conchas del molusco Murex. El tinte púrpura era muy apreciado y tenía connotaciones de realeza en la antigüedad. También les dio a los fenicios su nombre a través de los griegos, phoinikes, que significa "gente púrpura". Esta ciudad-estado fue la más poderosa de todas las ciudades fenicias una vez hubo sobrepasado a Sidón.
Tiro aparece en el Nuevo Testamento bíblico donde se dice que tanto Jesús como el apóstol San Pablo visitaron la ciudad, y siguió siendo una ciudad famosa en la historia militar por el asedio de Alejandro Magno. Hoy en día Tiro está en la lista de la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad y los esfuerzos continúan para preservar su historia frente al conflicto en la región.
Orígenes históricos y mitológicos
Muchos historiadores de la antigüedad hacen referencias a Tiro como una ciudad establecida por los dioses. Según una historia, dos hermanos, las divinidades Shamenrum y Ushu, que vivían en el continente, empezaron a discutir, posiblemente por quién era el dueño de la tierra ya que Shamenrum era un agricultor que hacía cabañas con cañas (estableciendo así asentamientos permanentes), y Ushu era un gran cazador que andaba a sus anchas y hacía ropa con las pieles de los animales.
Como no podían resolver la disputa, de la que se desconocen los detalles, Ushu creó una balsa pequeña a partir del tronco de un árbol hendido por un rayo, se marchó del continente y atracó en una isla cerca de la costa. Fundó un templo y llamó Tiro a la isla, en honor a la sirena Tyros, que puede que lo ayudara a dirigir su balsa. Según esta historia, la isla flota libremente y no tiene una posición fija (que posiblemente es la razón por la que Ushu necesita la ayuda de Tyros) y solo queda fija una vez que Ushu ha construido el templo en honor a las fuerzas divinas del fuego y el viento. Hunde los pilares de esmeralda y oro tan profundamente en la tierra que afianza la isla.
Según otra versión del origen de la isla, la diosa Astarté plantó un olivo en una isla flotante con un águila en sus ramas y una serpiente enredada en su base. La isla seguiría flotando hasta que el águila fuera sacrificada a los dioses y, cuando Ushu llegó con su balsa, el águila entregó voluntariamente su vida y Ushu estableció su templo como un hogar para los dioses. El historiador griego Heródoto (que vivió en torno a 484-425/413 a.C.) habla de su visita a Tiro en el Libro ii.44 de sus Historias, donde cuenta que los sacerdotes de Tiro le dijeron que la ciudad había sido fundada por Heracles (no el mismo semidios que era hijo de Zeus), que en aquel tiempo era adorado como Melkart y era la misma deidad que Ushu:
Hablé con los sacerdotes del dios y les pregunté hacía cuánto se había fundado el santuario... y, según ellos, el santuario del dios se había fundado a la vez que Tiro, hacía 2300 años.
Los restos arqueológicos datan los primeros asentamientos de la zona en torno a 2900 a 2750 a.C.; estos primeros hogares fueron abandonados y la ocupación permanente no ocurrió hasta más adelante. La ciudad ya era un enclave próspero durante la época de la Dinastía XVIII de Egipto (en torno a 1550-1292 a.C.), cuando proveían a la casa gobernante de Egipto con las costosas telas teñidas de púrpura de Tiro, un color que se seguiría asociando con la realeza durante el Imperio romano e incluso más tarde. Tiro siguió prosperando durante el reinado del rey asirio Asurnasirpal II (884-859 a.C.), que la nombra en una lista de ciudades que le rendían tributo, incluida plata, oro, estaño, bronce y otros metales preciosos y materiales.
