Las cuestiones modernas de identidad de género y los derechos civiles de los miembros de la comunidad LGBTI son un fenómeno relativamente reciente, al igual que los términos «homosexual» y «heterosexual». En las sociedades antiguas no se distinguía entre parejas del mismo sexo y del sexo opuesto, ya que ambas eran igualmente aceptadas.
Los términos «homosexual» y «heterosexual» son construcciones modernas del siglo XIX, acuñadas por el escritor austriaco Karl-Maria Kertbeny (1824-1882) en un folleto de 1869 en el que argumentaba contra la ley prusiana de sodomía que criminalizaba las relaciones entre personas del mismo sexo. Kertbeny, un gay aún en el clóset, había perdido en su juventud a un amigo íntimo que se suicidó tras ser extorsionado por un chantajista que descubrió que era gay. Las obras posteriores de Kertbeny trataron de eliminar el estigma que pesaba sobre las relaciones homosexuales, que habitualmente eran consideradas como perversiones.
El folleto se publicó de forma anónima, pero la terminología fue utilizada por el naturalista Gustav Jager en su obra El descubrimiento del alma en 1880 y luego por el psiquiatra Richard von Krafft-Ebing en su Psychopathia Sexualis de 1886, traducida al inglés en 1890. Los términos fueron luego popularizados por el médico y escritor H. Havelock Ellis (1859-1939). Aunque las relaciones homosexuales se reconocían, por supuesto, antes de Kertbeny, este fue uno de los primeros en argumentar que la preferencia sexual y la identidad de género de una persona eran innatas —no una elección— y que no se debía equiparar a un hombre gay con el afeminamiento, evocando a grandes héroes de la antigüedad que eran homosexuales.
La historia, tanto moderna como antigua, nos cuenta las anécdotas de muchas personas cuya sexualidad es minimizada o ignorada porque, durante siglos después del surgimiento del cristianismo, la homosexualidad fue considerada un pecado vergonzoso. Hasta los siglos XIX y XX, no se había hablado de la sexualidad de Platón, Alejandro Magno o cualquier otra figura notable del pasado. Este paradigma ha cambiado para mejor y permite una comprensión más profunda y amplia del pasado y de las contribuciones de la comunidad LGBTI en el transcurso de la historia.
La siguiente lista es solo una pequeña muestra de las muchas historias que involucran a la comunidad actualmente identificada como LGBTI. Aunque las personas de la diversidad sexual parecen haber sido siempre identificadas como tales, en algunas civilizaciones esto implicaba que habían sido favorecidas por seres divinos mientras que, en otras, la distinción no parecía importar o, en el caso de los griegos y, en algunos periodos, de los romanos, las relaciones homosexuales entre hombres se consideraban superiores. Los ejemplos que se exponen a continuación proceden de múltiples culturas que abarcan miles de años, pero que tienen en común lo que hoy en día se entendería como aceptación e inclusión de los miembros de la comunidad LGBTI.
Sacerdocio Transgénero en el Culto de Inanna
Inanna era una popular diosa mesopotámica que más tarde se haría célebre como Ishtar, cuyo clero era bisexual y transgénero. El erudito Colin Spencer señala: «Había sacerdotisas auxiliares que también eran músicas, cantantes y bailarinas; ciertamente algunas de ellas eran hombres que se acostaban con otros hombres y también con mujeres» (29). Los transexuales masculinos que se habían castrado eran conocidos como kurgarra; mientras que las mujeres que se identificaban como hombres eran llamadas galatur. Se creía que Inanna/Ishtar, diosa del amor, el sexo, la guerra y la fertilidad, había transformado a estas personas mediante su poder divino y se las consideraba sus sirvientes sagrados. En el famoso poema El Descenso de Inanna, se dice que los kurgarra y galatur fueron creados por el Dios Padre Enki, que los creó «ni hombres ni mujeres» y les dio el alimento y el agua de la vida para liberar a Inanna del inframundo. Los clérigos transexuales no eran aceptados universalmente, hay pruebas de que algunos los desaprobaban personalmente, pero seguían siendo considerados como mediadores entre el mundo de los humanos y el de los dioses y, aunque su comportamiento era a veces criticado, seguían siendo muy respetados.
Las Tribus de Nativos Estadounidenses y los Dos Espíritus
Los pueblos nativos americanos de América del Norte, Central y del Sur también respetaban a quienes los dioses habían elegido y transformado. Reconocían un tercer género, conocido en la actualidad como un Dos-Espíritus, tanto masculino como femenino (pero este es un término moderno, el original se ha perdido). Un Dos-Espíritus (al que se hace referencia en las obras europeas de los siglos XVII y XVIII como Berdache) era un hombre o una mujer que se identificaba como el sexo opuesto; había hombres que se vestían y asumían las tareas de las mujeres; y también había mujeres —aunque con menos frecuencia— que se vestían como hombres y realizaban los trabajos asociados con la masculinidad y el poder masculino.
