En la mitología griega, el tártaro era el lugar más bajo del universo, por debajo del Inframundo pero separado de él. Como mejor se conoce el tártaro es gracias a la Teogonía de Hesíodo, donde es uno de los primeros seres en existir en el universo además del lugar donde se encierra a los monstruos, los titanes. En mitos posteriores los mortales que hubiesen cometido pecados imperdonables, también acababan aquí. Los castigos para cada mortal eran diferentes, dependiendo del crimen que hubieran cometido. Aunque como deidad era padre de Tifón, tártaro no se representa de ninguna otra manera que no sea un abismo oscuro usado a modo de prisión, por lo que no hay muchas historias ni mitos sobre este dios primordial.
Orígenes en la Teogonía de Hesíodo
En el principio del universo estaba el Caos, que quiere decir algo parecido a "abismo" y no tiene las mismas connotaciones de confusión y desorden que tiene hoy en día. El Caos estaba personificado como una deidad femenina primordial, a la que inmediatamente siguieron otras tres entidades que surgieron independientemente del Caos: Gaia (la Tierra), Eros (el deseo) y la brumosa oscuridad del tártaro. "El brumoso tártaro", tal y como lo describe Hesíodo (en torno a 700 a.C.) estaba "tan por debajo de la tierra como el cielo está por encima de esta" (722-25). Hesíodo describe el tártaro como un abismo inmenso, lúgubre y frío; un lugar de podredumbre. Era la región más baja del universo, un área aparte por debajo del Hades. Cuando Zeus y los olímpicos derrocaron a Crono y a los demás titanes en su lucha por la supremacía sobre la tierra, estos últimos no fueron encerrados sencillamente en el Hades, que era el lugar del descanso final de las almas mortales, sino en el tártaro, la región más baja del universo que se usaba para los monstruos y dioses vencidos.
Tártaro y Gaia tuvieron un hijo, Tifón. Tifón era un monstruo enorme de 100 cabezas de serpiente y ojos de fuego. De cada una de las cabezas surgía el sonido, distinto, indescriptible de leones, manadas de perros, toros y serpientes. En la cerámica, Tifón aparece representado con alas, y es muy fuerte. Según Apolodoro, tártaro y Gaia eran los padres de Equidna, la esposa de Tifón, que era mitad mujer y mitad serpiente. Se los conocía como el padre y la madre de los monstruos.
Menciones posteriores de tártaro
Según la obra Gorgias de Platón (428/7-348/7 a.C.), cuando los jueces (Radamantis, Éaco y Minos) consideraban que un alma era despiadada e injusta, la enviaban al tártaro a sufrir la condenación eterna. En el Fedón, Platón dice que todos los ríos pasaban por el abismo del tártaro y volvían a salir a la tierra.
En la Eneida, Virgilio (70-19 a.C.) difiere de la descripción de Hesíodo en cuanto a la equidistancia entre el tártaro, la Tierra y el cielo, y dice que "el abismo, el propio tártaro se sumerge en la oscuridad dos veces la distancia que recorre nuestra mirada al alzar los ojos hacia el Olimpo en los cielos" (6.670-2). Tampoco describe el tártaro como un lugar brumoso o lúgubre, sino maligno. Virgilio describe una puerta enorme que impide la entrada o la fuga de tártaro, vigilada por la Hidra de 50 cabezas.
Residentes del tártaro
Los residentes del tártaro estaban sometidos a castigos adecuados a los crímenes cometidos; todos excepto los primeros residentes. Los cíclopes de un solo ojo y los Hecatónquiros de 100 manos eran hijos de Gaia y Urano junto con los titanes. Tan pronto como nacieron los monstruos, Urano los escondió en las profundidades del tártaro, lo que los convierte en los primeros prisioneros de este lugar. Cuando Zeus y los olímpicos derrotaron a los titanes en la Titanomaquia, muchos acabaron prisioneros en el tártaro junto con sus hermanos, los cíclopes y los hecatónquiros.
El rey lidio Tántalo tiene tres versiones de la fechoría que hizo que acabara en el tártaro, pero la más popular es la más indignante. Tántalo quería comprobar si los dioses verdaderamente lo sabían todo y preparó un cocido con su propio hijo, Pélope, para ver si se daban cuenta. Los dioses inmediatamente se dieron cuenta de que algo no estaba bien, excepto Deméter que todavía estaba preocupada por la desaparición de su hija Perséfone y comió parte de cocido con el hombro de Pélope. Tántalo fue condenado a sufrir hambre y sed eternamente. Hicieron que estuviera de pie en un lago cuya agua nunca podría beber, bajo un árbol frutal del que nunca podría tomar las frutas.
Sísifo fue el fundador y primer rey de Corinto, y aunque su mito también tiene varias versiones, que a menudo se contradicen, el castigo en el tártaro siempre es el mismo. Sísifo engañó a la muerte no una vez sino dos con su astucia perversa. Para la tercera vez que murió y llegó a las brumas del tártaro, Zeus intervino para asegurarse de que ningún mortal se inspiraba en Sísifo y sus trucos para evitar la muerte. Fue castigado a empujar continuamente una enorme roca montaña arriba, que siempre volvía a rodar hacia abajo.
Ixión cometió el estúpido error de intentar seducir a Hera, la esposa del rey de los dioses, Zeus. Aunque lo engañaron para hacer el amor con una nube en vez de Hera (creando así a los centauros), recibió su castigo en el tártaro, donde estaba atado a una rueda de fuego.
El gigante Ticio era hijo de Zeus y Elara, y fue asesinado por Artemisa y Apolo por intentar violar a su madre, Leto, a petición de Hera. Cuando descendió al tártaro, lo ataron para que dos buitres se comieran su hígado cada día, ya que este volvía a crecer por la noche y al día siguiente se lo volvían a comer.
Las danaides eran las 50 hijas de Dánao, a las que casaron con los 50 hijos del hermano de Dánao, Egipto, rey mítico de ese país. Dánao ordenó a sus hijas matar a sus esposos, y todas menos una, Hipermnestra, cometieron el crimen. Linceo, el único hijo superviviente acabó matando a Dánao para vengarse, y las 49 danaides fueron condenadas a la tarea fútil de llevar jarras de agua para llenar una fuente, pero todas las jarras tenían agujeros. Para cuando llegaban a la fuente, las jarras estaban vacías.