La edad dorada de Tiro
Tiro vivió su época dorada en torno al siglo X a.C., y en el siglo VIII estaba colonizando otros lugares de la zona y disfrutando de una gran riqueza y prosperidad debido principalmente a su alianza con Israel. La alianza tiria y el acuerdo de comercio con David, rey de Israel, fue iniciada por Abibaal, rey de Tiro, que envió al nuevo rey madera de los legendarios cedros del Líbano (igual que se dice que hizo Hiram, el hijo de Abibaal con Salomón, el hijo de David). Esta alianza resultó ser un acuerdo muy lucrativo que benefició a ambas partes. Según el erudito Richard Miles:
En el ámbito comercial, este acuerdo no solo le dio a Tiro un acceso ventajoso a mercados importantes en Israel, Judea y el norte de Siria, sino que también facilitó las oportunidades para unirse a expediciones a lugares más lejanos. De hecho, una expedición Tiro-israelita viajó a Sudán y Somalia, y puede que llegara hasta el océano Índico. (32)
Otro desarrollo que aumentó la riqueza de Tiro parece haber sido una revolución religiosa en la ciudad bajo los reinados de Abibaal y Hiram, que elevó a Melkart por encima de una de las parejas de divinidades más populares de la religión fenicia, Baal y Astarté. La primacía de Melkart, cuyo nombre significa "rey de la ciudad", disminuyó el poder de los sacerdotes del panteón tradicional para ponerlo a disposición de palacio, ya que Melkart estaba estrechamente relacionado con la casa gobernante. Miles comenta:
Parece que la decisión real de reemplazar a las principales deidades de Tiro con un dios nuevo, Melkart, ocultaba un deseo de poner a los templos en su sitio. (32)
Tal y como se ha dicho, Melkart no era nuevo en Tiro y siempre había sido venerado, pero en ese momento adquirió un mayor poder y prominencia. Los tirios nunca fueron monoteístas, pero la elevación de Melkart en la ciudad agradó a la casa gobernante monoteísta de Israel, que veneraba al único dios Yahveh, y ayudó a continuar con una relación comercial productiva. Los tirios proveían a Israel de metales preciosos para el templo y de su famosa ropa teñida de púrpura para la realeza a cambio de bienes necesarios y otros lujos. Miles escribe que:
A cambio de [metales preciosos y ropa], los israelitas enviaban provisiones anuales de más de 400.000 litros de trigo y 420.000 litros de aceite de oliva, un bien preciado en Tiro, que tenía un territorio limitado. (32)
El resultado no fue solamente un aumento de la riqueza de palacio, sino que, gracias a una distribución más eficiente de la riqueza, la prosperidad aumentó para toda la ciudad. Esta afluencia captó la atención de los babilonios tras la caída del Imperio asirio en 612 a.C. y el rey Nabucodonosor II asedió la ciudad en 586 a.C. Este sitio duró trece años, y aunque las murallas de Tiro aguantaron, sus negocios comerciales se resintieron y la prosperidad decayó. Tiro revivió bajo el Imperio persa aqueménida que se hizo con la ciudad en 539 a.C. y la mantuvo hasta la llegada de Alejandro Magno.
Alejandro Magno y el asedio
Aunque los persas acabaron instaurando sus propios gobernadores en las ciudades fenicias, no intervinieron en las tradiciones religiosas ni políticas ya establecidas y, al menos al principio, se le permitió a Tiro mantener a su rey, que todavía se asociaba con Melkart. Ahora era el rey, en vez de los sacerdotes, el que constituía "el puente entre los mundos temporal y celestial, y las necesidades de los dioses celestiales se podían corresponder estrechamente con las exigencias políticas del palacio" (Miles, 33). Esta nueva política religiosa propició una unión más estrecha entre la gente de la ciudad al designarlos como un grupo aparte de las demás ciudades-estado de Fenicia y, por tanto, especiales a los ojos de dios. Miles escribe que:
El rey incluso instauró una ceremonia nueva muy elaborada para celebrar el festival anual de Melkart. Cada primavera, en un festival planeado al detalle, el egersis, se colocaba una efigie del dios sobre una balsa enorme para después quemarla a medida que se perdía en el mar mientras la multitud cantaba himnos. Para los tirios, al igual que muchos otros pueblos de Oriente Próximo, el énfasis recaía en las propiedades restauradoras del fuego, ya que el dios no quedaba destruido por el mismo sino que revivía con el humo, y la quema de la efigie representaba el renacimiento. Para hacer hincapié en la importancia del egersis como un elemento que mantenía la cohesión interna del pueblo tirio, todos los forasteros tenían que salir de la ciudad durante la ceremonia. (33-34)
Fue esta ceremonia, y la importancia que tenía para el pueblo, la que acabaría trayendo la destrucción de Tiro y la matanza o la esclavización de sus gentes. En 332 a.C. Alejandro Magno llegó a la ciudad durante su conquista del Imperio aqueménida. Poco después de subyugar Sidón, que se había rendido y le había ofrecido ricos presentes, exigió la rendición inmediata de Tiro. Siguiendo el ejemplo de Sidón, los tirios reconocieron la grandeza de Alejandro y le ofrecieron regalos del mismo valor que los ofrecidos por Sidón.
Todo parecía ir bien y Alejandro, contento con su sometimiento, dijo que presentaría un sacrificio en honor de su dios en el Templo de Melkart. Los tirios no podían permitirlo, ya que sería un sacrilegio que un forastero hiciera un sacrificio en lo que consideraban como la casa literal de su dios, y aún más porque la ceremonia del egersis se acercaba. El erudito Ian Worthington describe los acontecimientos posteriores:
Azemilk, el rey de Tiro, propuso un compromiso. Tiro sería una aliada de Alejandro, pero este tenía que realizar los sacrificios en el continente, en el Viejo Tiro, frente a la isla. Alejandro, enfadado, envió emisarios para decir que esta condición era inaceptable y que los tirios tenían que rendirse. Estos asesinaron a los emisarios y los arrojaron desde las murallas. (105)
Entonces, Alejandro ordenó asediar Tiro. Desmanteló gran parte de la antigua ciudad costera de Ushu, además de usar escombros y piedras y talar árboles para rellenar el tramo de mar entre el continente y la isla y crear un puente para las máquinas de guerra. En los siglos siguientes esto causaría una sedimentación importante, uniendo permanentemente la isla al continente, razón por la cual hoy en día Tiro ya no es una isla. Tras un asedio de siete meses, Alejandro utilizó la calzada que había creado para arremeter contra las murallas de Tiro y tomar la ciudad.