Una persona Dos-Espíritus no solo era completamente aceptada por la comunidad, sino que era valorada. Un niño que estaba en el umbral de la virilidad, por ejemplo, recibía un mensaje de la divinidad sobre quién era realmente y qué camino debía seguir, y empezaba después a vestirse como mujer y a dedicarse a coser, recoger leña, construir refugios y cocinar en lugar de cazar e ir a la guerra. Esta aceptación que los nativos estadounidenses le otorgaban a las personas de diferente expresión de género y a las relaciones homosexuales es mencionada por varios misioneros y exploradores europeos que condenan repetidamente a los nativos como inmorales, vergonzosos y perversos; pero estas prácticas y creencias habían existido probablemente durante miles de años, mucho antes de que llegaran los misioneros y sus prejuicios.
El Duque y su Cortesano en la Antigua China
Una de las muchas historias de China que celebran las relaciones homosexuales, y sin duda la más conocida, es la del duque Ling del Estado de Wei (r. 534-493 a.C.) y su amante Mizi Xia, un cortesano de gran belleza. Cuando Mizi Xia se enteró de que su madre estaba enferma, tomó prestado el carruaje del duque Ling para ir a verla sin pedir permiso, un acto que normalmente habría supuesto un severo castigo, pero el duque, en cambio, elogió a su amante por su piedad filial. En otra ocasión, mientras ambos paseaban, Mizi Xia estaba comiendo un melocotón excepcional y ofreció la mitad al duque, que exclamó: «¡Qué grande es tu amor por mí! ¡Te olvidas de tu propio apetito y solo piensas en darme de comer cosas agradables!».
El duque Ling estaba casado y tenía un hijo, pero se consideraba que un hombre también podía tener una relación romántica con otro hombre sin afectar el matrimonio. La frase traducida como «el amor del melocotón a medio comer», «el amor del melocotón compartido» y «el melocotón mordido» se utilizó para denominar a las relaciones románticas entre personas del mismo sexo desde que la historia fue contada por primera vez por el filósofo legalista Han Feizi (c. 280-233 a.C.) de la dinastía Qin hasta que las actitudes cristianas occidentales hacia la homosexualidad comenzaron a influir en la cultura china. La historia de los dos amantes continúa cuando el duque Ling se desenamora de Mizi Xia y se queja de que su antiguo amante utilizó una vez su carruaje sin permiso y le regaló un melocotón a medio comer.
Fuerzas Especiales Élite de Amantes Gay en Grecia
El Batallón Sagrado de Tebas era un grupo selecto de los mejores guerreros del ejército tebano. Estaba formada por 300 hombres, 150 parejas, que eran muy respetados por su historial militar, ya que salieron constantemente victoriosos de las batallas durante más de 30 años. Todas las parejas encajaban en el modelo griego aceptado de relaciones románticas entre hombres homosexuales: un hombre mayor (el erastes, «amante») y uno más joven (el eromenos, «amado»). El Batallón Sagrado se llamaba así por los votos que hacían las parejas en el santuario de Iolaus —quien fue uno de los amantes del héroe Heracles—, dedicándose el uno al otro en nombre del dios del amor, Eros. El grupo fue conformado por la creencia de que cada hombre prefería luchar y morir con valentía antes que permitir que su amado le considerara un cobarde. El Batallón Sagrado de Tebas estuvo invicto desde la Batalla de Leuctra en el 371 a.C. hasta que fue aniquilado por los macedonios en la Batalla de Queronea en el 338 a.C.
El Faraón Gay de Egipto Pepy II
Las relaciones entre personas del mismo sexo no reciben mucha atención en las obras del antiguo Egipto, posiblemente porque no se consideraban algo relevante. Al igual que en China o Grecia, lo que dos adultos con consentimiento quisieran hacer en una relación romántica, ya fuera del mismo sexo o del sexo opuesto, era solo asunto de ellos. Sin embargo, ha llegado hasta nuestros días la historia del faraón Neferkara Pepy II (r. c. 2284 a.C.) de la Sexta Dinastía del Imperio Antiguo de Egipto (c. 2613-2181 a.C.), quien parece haber tenido una relación con su general Sasenet.
En esta historia, Pepy II abandona su palacio durante cuatro horas por la noche, va a la casa de Sasenet y este le hacía «todo lo que su majestad deseaba», un eufemismo para referirse al sexo. Sin embargo, las acciones de Pepy II están abiertas a la interpretación, y algunos eruditos afirman que él estaba realizando un ritual en el que interpretaba el papel del dios Ra que visitaba a Osiris, Juez de los Muertos, en el inframundo durante cuatro horas por la noche. Esta interpretación no tiene en cuenta el tono crítico del escriba del Imperio Medio que redactó el texto original. Parece que no aprueba que Pepy II saliera a escondidas del palacio por la noche, aunque no está claro si desaprobaba la relación en sí.