Los 30.000 habitantes de Tiro fueron masacrados o vendidos como esclavos, y la ciudad fue destruida por Alejandro, rabioso por que lo desafiaran durante tanto tiempo. La caída de Tiro contribuyó al desarrollo de Cartago (que ya se había establecido como una colonia fenicia en torno a 814 a.C.), ya que muchos de los supervivientes del asedio que lograron escapar de la ira de Alejandro ya fuera a hurtadillas o mediante sobornos emigraron a su antigua colonia en el norte de África.
Tras la muerte de Alejandro en 323 a.C., sus generales lucharon entre ellos por los territorios que había conquistado, y las distintas regiones se vieron controladas por unos u otros en una sucesión bastante rápida. El general Laomedonte de Mitilene se hizo con Tiro en un principio, pero fue cambiando de manos durante el conflicto, conocido como las Guerras de los Diádocos (las guerras entre los sucesores de Alejandro), hasta que fue tomada por Antígono I en 315 a.C. y siguió en manos de sus sucesores hasta que Fenicia fue conquistada por Antíoco III (que reinó de 223 a 187 a.C.) del Imperio seleúcida en 198 a.C.
La llegada de Roma
Antíoco III estaba ocupado con la expansión de sus propios territorios cuando estalló la Segunda guerra púnica entre Roma y Cartago en 218 a.C. Aníbal Barca (que vivió de 247 a 183 a.C.), el gran general cartaginés, tuvo el respaldo de Felipe V de Macedonia (que reinó de 221 a 179 a.C.), que convenció a Antíoco III para que se uniera a su conquista de Egipto en torno a 205 a.C. Sin embargo, Egipto era la mayor fuente de grano de Roma y amenazaron a Antíoco III con severas consecuencias si procedía con la propuesta de Felipe V. Antíoco III se echó para atrás y los romanos derrotaron a Felipe V en la batalla de Cinoscéfalas en 197 a.C.
Antíoco III, temiendo que Roma lo eliminara a él después, lanzó un ataque preventivo en 191 a.C. y otra vez en 190 a.C. en la Batalla de Magnesia, donde fue derrotado. La paz de Apamea de 188 a.C. redujo notablemente el territorio de Antíoco III y les impuso a los seleúcidas una indemnización devastadora por la guerra, que contribuiría a la caída del imperio. Los monarcas seleúcidas empezaron a preocuparse más por su propia seguridad, comodidad y lujo que por el funcionamiento del estado, debilitando así su poder en algunas regiones, por lo que Tiro pudo declarar su independencia el 126 a.C.
La ciudad sufrió otro declive durante las guerras mitridáticas (89-63 a.C.) entre Mitrídates VI (que reinó de 120 a 63 a.C.), rey del Ponto, y Roma, en las que también participó Tigranes el Grande (que reinó en torno a 95-56 a.C.), aliado con Mitrídates VI. A pesar de que Tiro logró mantener su independencia, la guerra incesante de la región dañó considerablemente el comercio, lo que condujo al declive económico.
Los romanos tomaron la ciudad como una colonia en 64 a.C., cuando el general y cónsul romano, Pompeyo el Grande, anexionó toda Fenicia. Tiro fue reconstruida y rehabilitada bajo los romanos que, irónicamente, habían destruido la ciudad de Cartago adonde habían huido los tirios que habían sobrevivido. Roma construyó caminos, monumentos y acueductos que todavía se pueden ver en la actualidad y la ciudad floreció bajo el gobierno romano pero decayó tras la caída del Imperio. Siguió funcionando como una ciudad portuaria bajo la mitad oriental de Roma, el Imperio bizantino, hasta el siglo VII d.C., cuando los musulmanes conquistaron la región.
Conclusión
La ciudad estuvo controlada por los cruzados cristianos en 1124 tras la Primera cruzada y se convirtió en un centro de comercio importante que unía Oriente y Occidente a través de la ruta de la seda. Durante este tiempo, Tiro siguió produciendo su famoso tinte púrpura y prosperó como la sede de un arzobispado de la Iglesia y una de las defensas más importantes del Reino de Jerusalén para mantener la presencia cristiana en la región.
Tiro fue tomada por el Sultanato mameluco musulmán en 1291 y después de esto la producción del tinte púrpura y de vestimentas se terminó, ya que ahora había disponibles tintes más baratos. En 1516 la ciudad se convirtió en parte del Imperio otomano, que la mantuvo hasta 1918 cuando, tras el éxito de la Rebelión árabe, se convirtió en parte del reino árabe de Siria. Para entonces, los tirios dependían en gran medida de la industria pesquera, que siempre había sido un aspecto importante de su economía, y mucho menos del tipo de artesanías que caracterizaran la grandeza del pasado de Tiro.
En la actualidad, la economía de Tiro depende principalmente del turismo. Las excavaciones arqueológicas empezaron seriamente en 1946 y han continuado esporádicamente desde entonces. Los conflictos de la región desde la segunda mitad del siglo XX hasta la actualidad han dificultado el trabajo arqueológico y, en ocasiones, han detenido el turismo por completo, y estos daños se notan en la economía y obstaculizan la exploración de una de las ciudades más grandes de la antigüedad.