El Tercer Género de los Kinnar
Las relaciones entre personas del mismo sexo y la existencia de un tercer género se mencionan en los antiguos textos hindúes de la India. El Manu-smriti, un código de leyes del año 1250 a.C., recomienda la purificación ritual tras las relaciones sexuales entre personas del mismo sexo, pero esto mismo aplica a las uniones entre personas de distinto sexo. El Kama Sutra (c. 400 a.C.) fomenta las uniones homosexuales y habla del tercer género («tercera naturaleza») de forma normal. Los Kinnar (también conocidos como Hijra) son un tercer género reconocido en el subcontinente indio en la actualidad y se alude a ellos en textos como estos que se remontan a más de 2,000 años. Se refieren a sí mismos como Kinnar en honor a las criaturas musicales celestiales del hinduismo que eran parte pájaro, parte caballo y parte humano, mientras que el budismo utiliza el mismo término para referirse al Músico Divino que es mitad humano y mitad pájaro.
Los que se identifican como Kinnar nacen varones pero viven como mujeres, y muchos están asociados con el movimiento Shakti, reconociendo la primacía de la fuerza cósmica creativa que muchos Kinnar asocian con la diosa de la transformación, Bahuchara Mata, una diosa de la tierra y la fertilidad que encarna la naturaleza creativa y destructiva de Shakti. A veces se la menciona como la diosa de los transexuales. Los Aravani del sur de la India son otra secta del tercer género que centra su culto en el dios Iraván en lugar de la diosa.
Honor y Relaciones Gay en Japón
En Japón, durante el Periodo Pre-Meiji (800-1868 d.C.), las relaciones entre hombres homosexuales se consideraban «una forma de vida honrada entre los líderes religiosos y militares del país, de modo que su aceptación era paralela, y en algunos aspectos incluso superaba, a la de la antigua Atenas» (Crompton, 412). Al igual que en Grecia, se pensaba que las relaciones entre hombres mejoraban el carácter y el espíritu de ambos participantes, mientras que las relaciones sexuales con una mujer, en general, se valoraban solo como medio de procreación y de preservación del apellido de la familia. Este paradigma social se respetó hasta que fue cuestionado por la llegada de los misioneros cristianos de Occidente, empezando por Francisco Javier (más conocido como San Francisco Javier, 1506-1552 d.C.), quien denunció el amor homosexual como un pecado.
Los japoneses entendían esas relaciones simplemente como nanshoku («amor de varones» o «colores masculinos») sin ninguna connotación de mala conducta. Durante el periodo Meiji (1868-1912), los valores occidentales fueron ganando terreno en Japón y las relaciones entre personas del mismo sexo pasaron a ser consideradas pecaminosas y luego criminales. Muchos de los samuráis más famosos y honorables mantenían relaciones con personas del mismo sexo, al igual que los monjes, los líderes políticos y otras personas que, tras la expansión del cristianismo, tuvieron que ocultar quiénes eran o enfrentarse a la persecución.
El Ideal Romano de Masculinidad y las Relaciones Homosexuales
Los romanos, al igual que los griegos y otras civilizaciones, solían mantener relaciones homosexuales. Las críticas que se les hacían no tenían nada que ver con la relación en sí, sino que se cuestionaba el rol pasivo en las relaciones sexuales. Que un varón hiciera «el rol de una mujer» se consideraba deshonroso, ya que había renunciado a la virilidad y había dejado de ser un «verdadero hombre». Al mismo tiempo, hay muchos informes de grandes figuras, como Julio César (100-44 a.C.), que se dice que jugaron el rol pasivo en el sexo y siguieron siendo muy respetados. Spencer señala: «El carácter de César cumplía con las expectativas romanas. Era físicamente fuerte, tenía una gran habilidad militar, tolerancia y tenacidad, y era sumamente sexual... Un hombre que tenía tal reputación podía permitirse disfrutar ocasionalmente el rol de pasivo y seguir siendo un hombre» (74). Además, eran respetadas las relaciones estables entre personas del mismo sexo, según el modelo griego, en la que el amante mejoraba el carácter del amado, como se ejemplifica en la relación del emperador romano Adriano (r. 117-138 d.C.) y su amante Antínoo (c. 110-130 d.C.), siendo este deificado tras su muerte, y cuyo culto fue un importante rival de la nueva religión del cristianismo.
Guerreros Celtas y sus Amantes Masculinos
Los escritores romanos suelen describir a los celtas como formidables guerreros, pero el historiador Diodoro Sículo (siglo I a.C.) añade que también preferían las relaciones entre personas del mismo sexo. Mientras que los romanos desaprobaban que los hombres adoptaran el rol pasivo en el sexo, Diodoro señala que los celtas no veían esto como un problema:
Los hombres se interesan más por los de su propio sexo; se acuestan sobre pieles de animales y se entregan al placer, con un amante a cada lado. Lo extraordinario es que no tienen la menor consideración por su dignidad personal [y] se ofrecen a otros hombres sin el menor reparo. Es más, todo esto no se desprecia ni se considera en modo alguno vergonzoso. (Spencer, 94)
Diodoro no criticaba la naturaleza de las relaciones, sino el rol pasivo de uno de los miembros de la pareja, que iba en contra de las normas culturales romanas. Como en otros ejemplos anteriores, los celtas siguieron considerando las relaciones entre personas del mismo sexo como algo normal y natural hasta la llegada del cristianismo.
La Biblia Condena las Prácticas Idólatras, No la Homosexualidad
El cristianismo llevó estos prejuicios a tantas culturas debido a la interpretación, no a la traducción, de la palabra griega arsenokoites, que, según el teólogo Justin R. Cannon, significa literalmente «camas masculinas» y parece haber sido acuñada por el Apóstol San Pablo en referencia a los hombres que se acostaban con hombres prostitutos en las culturas paganas (9). Esta palabra fue interpretada por los traductores europeos como «sodomitas» o «pervertidos sexuales», pero originalmente parece haber sido pensada para referirse a lo que Pablo veía como una práctica habitual de los no cristianos. Uno de los pasajes bíblicos más citados en el presente para condenar las relaciones entre personas del mismo sexo, Romanos 1:24-27, en cualquier traducción, menciona cómo los hombres y sus esposas dejaron «las relaciones naturales por las antinaturales» y cometieron «actos deshonestos», pero, en el contexto de todo el pasaje, esto debe entenderse como una referencia al comportamiento idolátrico —comportarse como los paganos en las orgías rituales— más que a una relación gay seria y estable.
Otro versículo citado con frecuencia, Levítico 18:22 —«No te acostarás con un hombre como uno lo hace con una mujer; es una abominación»— tampoco se refiere a una relación homosexual seria, sino que solo expresa el mismo desagrado que tenían los romanos por un hombre que asumiera el rol pasivo en el sexo. Los posteriores traductores europeos de la Biblia interpretaron esta referencia a las prácticas sexuales paganas como una desviación en sí, y finalmente se interpretó como «homosexualidad» en la Revised Standard Version de 1946 (Cannon, 9). La palabra «homosexual» no aparece en ninguna Biblia antes de esa fecha.
Conclusión
Los versículos de la Biblia que ahora se utilizan para condenar las relaciones entre personas del mismo sexo, leídos contextualmente, en realidad están condenando el libertinaje sexual asociado a sistemas de creencias anteriores e incluso contemporáneos del cristianismo primitivo. Las cartas de Pablo instan a su audiencia a distanciarse de una serie de prácticas y tradiciones religiosas de sus culturas y a adoptar otras nuevas en consonancia con su visión de la misión de Jesucristo; pero no está condenando las relaciones entre personas del mismo sexo como un pecado. De hecho, algunos estudiosos —entre ellos el obispo John Shelby Spong— han sugerido que la «espina en la carne» de Pablo (2 Corintios 12:6-7) es una referencia a su propia homosexualidad, con la que parece haber tenido conflicto.
También se ha señalado que la historia de Sodoma y Gomorra del libro del Génesis, que se utiliza con frecuencia para condenar la homosexualidad, es en realidad una historia de advertencia sobre la importancia de la hospitalidad. El erudito que vivió en los tiempos de la Iglesia Primitiva, Orígenes (c. 184 - c. 253 d.C.), interpretó la historia en este sentido, al igual que los Padres de la Iglesia, como San Ambrosio (m. 397 d.C.). El pecado de los habitantes de Sodoma y Gomorra, según estos escritores, fue el incumplimiento de las normas de hospitalidad establecidas, y no tuvo nada que ver con la orientación sexual de los habitantes en la ciudad.
Aunque ciertamente hay evidencia de opiniones personales negativas hacia las prácticas homosexuales en las civilizaciones pre-cristianas, estas iban dirigidas a la pérdida de la virilidad y el estatus de un hombre, a la pérdida de la virginidad de una mujer joven o, en el caso de ciertos períodos de la historia romana, al libertinaje y la promiscuidad extremos. Sin embargo, estas críticas se centraban en el comportamiento de las personas, y no precisamente en las relaciones homosexuales. La forma en que uno decidía llevar a cabo sus relaciones privadas y románticas era un asunto personal que se decidía libremente, y que los demás reconocían como una simple expresión más de la sexualidad humana.